Entra en una cafetería de Barajas y su reacción al ver a los camareros le acaba dando una lección: "Como si fueras raro"
Luz, una de las trabajadoras de una cafetería muy especial de Madrid, cuenta en La Linterna cómo es su día a día y el del resto de sus compañeros

Madrid - Publicado el
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A pocos minutos del aeropuerto de Madrid-Barajas, entre el ir y venir de viajeros y el ruido de los aviones, se esconde un local donde los aromas a café recién hecho se mezclan con algo más valioso: historias de superación. Envera Gastro, la cafetería municipal del Centro Cultural Gloria Fuertes gestionada por personas con discapacidad, ha convertido sus tazas en símbolos de inclusión. Detrás de la barra, cuatro jóvenes (Dani, Luz, Emilio y David) demuestran cada día que la discapacidad no es un límite, sino un punto de partida.
Luz, una de las empleadas, relata en La Linterna cómo los clientes reaccionan al verles por primera vez: "Primero te miran así como si fueras raro", confiesa mientras ajusta su delantal. Pero esa mirada inicial, cargada de prejuicios invisibles, se transforma con el tiempo. "Cuando nos van conociendo y ven que atendemos con amabilidad, su actitud cambia. Al final llegan saludando: ‘Hola, Luz’, ‘Hola, Dani’… Así sabes que ya eres parte de su día a día". Esa evolución, casi imperceptible pero radical, resume la esencia de este proyecto: normalizar lo que algunos aún ven como excepcional.
Una cafetería diferente
El local, impulsado por la entidad sin ánimo de lucro Envera —con 45 años trabajando por la inclusión—, nació de una pregunta: ¿cómo revitalizar un espacio cerrado del centro cultural? La respuesta fue una cafetería con tres pilares: empleo digno para personas con discapacidad, formación en hostelería y servicio al barrio. "No es caridad, es profesionalidad", insiste David Ferreros, director de comunicación de Envera, a Expósito. Los hechos le respaldan: los clientes repiten, no por lástima, sino por los cafés bien servidos y las sonrisas espontáneas.

Cafetería Envera Gastro
Daniel, el cocinero venezolano de 24 años, aprendió el oficio en los cursos de Envera. "Siempre quise cocinar", cuenta mientras mueve una sartén. Para él, este trabajo es un sueño cumplido; para muchos vecinos, una lección diaria. Al principio, algunos entraban con recelo, pero ahora piden su tortilla favorita o bromean con Luz sobre el azúcar en los cortados. "Los vecinos están contentos, nosotros también, y eso se nota", dice ella.
El éxito de Envera Gastro no se mide en beneficios, sino en pequeños gestos: un cliente que ya no aparta la mirada, otro que pregunta por la familia de Dani o los que reservan mesas para desayunos de trabajo. "Queremos que la gente venga por el buen servicio, no por pena", recalca Ferreros. Y lo están logrando. A media mañana, el local bulle con oficinistas y jubilados; nadie parece recordar esos primeros días de miradas curiosas.
Mientras Luz seca una taza, resume el cambio: "Antes éramos ‘los chicos de la discapacidad’. Ahora somos ‘los de la cafetería’". En ese matiz —tan sencillo como revolucionario— late el verdadero sabor de este lugar. No es solo un sitio donde tomar café, sino donde aprender que la inclusión, cuando se hace bien, sabe a normalidad. Y a veces, como el espresso de las mañanas, incluso sabe dulce.
El valor de lo cotidiano
Lo extraordinario de Envera Gastro es precisamente su falta de pretensiones. No hay carteles que proclamen su labor social, ni los empleados llevan distintivos. La inclusión aquí ocurre en silencio: cuando Dani explica el menú a un cliente nuevo, cuando Emilio recoge las mesas sin que nadie le trate con condescendencia o cuando Luz recibe un "hasta mañana" al cerrar.
El centro cultural, ubicado en un barrio humilde de Madrid, se ha convertido en el escenario perfecto para esta transformación. Los vecinos, acostumbrados a ver el local vacío durante años, ahora lo frecuentan como cualquier otra cafetería. "Al principio venían por curiosidad, pero repiten por el ambiente", comenta Paloma Serrano, la periodista que cubrió la historia.

Daniel y Emilio, en Envera Gastro
El proyecto también sirve como puente laboral. Los empleados, formados por Envera, adquieren habilidades que les abren puertas en el sector hostelero. Dani, por ejemplo, nunca había trabajado en una barra hasta llegar aquí. "Me está gustando aprender", admite. Para él y sus compañeros, el uniforme no es solo una prenda: es un símbolo de pertenencia.
Un modelo replicable
La historia de Envera Gastro podría resumirse en una frase: "La inclusión no se regala, se demuestra". Mientras otras iniciativas fracasan por paternalismo, este local ha entendido que la dignidad viene del respeto, no de la lástima. Los clientes no reciben descuentos por solidaridad; pagan lo mismo que en cualquier cafetería porque el servicio lo vale.
David Ferreros lo tiene claro: "Si el proyecto funciona, es porque cumple estándares profesionales". Y los datos le dan la razón. La cafetería, que empezó como un experimento, ya es un referente en el distrito. Tanto, que Envera estudia replicar el modelo en otros centros.
Mientras, en el local del Gloria Fuertes, el olor a pan tostado anuncia otro día de trabajo. Luz sirve cafés con la seguridad de quien sabe que ya nadie la mira como antes. Dani saluda a un cliente habitual. Fuera, un avión despega rumbo a algún lugar lejano, pero aquí, en esta esquina de Madrid, lo importante ocurre dentro: personas que, taza a taza, están redefiniendo lo que significa ser parte de una comunidad. Al final, como dice Luz, todo se reduce a algo sencillo: "Que te traten como a cualquiera". En eso (y en el café recién hecho) consiste la verdadera inclusión.