
Cristina narra el cuento de Navidad de su nieto y el árbol menguante
La directora de Fin de Semana cuenta a la audiencia de Fin de Semana de COPE una personal historia de Navidad
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¡Muy muy buenos días España! Muy bienvenido a Fin de Semana, te saluda Cristina López Schlichting.
Es 21 de diciembre, en efecto, y pasa hoy de todo. Empieza el invierno a las 15:03 de esta tarde. Hoy será el día más corto del año y la noche más larga y, a partir de hoy, se irán prolongando hermosamente los minutos y horas de sol. El invierno de 2025 durará 88 días y terminará el 20 de marzo con la llegada de la primavera.
Durante la primera parte de la historia del cristianismo, la Navidad se celebraba en otras fechas y, poco a poco, se fue desplazando al solsticio de invierno, para significar este estallido de luz en mitad de la más densa oscuridad. Hoy es último domingo de Adviento y encendemos la cuarta y última velita de la corona de adviento y nos preparamos para la fiesta grande de la noche del miércoles 24.
Y luego, aquí en la tierra , hay elecciones en Extremadura, especialmente emocionantes porque se plantean como una página nueva en esa región bella donde los socialistas han gobernado siempre, exceptuando una legislatura y donde todo apunta que va a ver un revolcón del PSOE que augura también un cambio de ciclo político nacional, que se irá verificando en las próximas elecciones autonómicas de Aragón, Castilla y León y Andalucía. Enseguida analizaremos las encuestas y conectaremos con Extremadura, pero antes, antes déjame contarte un cuento de Navidad, que es lo más hermoso de lo que tenemos por delante.
El cuento de navidad de cristina
Servidora es exagerada. Más que la contención alemana de la madre, ha sacado el temperamento apasionado del padre, Felipe, que ya he contado a los oyentes que falleció hace dos años. En este afán por hacer de estas fiestas algo precioso, y según he ido cambiando de casa, mi árbol de Navidad fue creciendo.
El pequeño arbusto inicial ha sido sustituido por hermanos más grandes hasta convertirse en un monumento de dos metros y pico cuya punta rozaba el techo. Cada año se vestía de una forma, en ocasiones más infantil -en verde y rojo-, otras en plan elegante, en dorados, otras en blanco o en azul. La cuestión es que a veces nos creamos necesidades que se presentan con dulzura y acaban encadenándonos. El tiempo dedicado a montar el árbol había alcanzado las cuatro horas... entre varias personas. Eso sin contar lo de la subida de las cajas del trastero. Del Belén panorámico, mejor no hablamos. Mi casa estaba preciosa en Navidad y yo divinamente estresada.
Y hete aquí que este año anuncia su llega a España mi nieto, que viene por primera vez de Bulgaria, y caigo en la cuenta que los cables y las luces son un estorbo y una tentación constante para un bebé de nueve meses que, por cierto, cumple hoy. Bueno, pues hablo con mi hijo y convengo que de árbol nada, que pondremos un pequeño ejemplar que se pueda instalar encima de una mesa o un aparador.
El piso, por supuesto, se estrecha para acoger una cuna, un parquecito, una trona, un carrito, una silla para el coche, que si no, te ponen una multa. Pido por Internet el nuevo árbol, abro la caja y ahí está, apenas 60 centímetros de chisme insignificante y casi ridículo, con las luces incorporadas a las ramas, nah, una miseria de cuatro ramas que pusimos en diez minutos y cubrimos con tres colgantes y bolas. Lo miré con lástima. Enano encima de su mesilla. Intenté animarme a mí misma. “Venga Cristina, que Navidad no son las bolas ni estas tonterías superficiales”…
No te creas que funcionaba mucho el consejo. En la casa de mis abuelos alemanes se ponía un árbol natural, que llenaba toda la casa con aroma de pino, y se encendían, una a una, las velas de cera, que al soplarse derramaban un inconfundible olor a misterio. Mi abuelo Klaus, siempre previsor, instalaba un cubo lleno de agua junto al árbol, por si se prendían las cortinas.
Un retumbar como de tambor pequeño, un susurro de pana contra el suelo y una cabecita asomó por el umbral. Mi nieto venía gateando a toda mecha y alzó la cara redonda"
Directora de Fin de Semana
Ayer por la tarde entré en casa. Amenazaba lluvia y la luz se había marchado, era un ambiente un poco triste. Abrí la puerta y, en la negrura, brillaba ridículo el arbolito, cuyas luces apenas lograban iluminar la entrada. Estaba yo colgando el abrigo y suspirando con nostalgia, cuando escuché un rumor por el pasillo. Un retumbar como de tambor pequeño, un susurro de pana contra el suelo y una cabecita asomó por el umbral. Mi nieto venía gateando a toda mecha y alzó la cara redonda.
Recordé entonces la canción que cantaban mis hermanas pequeñas: “Redondo, redondo, redondo es el sol, redonda la pelota, redondo es el tambor”. Un sol intenso se hizo en el salón oscuro. Felipín sonrió con picardía al divisar a la abuela. Cogió impulso y gateó hasta mis pantalones y se puso de pie. Y ahí, justo ahí, en ese instante, comprendí lo bello que es mi árbol este año y que la Navidad acontece suavemente como un milagro, se regala a los pastores y a las mujerucas como yo, a los más desconcertados del mundo.
El miércoles seremos 27 en casa. Sacaremos sillas de donde podamos, dispondremos platos de cartón, porque eso no hay quien lo friegue todo después, estaremos como piojos en costura y hablaremos del Niño Dios y de mi padre. Cantaremos, mal por supuesto, esas cosas de San José con barbas, el crío al que roban los pañales, las cuatrocientas sillas que se sacan si quieres que te cantemos, el burro y la vieja. En el centro, Felipín se reirá, seguro, y en el cielo mi padre Felipe nos cuidará. Y el árbol de 60 centímetros lucirá como el de la Puerta del Sol, el de Gijón, el de Nueva York, porque la esperanza de la Navidad es para los pequeños, para los tristes, para los humildes, para los árboles más endebles y ridículos.



