Un jubilado de un pueblo de Zamora le hace una petición e Inés abandona su trabajo por un oficio en extinción: "Iba a mandar un camión al matadero"
Inés Luengo dejó su trabajo para salvar de la extinción a la cabra de las mesetas, una raza autóctona de la que apenas quedan unos 1.000 ejemplares

Ángel Expósito y Carolina Miravalles cuentan la historia bonita detrás de Inés Luengo en Fariza de Sayago
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En el programa 'La Linterna' de COPE, Ángel Expósito y Carolina Miravalles han contado la historia de Inés Luengo, la que podría ser la última cabrera de las mesetas en Fariza de Sayago, un pueblo de Zamora de 500 habitantes. Esta raza caprina autóctona es una de las más antiguas del país y se encuentra en peligro de extinción, con apenas 1.000 ejemplares en Castilla y León. Inés es dueña de 200 de ellas, convirtiéndose en un referente de las mujeres rurales emprendedoras que apuestan por la vida en el campo.
Un relevo generacional inesperado
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Hace seis años, la vida de Inés dio un giro radical. Aunque había estudiado elaboración de productos lácteos y trabajaba en una residencia, una cabaña de cabras de las mesetas se cruzó en su camino. El dueño, a punto de jubilarse, no encontraba a nadie que se hiciera cargo del rebaño. Con 30 años y el apoyo de su pareja, Inés se armó de valor para convertirse en cabrera, a pesar de no haber tenido nunca contacto con estos animales.
Su decisión fue crucial para la supervivencia del rebaño. El anterior propietario "había estado buscando gente para comprarlas", pero como "las cabras son muy difíciles de manejar, entonces las iba a mandar a un camión y tal matadero", explica Inés. Así fue como esta pastora salvó de un final seguro a un rebaño clave para la conservación de la especie.
Una vocación forjada en la infancia
Aunque nunca había trabajado con cabras, la conexión de Inés con el campo viene de lejos. Tal y como ha relatado en el espacio de COPE, desde pequeña ayudaba a sus padres, Marcelina y César, con las ovejas y las vacas. "Si había nacido algún corderito, pues, me tocaba traerlo a cuestas, y yo, con 8 años, andaba ahí que ya no me llegaba casi a casa del peso que tenía", recuerda.

Un molino hidráulico conocido como el Molino de Serafín en Fariza de Sayago, Zamora
Su ayuda era fundamental, especialmente en los partos complicados. Gracias a sus "brazos largos y delgaditos", con solo 12 años ya era capaz de asistir a su padre. "Como podía meter la mano, pues, a lo mejor, ayudarle a tirar de la cabeza porque no le salía, metía hasta el codo casi la mano allí, y le daba la vuelta al cordero", detalla sobre una habilidad que ya presagiaba su futuro en la ganadería.
La realidad de la vida en el campo
La rutina de Inés comienza al alba ordeñando a sus 200 cabras. Después de llevar a su hija Alicia, de 15 años, al autobús escolar, se dirige al monte. Su historia es similar a la de otros jóvenes que han encontrado en el pastoreo una forma de vida. Sin embargo, la imagen idílica tiene sus matices: "Voy con el destino de mis 5 perros, porque, si no, no puedo dominarlas. Unas van para la derecha, otras para la izquierda", confiesa.

Inés Luengo, cabrera de Fariza (Zamora) en Arribes del Duero
A pesar de la dureza, Inés encuentra una profunda satisfacción en su trabajo. "Te pones en el campo, ahí, sentado en una peña, mirando a la vegetación y a las flores, mirando al cielo, un azul con sus buitres leonados, el águila real y el alimoche, entonces, es paz", afirma. Una paz que contrasta con las crecientes trabas que enfrenta el sector agrícola para mantener los montes limpios.
No obstante, las dificultades son una constante. "Cada vez está la cosa más complicada, porque cada vez hay más burocracia, más enfermedades, menos medicamentos que puedes poner, y te lo ponen más complicado, que al final te aburres y abandonas", lamenta. Estas trabas, como los exigentes controles fitosanitarios y el papeleo, le hacen ver "inviable" que su hija Alicia pueda seguir sus pasos.
El vínculo con sus animales es tan fuerte que incluso les pone nombre, como a Pitorra, Pantalona o Chenoa, a la que bautizó así porque "se ponía arriba de las piloneras y se ponía estirada para arriba, como una cantante con el micrófono". Inés, la última cabrera de las mesetas en Fariza de Sayago, no solo ha salvado a una especie de la extinción, sino que ha encontrado un modo de vida que, a pesar de todo, no cambiaría por nada.
Este contenido ha sido creado por el equipo editorial con la asistencia de herramientas de IA.