Ni los del Caribe, ni Francis Drake: los piratas que temían los españoles hicieron preso a Miguel de Cervantes
Había miedo por los viajes a América, pero el verdadero problema en los mares con estos personajes ocurría mucho más cerca de la Península Ibérica

Sofía Buera descubre las curiosidades de la historia detrás de los piratas con la historiadora Ana Velasco
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Hollywood nos ha hecho creer que los piratas más temidos por los españoles surcaban las aguas del Caribe, con banderas negras adornadas con calaveras y tibias cruzadas. Sin embargo, la historiadora Ana Velasco, en conversación con Sofía Buera en Herrera en COPE, desmonta buena parte de ese imaginario y recuerda que el miedo real se vivía mucho más cerca de casa: en el Mediterráneo, donde los piratas berberiscos secuestraban a marineros y viajeros para venderlos como esclavos.
Más curiosidades de la historia
“En realidad, a los piratas a los que se temía, sobre todo en España, era a los del Mediterráneo”, subraya Velasco. Eran los llamados corsarios berberiscos, vinculados al Imperio Otomano, que convertían la costa en un lugar peligroso. Entre sus víctimas estuvo Miguel de Cervantes, cuya experiencia como cautivo en Argel inspiró sus obras sobre “Los Baños” y alimentó el mito —falso— de que era manco. “Perdió el uso de una mano por un arcabuzazo, pero no la mano”, puntualiza la historiadora.
Estos ataques no eran casos aislados. Ciudades como Almuñécar, Ceuta o Mallorca sufrieron sus saqueos, y nombres como el de Barbarroja, pelirrojo por herencia de cautivas europeas, todavía resuenan como sinónimo de terror marítimo.

Navegando frente al Estrecho de Gibraltar, una escuadra de siete barcos corsarios argelinos, o berberiscos, causaba daños considerables al comercio mediterráneo inglés y holandés desde Argel. Para agosto de 1670, el comandante inglés Sir Thomas Allin y el almirante holandés Willem Joseph, barón van Ghent, colaboraron para impedir que los corsarios llegaran a Argel. Los ingleses enviaron al comodoro Richard Beach con una pequeña escuadra para unirse a los holandeses. Entre el 14 y el 24 de agosto, barcos holandeses persiguieron a seis de los barcos corsarios durante varios días hasta que alcanzaron tierra cerca del cabo Espartel.
Democracia en alta mar y códigos insólitos
Lejos del estereotipo de delincuentes caóticos, muchos piratas tenían una estructura interna sorprendentemente ordenada. “Eran sociedades democráticas radicales”, explica Velasco. El capitán era elegido por votación y existía un código de conducta que prohibía, por ejemplo, el juego con dados o las peleas a bordo. El reparto del botín se hacía de forma equitativa y, si un miembro de la tripulación resultaba herido, recibía una compensación.
La bandera negra, el famoso “trapo” que anunciaba que eran criminales del mar, no siempre llevaba calaveras. En ocasiones, se izaba una bandera roja para advertir que no habría piedad. Y aunque en el Caribe sí operaban figuras legendarias como Barbanegra o Bartolomé Roberts, su radio de acción y sus métodos eran muy diferentes a los de los piratas del Índico o del Pacífico, donde flotas gigantescas, como la de la temida Ching Shih, movilizaban miles de hombres.

Ching Shih ('Madame Ching', nacida Shih Yang, 1775-1844) fue una líder pirata china que aterrorizó los mares de China durante el Imperio Jiaqing. Ilustración de la "Historia de los Piratas de todas las Naciones", publicada en 1836.
Más allá del mito cinematográfico, la línea entre pirata y corsario era difusa. Personajes como Francis Drake, al servicio de Isabel I de Inglaterra, actuaban con patente de corso, pero para las víctimas españolas “no había ninguna diferencia”. El botín desaparecía igualmente, ya fuera para el bolsillo del capitán o para la corona inglesa.
El miedo estaba en el Mediterráneo
Pese a la fama de los piratas del Caribe, el verdadero pavor lo provocaban los del Mediterráneo. Sus incursiones buscaban cautivos, especialmente mujeres, para venderlos como esclavos o enviarlos a harenes. Esa realidad marcó la vida de figuras históricas y dejó huella en nuestra literatura y memoria colectiva.
Historias como la del pirata almeriense que jugó un papel clave en la historia de España, la de la isla española repoblada con esclavos africanos, o la del joven Julio César secuestrado por una flota pirata confirman que el fenómeno fue global y mucho más variado de lo que nos cuentan las películas. Incluso hay episodios tan curiosos como el de un pirata que se enamoró en Asturias y dejó su nombre en un puente.
Lejos de los tópicos de loros, parches y tesoros enterrados, la piratería que temían los españoles era más brutal y cercana de lo que muestran las pantallas. Y quizá, si hoy viéramos izar el “trapo rojo” desde la cubierta de un barco, entenderíamos por qué, durante siglos, la verdadera amenaza no estaba cruzando el Atlántico, sino en las aguas que bañan nuestras costas.