El personaje histórico al que podría pedir consejo María Jesús Montero si quiere sacar adelante los Presupuestos Generales del Estado de 2026
La historia económica de España de los siglos XVI y XVII puede explicarse de bancarrota en bancarrota

La vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, durante una sesión de control al Gobierno
Madrid - Publicado el - Actualizado
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El curso político empezó el pasado 1 de septiembre con una entrevista al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en Televisión Española. En esta misma, la presentadora de la edición vespertina del telediario, Pepa Bueno, preguntó directamente a Sánchez si iba a presentar presupuestos este año.
El socialista aseguró tajante que sí, que lo haría: "vamos a presentar los presupuestos y los vamos a pelear para aprobarlos", dijo. La Constitución, en su artículo 134.3, dice que el Gobierno tiene que presentar el proyecto de Presupuestos ante el Congreso de los Diputados "al menos tres meses antes de la expiración de los del año anterior".
¿Qué significa esto? Que hoy expira el plazo para que el Ejecutivo registre en la Cámara Baja la que, según decía el propio Pedro Sánchez —cuando estaba en la oposición, claro— "es la principal ley de un Gobierno". La última hora, sin embargo, no pasa —como debería ser— por la responsable última de esta iniciativa legislativa, la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda, María Jesús Montero, sino por el titular de la cartera de Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños, quien ha declarado que, desde el Gobierno, están "ultimando los detalles".

María Jesús Montero (i) hablando con Félix Bolaños (d) durante una sesión plenaria en el Congreso de los Diputados
Lo cierto es que, aunque se lleguen a presentar los Presupuestos Generales del Estado (PGE) —algo que el Ejecutivo no ha hecho en los últimos años—, no hay muchas esperanzas de que puedan aprobarse porque para ello se necesitan más síes que noes.
La aritmética parlamentaria es muy compleja, más aún si tenemos en cuenta que los socios están más acostumbrados a extorsionar y a recibir cesiones de todo tipo sin siquiera tener que negociar porque el argumento de 'que viene la ultraderecha' es más fuerte.
españa, país de bancarrotas
La Historia de España ha estado repleta de episodios económicos en los que el país se las ha visto y se las ha deseado para salir adelante. La crisis financiera de 2008 y la que llegó tras la pandemia de la COVID-19 son ejemplo de ello, pero no son los únicos ni tampoco los peores que se recuerdan.
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Entre los siglos XVI y XVII, esto es, en plena época imperial, la Corona de Castilla llego a declarase en bancarrota hasta en siete ocasiones (1557, 1575, 1596, 1607, 1627, 1647 y 1653), lo que evidenciaba, dice el historiador Manuel Fernández Álvarez citando a Luis de Ortiz, "un desajuste tan grande entre el poderío militar de la Monarquía y su pobre economía, que cualquier catástrofe podía temerse".
A mediados del siglo XVI, asegura el historiador madrileño, "Felipe II era consciente del desbarajuste económico en que estaba cayendo la Monarquía Católica". El entonces príncipe de las Españas escribió a su padre, el emperador Carlos, para explicarle la dificultad "que había en mandarle tantos caudales como exigía para financiar sus empresas en Europa".
El futuro monarca "tenía muy claro que Castilla estaba al borde de sus fuerzas" y que era del todo imposible pedirle a sus gentes "el esfuerzo económico que el rey Francisco hacía en Francia". Tal es así que en la carta, Felipe explica a su padre la situación de los castellanos que "de un año contrario quedan pobres de manera que no pueden alzar cabeza en otros muchos".

'Carlos V y Felipe II', retrato de Antonio Arias Fernández (1639-1640)
No se quedaba atrás ni se debía ignorar, cuenta Fernández Álvarez, "el hecho de que cada pueblo tenía sus usos, sus costumbres y sus privilegios, y eso había que considerarlo con suma atención". Se ve que por muchos siglos que pasen, España y sus problemas siguen siendo siempre los mismos.
en busca de una solución
En 1557, tras la abdicación del rey Carlos, primero de España y quinto de Alemania, Felipe II llevaba ya un año en el Trono y era consciente de que la situación era límite. 'El Prudente' gobierna un país al borde de la suspensión de pagos en el que la deuda supone el doble de los ingresos de la Corona y "la gente común, a quien toca pagar los servicios, está reducida a tan extrema calamidad y miseria que muchos andan desnudos sin tener con qué se cubrir".
Así es como aparecen en escena el contador y alto funcionario del Estado, Luis de Ortiz, y su obra más destacada, el Memorial para que no salgan dineros del Reino (Valladolid, 1558), un texto que algunos autores han catalogado —al menos así lo recoge John Reeder— como "uno de los primeros y más completos tratados mercantilistas escritos en la Europa del siglo XVI", y que otros han querido renombrar como Libro sobre cómo quitar de España toda ociosidad e introducir el trabajo.
El documento está compuesto por unos setenta folios en los que "Luis de Ortiz denuncia los graves fallos de a economía española que podían dar al traste con su poderío", apunta Fernández Álvarez. Reeder, por su parte, destaca su "corte proteccionista e intervencionista" y su enfoque porque "todo son órdenes y mandamientos", que, además, resultan "escasamente originales".
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Pese a esto último, el rey le promete al contador que, en el caso de que sus medidas dieran el resultado esperado, "todo lo susodicho se os cumplirá, sin faltar cosa alguna dello", explica de nuevo Fernández Álvarez.
Si bien es cierto que Castilla poseía entonces "la materia prima más importante de aquella época de toda la Europa occidental", esto es, la lana, lo cierto es que no eran los propios castellanos quienes convertían esa lana en "preciosas piezas labradas", sino los extranjeros.
Luis de Ortiz propone que, para evitar que sean otros los que hagan el negocio con la lana castellana, "no salgan del Reino mercaderías por labrar ni entren en él mercaderías labradas". No obstante, el problema —seguía el funcionario— era mucho mayor y no solo de carácter económico. Fernández Álvarez detalla que De Ortiz "pediría un cambio tan profundo como era educar a todos los españoles en el trabajo, fueran o no nobles, y apartarles de la ociosidad". El objetivo era que "estando la gente toda ocupada en sus oficios, no habrá los ladrones, salteadores, vagabundos y perdidos que hay en el Reino".

Dos arcabuceros retratados durante la batalla de San Quintín contra Francia
golpe de realidad
Las medidas que presentó Luis de Ortiz al Rey Prudente "eran inviables, porque afectaban a los estamentos más poderosos del reino, que las rechazaban de plano", dice el historiador madrileño. Felipe II optó, por el contrario, por convertir la deuda flotante en consolidada. Esta medida le permitía ganar tiempo porque convertía los préstamos a corto plazo en compromisos a largo plazo. "Además, apoyó con toda firmeza las negociaciones de paz con Francia, consciente de que la mayor causa de la ruina de la Hacienda Real era la guerra".
La situación económica de la España del siglo XXI no es quizá tan extrema —por ahora— como la que soportaron nuestros antepasados en el siglo XVI, pero exige, de igual modo, mirar de frente a los principales problemas que se presentan ante nosotros.
La insostenibilidad del sistema de pensiones, la subida al calvario que tiene que enfrentar quien se arriesga y emprende, o la excesiva carga fiscal a la que el Estado somete tanto a sus ciudadanos como a sus empresas, exigirían de nuestros políticos una ley de presupuestos orientada al interés general y no a la supervivencia en el poder de un presidente del Gobierno cuyo entorno familiar y laboral está cerca de —o ya sentado en— el banquillo, esperando a que un tribunal los juzgue por hacer lo que dijeron que venían a desterrar. ¡Triste España sin ventura, todos te deven llorar!