Lepanto, Sánchez y Greta Thunberg: de la victoria al espanto internacional
El presidente del Gobierno ha enviado un patrullero para escoltar y proteger a la flotilla solidaria que va a Gaza

Greta Thunberg (i), 'Episodio del combate naval de Lepanto' de Antonio de Brugada (c) y Felipe II retratado por Sofonisba Anguissola (d)
Madrid - Publicado el - Actualizado
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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha enviado un buque militar, concretamente el BAM (buque de acción marítima) Furor, para escoltar y proteger a la Global Sumud Flotilla que lleva ayuda humanitaria a la franja de Gaza de la mano de la activista climática Greta Thunberg, la exalcaldesa de Barcelona, Ada Colau, y otros personajes políticos de primer nivel intelectual.
El patrullero ha zarpado este jueves desde el puerto militar de Cartagena (Murcia) "equipado con todos los medios" y "para que [los integrantes] puedan ser rescatados en caso de que haya alguna dificultad [aunque] esperemos que eso no suceda", anunció Sánchez ayer en una comparecencia ante la prensa en la misión diplomática española ante Naciones Unidas.
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El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, ha advertido –o amenazado–, además, a Israel –provocando en ellos gran temor– de que España responderá a cualquier acto que, según él, "viole" la libertad de movimiento de la Flotilla, su libertad de expresión y el derecho internacional.
Lo cierto, bromas aparte, es que no siempre hemos hecho el ridículo en el Mediterráneo. Hubo un tiempo en el que los barcos españoles eran respetados, incluso temidos.
Pero eso fue en otro tiempo, claro. En concreto, cuando pintábamos algo en el panorama internacional, cuando éramos un interlocutor serio con algo que ofrecer al mundo y no un país de pandereta que eleva al poder a lo peor de cada casa.
los barcos castellanos
Desde tiempos inmemoriales los pobladores de la Península Ibérica se han lanzado al mar en busca de nuevos horizontes. Su color azul y el rugir hipnótico de sus olas pronto despertaron la curiosidad de los tartesios, griegos, fenicios, cartagineses o romanos y provocaron en ellos la necesidad de saber qué había no solo en él, sino también más allá.
Algunos historiadores como Manuel Fernández Álvarez o Francisco Javier García de Castro hablan de la "superioridad táctica y combativa" de las naves castellanas entre los siglos XIV y XV. Algo que secunda el Instituto de Historia y Cultura Naval cuando afirma que, durante la Guerra de los Cien Años (1337-1453), "tanto Francia como Inglaterra necesitaban el apoyo de los buques castellanos, prestigiados por la superioridad demostrada durante la Guerra de los Dos Pedros (1356-1369) sobre una Marina de Aragón que entonces rehuyó el combate".

Réplica de las naves que llevaron a Colón a descubrir América en el Muelle de las Carabelas Palos de la Frontera (Huelva)
La empresa colombina, es decir, el Descubrimiento de América por Cristóbal Colón, llevado a cabo en la última década del siglo XV con el inestimable apoyo –nunca reconocido ni tampoco valorado lo suficiente– de la reina Isabel "la Católica", vino a demostrar que Castilla era la potencia marítima.
Portugal, en busca de una ruta nueva hacia las Indias que evitara al intermediario musulmán que encarecía el producto oriental, había conseguido doblar años antes el Cabo de Buena Esperanza, una gesta que, aunque merece ser loada, se consiguió sin mucho riesgo en comparación con la llevada a cabo por las naves castellanas.
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Los lusos bordearon la costa africana, mientras que tres carabelas castellanas, La Pinta, La Niña y La Santa María, se atrevieron a surcar el llamado Mar Tenebroso [hoy Océano Atlántico], a navegar siempre hacia occidente.
Nada importaba ni ningún temor provocaban, como dice Fernández Álvarez en su libro Relatos de viajes desde el Renacimiento hasta el Romanticismo (1956), "las dificultades que oponen a la navegación las profundas tinieblas, la altura de las olas, la frecuencia de las tempestades, los innumerables monstruos y la violencia de los vientos".
"La más memorable y alta ocasión que vieron y verán los siglos"
Así se refiere Miguel de Cervantes, quien participó en ella, a la victoria en Lepanto, como "la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros". Algo menos apasionado se muestra el conocido hispanista John Elliott, quien se limita –y no es poco– a decir que "la victoria espectacular de las fuerzas cristianas en Lepanto, en 1571, iba a compendiar para los contemporáneos las más gloriosas acciones de la cruzada contra el Islam".
"El camino hacia Lepanto –explica Geoffrey Parker en su obra Felipe II: La biografía definitiva– empezó cuando un enviado otomano se presentó ante el Senado veneciano quejándose de que sus dominios en Chipre se habían convertido en un nido de piratas que se alimentaban de los súbditos del sultán. Solo su rendición inmediata podría evitar que estallase una guerra".
Como se puede imaginar, los venecianos se negaron a rendirse. Acto seguido, el sultán Selim II se encargó de organizar una gran flota para invadir Chipre. Esto se debía principalmente a que, entonces, el Imperio otomano estaba en plena expansión en el Mediterráneo oriental y central.

'La gloria de Felipe II' o 'Alegoría de la Liga Santa', obra pintada por El Greco para Felipe II en 1579
"En septiembre de 1570 –asegura Parker– [los otomanos] ya habían ocupado la isla entera, salvo la fortaleza y el puerto de Famagusta. Venecia empezó entonces a buscar desesperadamente la ayuda de otras potencias cristianas del Mediterráneo". El primero en responder fue el papa Pío V, quien "veía esta lucha como una cruzada".
Algo más le costó al comandante veneciano Sebastián Veniero, convencer a Felipe II. Según el historiador inglés, "sólo tras muchas y muy duras negociaciones firmaron los plenipotenciarios de Felipe la Santa Liga en Roma, en mayo de 1571". España se comprometía, así, "al pago de la mitad del presupuesto operativo, mientras que Venecia, el Papado y algunos otros aliados italianos se repartían el resto". Dicho de otro modo: España aportó a la Liga la mayor parte de la flota y hombres.
"no nos queda otra alternativa que luchar"
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España, los Estados Pontificios y la República de Venecia se erigieron –junto a Génova y otros aliados menores– como rivales del turco que estaba amenazando el Mediterráneo.
Los otomanos eran imparables. No solo habían tomado por completo Chipre, sino que iban a por las bases venecianas en el Adriático. ¿Qué se podía hacer? Algunos comandantes de la Liga defendían que organizar una estrategia defensiva era la mejor opción, mientras que Venecia "era partidaria de asaltar algún bastión de la costa de los Balcanes".
Felipe II no estaba de acuerdo con ninguno. Él sostenía, como se puede leer en sus cartas, que "lo mejor sería que se juntasse una gruesa vanda de galeras, qual pareçiesse convenir y ser bastante para ser superior a la del enemigo, y con ella hazer los effectos que conviniesse y attender principalmente y quebrantarle las fuerças de la mar, que es el verdadero daño y más en benefficio de la cristiandad".
Algo así debió trasladar el rey a su lugarteniente y hermano, don Juan de Austria, quien explica que "discurren acá muchos que es ya tarde y que el enemigo se abra rretirado de todo punto; otros que no save huyr, y que saldrá la hora que entienda somos en sus mares. La gana que en esta armada ay de pelear es mucha y la confiança en los de vençer no menos...".

La batalla de Lepanto, pintura siglo XVII, iglesia de Monêtier-les-Bains, Altos Alpes
Así don Juan se puso al frente de "la mayor flota cristiana jamás vista en el Mediterráneo –revela Parker–: 280 galeras, entre 20 y 30 naves, y seis barcos de guerra de nuevo diseño". Ese ejército debería enfrentarse a las 230 galeras y 70 naves ligeras de Selim II.
Al ver que eran inferiores en número al propio don Juan le asaltaron las dudas: "'¿Luchamos?', le preguntó al veterano comandante veneciano, Sebastián Veniero, 'Tenemos que hacerlo', contestó Veniero resignadamente. 'No nos queda otra alternativa'".
triunfo militar, moral y simbólico
Las flotas se encontraron la mañana del 7 de octubre de 1571 en el golfo de Patras, muy cerca de la ciudad de Naupacto, que entonces era conocida como Lepanto. 170.000 hombres participaron en la batalla. "Al atardecer –revela Parker– 60.000 de ellos estaban muertos o heridos. Multitud de barcos rotos y hundidos podían verse 'desperdigados en torno a unas ocho millas de agua. El mar estaba completamente cubierto, no sólo de mástiles, palos, remos y maderos rotos, sino de una innumerable cantidad de cadáveres que teñía el agua de un rojo sangre'".
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La Liga Santa había triunfado. Venecia proponía "privar por todos los medios al enemigo de la posibilidad de rehacer su flota". La idea era "sensata, pero no realista" porque las naves del bando vencedor también habían sufrido daños que había que reparar y, después de tanto tiempo en el mar, necesitaban reponer suministros. No obstante, a Veniero se le permitió interrogar a los prisioneros para "elaborar una lista de los capitanes de galera, jefes corsarios y oficiales de la flota otomana". Así, el sultán podía reconstruir sus barcos, pero rehacer su ejército le sería más difícil.
La Batalla de Lepanto no borró al Imperio otomano del mapa, pero sí cambió la percepción de su poder. La victoria de la Liga Santa, liderada por don Juan de Austria, destrozó la flota turca, liberó a miles de cautivos y dio a Felipe II un prestigio inmenso como defensor de la cristiandad. Aunque los otomanos lograron rehacer su armada pocos años después, el mito de su invencibilidad quedó roto, y Europa celebró lo que muchos consideraron la última cruzada victoriosa. Lepanto fue un triunfo militar, moral y simbólico. Se entiende mejor ahora que el almirante genovés Juan Andrea Doria asegurase que había sido "la mayor victoria que ha sido nunca en la mar".
y de repente, Greta
Y ante esto se contrapone la Flotilla de Greta Thunberg y Ada Colau. En su derecho están de ir, faltaría más –pero no de que nos cueste el dinero y un conflicto, como mínimo, diplomático de primer orden con Israel–, así pueden conocer de primera mano la realidad palestina y lo interesados que están los terroristas islámicos de Hamás en la Agenda 2030, los derechos LGTBIQ+, el empoderamiento de la mujer, el ecologismo y demás causas que triunfan en una Europa desnortada que ha olvidado por completo "aquellos valores auténticos que –en palabras de San Juan Pablo II– hicieron gloriosa su historia y benéfica su presencia en los demás continentes".