El Greco que Felipe II rechazó inexplicablemente para decorar El Escorial: "aunque dicen es de mucho arte, contenta a pocos"

El Rey Prudente rechazó este lienzo del pintor cretense porque no se ajustaba a lo que él consideraba piadoso

'El entierro del señor de Orgaz', El Greco (1586)

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'El entierro del señor de Orgaz', El Greco (1586)

Álvaro Fedriani

Madrid - Publicado el

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Ya lo reza el refrán: sobre gustos no hay nada escrito. O, como se dice ahora, para gustos, colores.  Y, aunque sea cierto, no lo es menos que hay unos gustos mejores que otros. Cuando el 23 de abril de 1563 se colocó la primera piedra de lo que más tarde terminaría siendo el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, Felipe II tuvo, según dice Manuel Fernández Álvarez, historiador, "dos oportunidades para hacer de él una pinacoteca de excepcional valía".  

Esas dos oportunidades tenían nombre propio: Juan Fernández de Navarrete, llamado "el Mudo", y Doménikos Theotokópoulos, más conocido como "el Greco". Navarrete era, en palabras de Fernando Marías, el "pintor favorito" del Rey Prudente. Sin embargo, una obstrucción estomacal lo apartó el 28 de abril de 1579 tanto de El Escorial, como del mundo, dejando vía libre al griego.

en busca del mecenazgo real

El Greco nació en la isla de Creta (actual Grecia) en el año 1541. Allí vivió hasta los veintiséis años desempeñándose como maestro de iconos de estilo posbizantino. En 1567 decidió poner rumbo a Italia, donde entró en contacto y aprendió con los mejores pintores renacentistas. Primero estuvo en Venecia, ciudad en la que asumió plenamente el estilo de Tiziano y Tintoretto. Poco después se trasladó a la Gran Urbe, esto es, Roma, donde estudió el manierismo de Miguel Ángel. 

En el año 1577, llegó a España, según dice Geoffrey Parker en su obra Felipe II: La biografía definitiva"en busca de mejores mecenas que los que había encontrado en Italia". Una vez aquí, se estableció en la ciudad imperial, es decir, Toledo, en la que vivió y trabajó el resto de su vida.

Su pintura llamaba la atención por ser distinta a la que podía verse entonces en España. Frente al realismo sobrio y a la tradición italiana más equilibrada, él ofrecía unas figuras alargadas, colores intensos y una expresividad casi teatral que otorgaban un aire místico a sus escenas. Su estilo, heredero de la pintura veneciana y del arte bizantino, era novedoso y audaz, capaz de conmover por su espiritualidad y de desconcertar a quienes esperaban un arte más académico.  

'La gloria de Felipe II' o 'Alegoría de la Liga Santa', obra pintada por El Greco para Felipe II en 1579

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'La gloria de Felipe II' o 'Alegoría de la Liga Santa', obra pintada por El Greco para Felipe II en 1579

Fue quizás este el motivo por el que Felipe II pensó en él para sustituir a Navarrete en la decoración pictórica de El Escorial. Esto, no obstante, llegó después de que El Greco le regalara al rey la Alegoría de la Liga Santa, también conocida como La gloria de Felipe II o Adoración del nombre de Jesús.

El cuadro debió impresionar y gustar al monarca ya que, "justo antes de salir hacia Portugal en 1580 –asegura Parker–, le encargó otro trabajo para San Lorenzo de El Escorial: El martirio de San Mauricio y la legión tebana". Además, nos cuenta José Álvarez Lopera que "el 25 de abril de ese año ordena al prior de El Escorial pagar una cantidad de dinero a El Greco para la compra de colores, sobre todo 'el ultramarino', de modo que la ejecución, ya iniciada, pueda avanzar con rapidez". 

EL MARTIRIO DE SAN MAURICIO

Dos años después del encargo, a finales de 1582, El Greco entregó la obra acordada. "Más de tres veces mayor que el de la Alegoría", apunta Parker. El lienzo, de cuatro metros y medio de alto por tres de ancho, está dividido en tres escenas diferentes. A la derecha, en primer plano, el oficial romano San Mauricio, comandante de la Legión 22, llamada "Legión Tebana" por haber sido reclutada en la ciudad egipcia de Tebas, anima a sus compañeros (los también santos Cándido, Inocencio, Exuperio, Vital, Urso y Víctor) a desobedecer la orden del emperador Maximiano de perseguir y matar cristianos y venerar a los dioses paganos de Roma.

El martirio de San Mauricio y la legión tebana, El Greco (1580-1582)

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El martirio de San Mauricio y la legión tebana, El Greco (1580-1582)

En esta escena destacan, por otra parte, dos retratos incluidos por el pintor: uno del rey Felipe II, vestido con armadura militar, y otro propio. En el lado izquierdo, en un segundo plano, se presenta el martirio de los soldados romanos, que la Iglesia celebra cada 22 de septiembre. 

Aquí, se puede ver cómo San Mauricio consuela a sus compañeros y los invita –explica Fernández Álvarez– a arrostrar "la muerte sin combatir". Es una representación –continúa diciendo el académico– "que tiene un tono cargado de melancolía que quizá no lleve a la devoción inmediata, pero sí a la reflexión y tras ella a una más profunda devoción".

En la parte superior, El Greco realiza un rompimiento de gloria, esto es, la representación del plano espiritual sobre el terrenal mediante una ficción de perspectiva. El artista incluye aquí un grupo de ángeles que sostienen palmas –el atributo por excelencia de los mártires–, coronas vegetales y diferentes instrumentos musicales que anuncian la gloria que espera en el Cielo a los martirizados por Cristo.

El cuadro, que esta firmado por El Greco con caracteres helenos [ Δομήνικος Θεοτοκόπουλος ἐποίει, que viene a decir: Domenikos Theotokópoulos lo hizo] en la esquina inferior derecha, fue valorado, según Parker, por Rómulo Concinato en 800 ducados en abril de 1583. 

La reacción de felipe ii

Sabemos, por lo que cuenta el inglés, que "llegó Felipe de Portugal y, aunque pagó el precio estipulado, rechazó el cuadro, encargándole a Cincinato que pintara uno que lo sustituyera". 

Al rey "no le contentó" la obra, dejó escrito el padre Sigüenza, probablemente –sigue Fernández Álvarez– porque "quería ser en esto estrictamente fiel a lo señalado por los padres tridentinos", quienes establecían que los temas religiosos deberían ser tratados "de forma sencilla y clara y de modo que excitaran a la devoción. Y acaso la falta de dramatismo y el que no se expusiera como tema principal el mismo martirio, influiría para apartar aquel lienzo de la basílica [no de El Escorial]".

Detalle de 'El martirio de San Mauricio y la legión tebana', El Greco (1580-1582)

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Detalle de 'El martirio de San Mauricio y la legión tebana', El Greco (1580-1582)

El padre Sigüenza en su Historia de la Orden de San Gerónimo de 1602 nos transmite que El martirio de San Mauricio de El Greco contentó "a pocos, aunque dicen es de mucho arte y que su autor sabe mucho, y se ve en cosas excelentes de su mano". Sin embargo, reconoce que "en esto hay muchas opiniones y gustos" y explica que "ésta es la diferencia que hay entre las cosas que están hechas con razón y con arte a las que no lo tienen: que aquéllas contentan a todos y éstas a algunos".  Sigüenza remata asegurando que "los santos se han de pintar de manera que no quiten la gana de rezar en ellos, antes pongan devoción, pues el principal efecto de la pintura ha de ser ésta". 

No obstante, la pintura de Cincinato no supo igualar a la del cretense, como demuestra que fuera tasada solo en 550 ducados. Fernández Álvarez carga contra el italiano con unas palabras de lo más severas: "Que el amanerado y mediocre cuadro de Rómulo Cincinato, un pintor de tercera fila, fuese preferido a la obra genial de El Greco, es algo para lamentar.  Y no solo porque revele las limitaciones en arte de Felipe II, sino porque además el hecho no quedó en que el cuadro del Greco fuese relegado a otra pieza secundaria del monasterio, sino porque ya dejase de ser el gran pintor que lo llenase con sus impares creaciones".

En efecto, El Greco perdió la oportunidad de convertirse en el pintor de El Escorial y Felipe II la de "convertir este en el mejor museo de El Greco". A pesar de ello, Parker, explica que "el mundo debería estar agradecido a los conservadores gustos de Felipe II, dado que su rechazo del cuadro obligó a El Greco a establecerse como pintor independiente, lo que le permitió una libertad mucho mayor para pintar lo que quería, como quería y cuando quería, comenzando por el magnífico Entierro del conde de Orgaz, en el que, tal vez y como una suerte de reconciliación, el artista incluyó a Felipe II".

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