El nombre 'maldito' de los reyes de España que amenaza con no reinar: ¿a la tercera va la vencida?

Pese a que ha habido oportunidades, ningún soberano se ha vuelto a llamar así desde antes de los Reyes Católicos

Retrato de juventud de don Juan de Borbón y Battenberg

Alamy Stock Photo

Retrato de juventud de don Juan de Borbón y Battenberg, conde de Barcelona

Álvaro Fedriani

Madrid - Publicado el

8 min lectura

La historia monárquica de los territorios que hoy conocemos como España está llena de anécdotas y curiosidades. Desde aquel Ataúlfo (410-415) hasta el hoy rey Felipe VI (desde 2014) han sido muchas –más de un centenar– las cabezas coronadas que han regido los destinos de millones de españoles, aunque en épocas pasadas se identificaran según sus reinos como castellanos, aragoneses, leoneses, navarros, asturianos o visigodos.

Una de esas singularidades es la que afecta a los nombres con los que los diferentes soberanos han reinado. A diferencia de los papas, que sí adoptan un nuevo nombre al ser elegidos, los reyes de España nunca se han cambiado el nombre: siempre han reinado con el que fueron bautizados.

Curiosamente, cuando hablamos de los reyes de España, la cuenta se hace siguiendo la tradición del reino de Castilla, que llegó a ser el más influyente en toda la Península Ibérica. Esto significa que la numeración actual ignora la de los reinos vecinos de Castilla como Aragón o Navarra.

Si pensamos en los nombres más usados, enseguida nos viene a la cabeza el de Alfonso, que ha tenido trece titulares. En segunda posición aparece Fernando, con siete usos –aunque quizá habríamos preferido que nunca se hubiera llegado al séptimo–, y cierra el podio Felipe, que, con el actual rey, ya suma seis. El accésit lo obtiene, con el ordinal cuarto, Carlos, acompañado por los menos conocidos Enrique y Sancho.

También hay otros nombres como Pedro o Juana que, aunque solo se usaron una vez, han logrado, gracias a su leyenda, traspasar las fronteras del tiempo y llegar hasta nuestros días con plena vigencia. Sin embargo, hay un nombre concreto que parece estar maldito: un nombre que se ha intentado usar en dos ocasiones –con siglos de diferencia entre sí–, pero que Dios, como "Juez soberano", o la Historia, como sabia mujer, ha preferido evitar para España. No es otro que Juan III.  

Don juan de trastámara, príncipe de asturias

El 30 de junio de 1478, durante los últimos compases de la Guerra de Sucesión castellana –que enfrentó por el trono a Isabel I de Castilla con su sobrina Juana, conocida como "la Beltraneja"–, nació el príncipe Juan de Trastámara. 

Era el primer varón que tenían los Reyes Católicos –el segundo hijo, después de la infanta Isabel, su hermana, a quien arrebataría el título de princesa de Asturias–. Como tal, estaba llamado a heredar tanto el reino de Castilla como el de Aragón, y a consolidar, por ende, la unión dinástica que había comenzado con la boda de sus padres en Valladolid, en octubre de 1469. Por eso, Manuel Fernández Álvarez lo llamó "la esperanza de España".

 "Su nombre –dice Fernández Álvarez– no podía ser otro, conforme a la tradición de que el recién nacido recordase a alguno de sus abuelos". En este caso, el príncipe había heredado el nombre de sus abuelos materno y paterno, ambos llamados Juan, y que habían sido los segundos en reinar en Castilla y Aragón con ese nombre. Sin embargo, la historia de este príncipe, al que se le atribuye una gran pasión marital hacia su mujer, Margarita de Austria, estuvo marcada por la tragedia.

La reina Isabel la Católica, presidiendo la educación de sus hijos

Museo Nacional del Prado

La reina Isabel la Católica, presidiendo la educación de sus hijos, entre ellos el príncipe Juan

Juan nació con un labio leporino que le impedía hablar correctamente. Era tartamudo y de constitución endeble. Comía muy poco, vomitaba con frecuencia y a menudo se desmayaba. Teniendo en cuenta las "dudosas perspectivas de vida de la época", estaba por ver que ese pequeño llegara algún día a convertirse en Juan III.

Para sorpresa de todos el príncipe fue creciendo y a sus 19 años contrajo matrimonio con la hija del emperador Maximiliano I de Austria, la archiduquesa Margarita. Si creemos al cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, aquella fue una celebración a la que asistió "toda la flor de España" y que se alargó "hasta que fue hora de dar parte a la noche". 

La fiesta estuvo cerca de torcerse cuando el caballo del príncipe se espantó "y dio con el principesco jinete en una acequia", explica Fernández Álvarez. Pese a este susto, dice otro cronista de la época, Andrés Bernáldez, que la noche terminó bien porque "ovieron plaçer el Príncipe e la Princesa, gozando de su matrimonio".

No obstante, no duraría mucho esa alegría porque seis meses después unas fiebres acabarían con la vida del heredero de los Reyes Católicos. La salud del príncipe empeoraba por momentos, hasta tal punto que el obispo Deza pidió a sus padres que regresaran porque "andaba con el apetito perdido y le entraban tales congojas que [el prelado] temía lo peor". Fernando acudió a la llamada, pero le ocultó a Isabel el estado de su hijo, al que llamaba "mi ángel". La presencia del Rey Católico solo sirvió empero para ayudarle a "bien morir".

El 6 de octubre ocurrió lo peor: el príncipe Juan expiraba en la ciudad de Salamanca. La noticia, dirá el padre Mariana un siglo después  "fue grande dolor y lástima no solo para sus padres, sino para todo el Reyno". Algo que demuestran las palabras que le dedicó el poeta Juan del Encina: "Pierdes la luz de tu gloria / y el gozo de tu gozar; / pierdes toda tu esperança, / no te queda qué esperar. / Pierdes Príncipe tan alto, / hijo de reyes sin par. / ¡Llora, llora! Pues perdiste / quien te había de ensalçar. / En su tierna juventud / te lo quiso Dios llevar".

Comenzaba así una larga subida al calvario para Isabel, que no solo vería incrementar la enajenación de su hija Juana en Flandes, sino que tendría que enterrar a su madre, a dos hijos y a un nieto en menos de cinco años. "No solo había muerto el hijo de los Reyes; había muerto también el primer príncipe llamado a reinar sobre toda España", asegura Fernández Álvarez, y con él se esfumaba la posibilidad de que subiera al trono un nuevo Juan, Juan III.  

don juan de borbón y battenberg, conde de barcelona

Habría que esperar cinco siglos y dos dinastías (Austrias y Borbones) para que otro príncipe se llamara Juan y tuviera la posibilidad de asumir la Corona como Juan III. Hijo de Alfonso XIII de Borbón y Victoria Eugenia de Battenberg, el nuevo príncipe Juan llegó al mundo el 20 de junio de 1913. 

El infante don Juan no nació para ser rey, pues era el tercer hijo de Alfonso XIII y Victoria Eugenia. Por delante tenía a dos hermanos varones: Alfonso, que tuvo que renunciar a sus derechos dinásticos por contraer matrimonio morganático (con una persona de distinto rango social), y Jaime, que los perdió debido a su sordera.

Así, en 1941, cuando poco antes de su muerte y desde el exilio el rey Alfonso XIII renunció a la jefatura de la Casa Real, don Juan se convirtió en legítimo heredero del trono de España. Aunque la Segunda República primero, y la dictadura de Francisco Franco después, lo apartaron del Palacio Real, él pasó su vida defendiendo los derechos dinásticos de su familia y reclamando para sí y sus descendientes el trono español.  

Sello de don Juan de Borbón y Battenberg

Alamy Stock Photo

Sello de don Juan de Borbón y Battenberg

En 1942, el heredero a la Corona manifestó su aspiración a ocupar el trono. Así comenzó el distanciamiento con Franco. Don Juan vivía entonces en Lausana (Suiza), desde donde emitió un manifiesto en el que aseguraba, dice Suárez, que su régimen [el de Franco] era "incompatible con las circunstancias presentes", por lo que le pedía que dejara paso a la "Monarquía tradicional" pues solo ella "puede ser instrumento de paz y de concordia para reconciliar a los españoles".

La respuesta de Franco llegó en julio de 1947 y en forma de Ley de Sucesión. El dictador presentó un texto que legalizaba la monarquía en España bajo su control y le permitía designar a su sucesor.  A esto le sucedió el Manifiesto de Estoril de don Juan de Borbón, quien reafirmaba en él sus derechos dinásticos y reclamaba su legítima sucesión al trono de España. 

La rehabilitación internacional del régimen, sin embargo, le obligó a reunirse en el golfo de Vizcaya con el Generalísimo en una cita en la que acordaron que su hijo, don Juan Carlos de Borbón, se educaría en España bajo la tutela del general Franco.  

En 1969, Franco decidió designar al príncipe don Juan Carlos como su sucesor y futuro rey de España. Esta decisión suponía que don Juan quedaba apartado de la Corona, dejando de lado los derechos dinásticos que le correspondían como conde de Barcelona.

La decisión se la trasladó Franco a don Juan en una carta en la que le comunicaba y expresaba "mis sentimientos por la desilusión que pueda causaros y mi confianza de que sabréis aceptarlo con la grandeza de ánimo". Según Luis María Ansón testigo de la escena, el infante don Juan de Borbón, tras leer la misiva, exclamó airado: "¡Qué cabrón!"

Aun así, Don Juan aceptó que su hijo fuera educado y preparado en España bajo la tutela del Generalísimo. De esta manera, se aseguraba la continuidad de la monarquía española mientras permanecía como símbolo de la legitimidad dinástica y defensor de la monarquía tradicional desde el exilio.

La renuncia definitiva de don Juan de Borbón a sus derechos dinásticos se produjo en 1977, ya en plena democracia y tras la restauración de la monarquía con su hijo Juan Carlos I en el trono. Aunque durante años había reclamado legítimamente la sucesión, don Juan decidió formalizar su renuncia para consolidar la posición de su hijo como rey de España y facilitar la estabilidad política del país. 

El acto se realizó mediante un documento público, en el que don Juan reconocía la jefatura de Estado de Juan Carlos y cedía todos sus derechos y prerrogativas dinásticas, poniendo fin a décadas de reclamaciones desde el exilio y simbolizando el cierre de una etapa marcada por el conflicto entre legitimidad histórica y la realidad política de la España franquista y democrática.  

Retrato de los condes de Barcelona

Alamy Stock Photo

Retrato de los condes de Barcelona, don Juan de Borbón y María de las Mercedes de Borbón

Se perdía así la última posibilidad, hasta el momento, de tener un rey llamado Juan III. Y, aunque don Juan nunca asumió la Corona, a su muerte, en 1993, fue enterrado en la Cripta Real de El Escorial con la siguiente inscripción: Ioannes III, comes Barcinonae (Juan III, conde de Barcelona).  

Visto en ABC

Programas

Los últimos audios

Último boletín

12:00 H | 02 NOV 2025 | BOLETÍN

Boletines COPE
Tracking