El yate con el que Franco veraneaba en el País Vasco en el que la vida del rey Juan Carlos cambió: quisieron convertirlo en discoteca

Convertido en chatarra, el destino final de la embarcación del caudillo fue una obra artística del escultor Fernando Sánchez Castillo llamada Síndrome de Guernica

Imagen del general Franco en una de sus actividades más conocidas: la pesca del atún a bordo del Azor

Imagen del general Franco en una de sus actividades más conocidas: la pesca del atún a bordo del Azor

José Manuel Nieto

Publicado el

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Durante décadas, la imagen de Francisco Franco sujetando un enorme atún en la cubierta del yate Azor fue símbolo del poder veraniego del dictador. Las aguas del Cantábrico, especialmente en San Sebastián, se convirtieron cada verano en el escenario flotante de su descanso, pero también de decisiones que marcaron la historia de España. Entre las maderas nobles y las reuniones oficiales, el Azor no solo fue un capricho náutico, sino el espacio donde cambió el destino de la monarquía.

El Azor no era un simple barco. Era el segundo con ese nombre, construido en los astilleros de El Ferrol en 1949 especialmente para Franco. Una embarcación de más de 40 metros de eslora y dotada de cañones arponeros. Allí, en agosto de 1948, Franco recibió al conde de Barcelona, don Juan de Borbón. Fue una reunión secreta, a pocas millas de la costa de San Sebastián, que puso la semilla de lo que vendría después: el acuerdo para que Juan Carlos —hijo de don Juan— fuera educado en España bajo la tutela del dictador. Lo que entonces se cocinó entre platos de huevos a la americana y vino “peleón” marcó el rumbo de la Corona.

Atentados, muertes y propaganda

El yate fue también blanco de atentados frustrados. El más audaz tuvo lugar en septiembre de 1948, apenas dos semanas después de la histórica reunión con don Juan. Un grupo de anarquistas liderados por Laureano Cerrada planeó bombardear el Azor desde el aire mientras Franco contemplaba la regata de traineras de la Concha. El plan fracasó por la aparición inesperada de cazas del ejército y, según algunas versiones, por una delación o el temor del piloto a dañar embarcaciones civiles.

Tampoco faltaron las tragedias. En el verano de 1957, el Azor atropelló una barcaza con 28 pasajeros, causando la muerte de cinco personas. El accidente, ocurrido entre San Sebastián y Getaria, fue silenciado por el régimen, y la actuación de la tripulación dejó dudas. Sin embargo, las crónicas oficiales de ese verano prefirieron centrarse en otro suceso: la captura de un cachalote de casi mil kilos por parte de Franco, lo que reforzó la imagen de vigor y dominio que el NO-DO propagaba.

El yate Azor de Francisco Franco en Burgos

EFE

El yate Azor de Francisco Franco en Burgos

El Azor fue mucho más que un yate presidencial. Era una extensión del poder de Franco y también un símbolo del aislamiento del régimen. Por eso, cuando el dictador murió, el futuro del barco fue tan incierto como su legado.

Del mar a la chatarra

Tras su uso residual por Juan Carlos I y Felipe González, que lo utilizó en 1985 para un viaje oficial que fue duramente criticado, el Azor fue retirado de servicio en 1992. Un empresario burgalés lo compró con la idea de convertirlo en una discoteca flotante, pero los permisos nunca llegaron. El buque fue remolcado hasta Cogollos (Burgos), donde pasó años sirviendo como reclamo publicitario de un motel de carretera y un asador.

Finalmente, el Azor fue desguazado. Pero no desapareció del todo. Sus restos inspiraron al escultor Fernando Sánchez Castillo, quien los incorporó a su obra Síndrome de Guernica, una crítica artística al legado franquista que fue expuesta en Madrid en 2012. El yate que albergó acuerdos clave, que sobrevivió a intentos de asesinato y encarnó una época, terminó convertido en pieza de museo y reflexión colectiva.

La obra de arte creada por Fernando Sánchez Castillo con la chatarra del Azor, el yate de Francisco Franco

EFE

La obra de arte creada por Fernando Sánchez Castillo con la chatarra del Azor, el yate de Francisco Franco

El Azor, nacido para ensalzar al caudillo, acabó convertido en arte contemporáneo. De la propaganda al desguace, y del hierro retorcido al análisis crítico de la memoria histórica, su viaje fue tan largo como simbólico.

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