Un paisano descubre por casualidad una cueva en Asturias y lo que oculta deja sin palabras a los expertos: un arte de 30.000 años
En una ladera caliza de San Román de Candamo, Asturias, un vecino descubrió en el siglo XIX una pequeña cueva que parecía no tener importancia. Décadas más tarde, los expertos revelarían que en su interior dormía un legado artístico paleolítico único en el mundo

Madrid - Publicado el
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Un descubrimiento que pasó desapercibido… hasta 1914
Conocida desde antiguo por los habitantes de San Román, la cueva situada en el cerro calizo de La Peña fue “descubierta” oficialmente en 1914, cuando el geólogo Eduardo Hernández-Pacheco, junto al Conde de La Vega del Sella, identificaron sus pinturas y grabados como arte paleolítico. La noticia causó un gran impacto en la comunidad científica, que pronto reconoció su excepcional valor, llevando a su declaración como Monumento Nacional en 1942.
Lo que en apariencia era una oquedad sin relevancia resultó ser un santuario prehistórico con más de 30.000 años de historia. Pinturas de caballos, toros, ciervos, cabras e incluso una figura interpretada como una foca, algo inusual en el arte rupestre cantábrico, hablan de una tradición simbólica profunda y enigmática.

El estudio publicado por Hernández-Pacheco en 1919 se convirtió en una de las monografías más completas del arte rupestre del norte peninsular. Desde entonces, Candamo es un referente mundial en la interpretación del simbolismo paleolítico.
La galería del misterio: signos, caballos y un muro que narra milenios
La cueva tiene una planta de unos 70 metros y está organizada en diferentes salas con nombres tan evocadores como la Sala de los Signos Rojos, el Salón de los Grabados o el Camarín. El espacio más impactante es el llamado “Muro”, una gran pared uniforme donde se superponen generaciones enteras de arte figurativo.
El Salón de los Grabados es el corazón artístico de la cueva, con representaciones en rojo y negro que combinan pintura y grabado sobre estalagmitas, columnas y taludes. En el Camarín, una oquedad elevada y teatral, se exhibe un majestuoso caballo ocre que parece mirar al espectador desde las alturas, acompañado de otras figuras animales, en una escenografía que aún hoy provoca asombro.

La cueva representa una secuencia artística completa desde fases premagdalenienses hasta el Magdaleniense final, abarcando miles de años de historia simbólica. La precisión de las líneas, la proporción de las figuras y el uso del color indican un nivel artístico y espiritual extraordinario.
Daños irreversibles, cierre forzoso y una segunda oportunidad
El acceso sin control durante décadas acabó pasando factura. El vandalismo, la humedad y la afluencia desmedida alteraron el delicado equilibrio de la cueva, provocando la aparición de musgos y algas que dañaron irreversiblemente algunas pinturas. En los años 80, ante el deterioro alarmante, se tomó la difícil decisión de cerrarla al público para su recuperación ambiental.
Tras más de una década de estudios, trabajos de conservación y reposo, la cueva fue reabierta a finales del siglo XX con un acceso controlado. Desde 1999, además, el Palacio Valdés Bazán alberga una réplica expositiva con reproducciones exactas de sus principales paneles, permitiendo a visitantes y escolares descubrir el arte sin comprometer la integridad del original.
En 2008, la UNESCO incluyó oficialmente la Cueva de Candamo en la lista de Patrimonio Mundial, dentro del conjunto del Arte Rupestre Paleolítico de la Cornisa Cantábrica. Una consagración internacional para una cavidad que, a pesar de su pequeño tamaño, guarda una de las mayores expresiones del pensamiento simbólico humano.
Candamo ya no es solo un nombre en los mapas de Asturias: es la huella viva de una humanidad que pintó en la roca su forma de ver el mundo hace más de 18.000 años. Y todo comenzó gracias a un paisano que, sin saberlo, tropezó con la historia.
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