Un detalle oculto en la Giralda que millones han pasado por alto sale a la luz siglos después: así lo descubrieron los restauradores
Más allá de su majestuosidad y su silueta inconfundible en el skyline sevillano, la Giralda esconde en sus muros siglos de historia, símbolos de poder y un arte oculto

Giralda
Madrid - Publicado el
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De alminar a torre cristiana: una historia de transformación
La Giralda, hoy uno de los emblemas más reconocibles de Sevilla y de toda Andalucía, fue en sus orígenes el alminar de la gran mezquita almohade de Isbiliya. Su construcción comenzó probablemente en el otoño de 1184, bajo el impulso del califa Abu Yúsuf al-Mansur, con la dirección del arquitecto Ahmad Ben Baso. Inspirada en modelos del norte de África como la Kutubia de Marrakech o la Torre Hasan de Rabat, la torre sevillana nació con una vocación clara: mostrar el poder islámico a través de una estructura monumental visible desde cualquier punto de la ciudad.
El alminar original alcanzó los 82 metros de altura y estaba coronado por un yâmûr, conjunto de esferas de bronce dorado, elaborado en 1198 tras la victoria almohade en la batalla de Alarcos. Estas bolas doradas fueron consideradas una auténtica proeza técnica y artística del momento.

Tras la conquista cristiana de Sevilla en 1248 por Fernando III, la mezquita fue convertida en catedral y el alminar pasó a tener función de campanario. A lo largo de los siglos, la estructura fue transformándose: el gran terremoto de 1356 derribó las esferas originales, y poco a poco se adaptó la torre a sus nuevos usos litúrgicos, incorporando una espadaña, campanas e incluso una cruz.
El renacer renacentista: Hernán Ruiz y el Giraldillo
Uno de los momentos clave en la historia de la Giralda llegó en el siglo XVI, cuando el maestro Hernán Ruiz fue elegido para renovar la torre y dotarla de un cuerpo de campanas. Las obras se iniciaron en 1557 y culminaron en 1565, dando lugar a la fusión definitiva entre el legado islámico y el estilo renacentista cristiano.

La culminación simbólica de esta transformación fue la colocación en 1568 del Giraldillo, una estatua de bronce que representa el Triunfo de la Fe y que actúa como veleta. La escultura fue obra del fundidor Bartolomé Morel y desde entonces se convirtió en el nuevo símbolo de la ciudad. Curiosamente, el nombre "Giralda" hacía referencia originalmente a esta figura giratoria, hasta que acabó dando nombre a toda la torre.
Durante este mismo periodo, el pintor Luis de Vargas decoró con murales religiosos la fachada norte de la Giralda. Aunque muchas de estas pinturas se perdieron en restauraciones del siglo XIX, recientes intervenciones han demostrado que en el siglo XVI la torre estaba pintada de un característico tono rojizo.

Patrimonio vivo: una torre que sigue revelando misterios
La Giralda no solo es un prodigio arquitectónico, sino también un archivo histórico en piedra. A lo largo del siglo XX, descubrimientos como las aras romanas empotradas en su base han revelado capas anteriores a su construcción almohade. Uno de estos altares, datado en el siglo II d.C., contiene una inscripción dedicada a M. Iulius Hermesianus, un comerciante de aceite procedente de Astigi (Écija).
Reconocida como Monumento Nacional en 1928 e integrada en el conjunto declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987, junto a la Catedral y el Archivo de Indias, la Giralda ha servido de modelo a otras torres en distintas partes del mundo, desde Kansas City hasta Nueva York.
Hoy, con sus 94,69 metros de altura, sigue siendo una obra maestra viva. Más allá de su belleza, la Giralda representa la historia de Sevilla: un cruce de civilizaciones, religiones y estilos que han sabido convivir, solaparse y dejar su huella en una torre que, con cada mirada, sigue contando historias.
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