Su primer gran deseo: una Iglesia unida y misionera

Cada nuevo sucesor de Pedro debe custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, preguntarse cómo afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos del tiempo que le toca vivir. Así lo explicó ayer León XIV durante la Misa de inicio de su pontificado. La continuidad y la novedad de la Iglesia se entrelazaban ayer en una homilía en la que el Papa exponía las crisis de nuestro mundo de hoy y las iluminaba con citas de un padre del siglo IV, San Agustín, y de León XIII, un Papa de hace más de un siglo.

“Amor y unidad son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro”, cuyos sucesores no pueden cansarse “de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo”. Así se expresó ayer León XIV, profundamente conmovido durante toda la Misa, en la que subrayó que la verdadera autoridad del Papa “es la caridad de Cristo”. Y es que la misión (la del Papa, también la de cualquier cristiano) no consiste en “atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús”. Nada más y nada menos.

Ayer el nuevo Papa formuló su primer gran deseo, y nos invitó a secundarlo: “una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”. Una Iglesia misionera que invite al mundo, con humildad y alegría, a mirar a Cristo, a acoger su Palabra que ilumina y consuela. Y hacerlo sin sentirnos superiores, porque si podemos llevar este anuncio a todos no es por mérito propio, sino por haber sido objeto del amor infinito e incondicional de Dios.