"Tuvimos el privilegio de ser testigos de uno de los momentos históricos de España: moría un régimen, pero no nacía inmediatamente la libertad"

El director de 'Herrera en COPE' centra parte de su monólogo en el 50 aniversario de la muerte de Francisco Franco

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Señoras, señores, me alegro. Buenos días. Son las 8 de la mañana, las 7 en Canarias. Entra por ahí una masa polar ártica que lo que suele traer de suyo es frío; lo sorprendente sería que trajera calor. Frío tampoco mucho, pero bueno, fresquito. Ya saben, el frío es una cuestión fundamentalmente psicológica. 

20 de noviembre. Es evidente. Hace 50 años. A ver, ¿dónde estaba usted? No había nacido seguramente. La mayoría de los oyentes de este programa son más jóvenes de 50 años. Alguno tendría 50 y poco y tampoco se enteró mucho. En todo caso supo que se había muerto un señor porque no fue al colegio aquel día. Y uno ya estaba en la facultad, con lo cual ya tenía edad de pensar un poco o de razonar un poco.

El desasnamiento de aquella generación fue muy intenso, y tuvimos el privilegio de ser testigos de uno de los momentos históricos de España más interesantes. Moría un régimen y no nacía inmediatamente la libertad, en contra de lo que dice el sandio este que está en la Moncloa. Moría Francisco Franco. Entre el arrobo de algunos que después han parecido antifranquistas camuflados, pero muchos que, aunque fueran a verle y a despedirle en el Palacio Real o en el entierro al cabo de dos o tres días, sí podían compartir la esperanza que sentía la mayoría del pueblo español. Había un tanto por ciento mínimo de inmovilistas, pero realmente una cantidad despreciable.

La esperanza que albergaba el pueblo español en aquel momento por iniciar algo nuevo, por iniciar una senda de superación de viejas rencillas, olvidar la Guerra Civil, crear una democracia funcional, que España prosperase como luego prosperó, gracias a que se pusieron de acuerdo antifranquistas, franquistas, franquistas camuflados y antifranquistas camuflados, y dieron el gran paso adelante de la Ley de la Reforma Política.

Pero aquellos días fueron muy difíciles. Entre otras cosas, porque fíjense: si Franco, que fue víctima de un encarnizamiento terapéutico salvaje, absolutamente irracional, llega a vivir dos días más, hubiera renovado inmediatamente el mandato en las Cortes de Rodríguez de Valcárcel. Con Rodríguez de Valcárcel en las Cortes, el Rey no habría tenido el margen que sí tuvo colocando a Torcuato Fernández Miranda para incluir al Consejo del Reino una terna en la que estuviera el hombre que él ya tenía en la cabeza, que era Adolfo Suárez.

Recuerden aquellas palabras de Torcuato a la salida del Consejo del Reino: “Estoy en condiciones de darle al Rey lo que el Rey me ha pedido.”

Dos días más… pero murió el 20. Bueno, no sabemos si el 20 o el 19, o a las 5, o a las 4, o a las 3, o a las 9 de la noche. Lo cierto es que el rey Juan Carlos, la última vez que vio a Franco, fue en su habitación de la Ciudad Sanitaria. Le quedaba un hilo de vida y se sentó al lado; le cogió de la mano y fue el momento en que le dijo aquella frase susurrada prácticamente ya con un hilo de fuerza: “Lo único que le pido, Alteza, es que mantenga la unidad de España.”

En torno a Franco crearon una cámara blindada: su familia, el Gobierno. Los últimos días estuvo hibernado. La insistencia terapéutica fue inhumana. Su hija Carmen no estuvo en ningún momento de acuerdo con aquello; sí lo estaba su yerno, que era Martínez-Bordiú. Aquel anciano que había sido todopoderoso —sí, frugal, sobrio, pero fuerte— moría matando.

Había iniciado un camino hacia la muerte sin posible marcha atrás. Cuentan que se le oyó decir “qué duro es morirse” poco antes de perder del todo la conciencia. Lo cierto es que cuando llaman al príncipe de España —al aún no proclamado rey— a la Zarzuela, eran algo más de las 5 de la mañana y le dicen: “Franco ha muerto”. Pero le dan a entender que no le esperan en el hospital. La reina le preguntó: “¿Qué hacemos? ¿Vamos o no?”. Insistió el príncipe de España y le dijeron: “No, no, a usted le esperamos en El Pardo a las 9 de la mañana”. Así que llamó a su gabinete y les dijo: “Despertadme a las 7:30”. Y así fue.

Bueno, pues a El Pardo va a volver a una comida familiar, que es lo más que el régimen sanchista le ha permitido al hombre que encabezó aquella auténtica revolución, aquella auténtica reforma que fue —les guste a algunos o no— Juan Carlos I.

Si quiere luego hablamos de eso, porque una vez un presidente tuvo dos hombres de confianza. Los dos le ayudaron en su ascenso al poder; a los dos les encomendó el control absoluto en el partido. Eran quienes llevaban las negociaciones más delicadas y el control de la organización. A uno de ellos además le puso al frente del ministerio con mayor inversión.

Bueno, pues uno de esos dos hombres ayer salía de la cárcel porque dice el juez que ya no puede destruir pruebas, y el otro se acerca a su entrada en prisión. Aquí hay que hacerse una pregunta: ¿cuál es la responsabilidad política que tiene un líder que, entre todos los miles de militantes que tiene su partido, escoge a dos personas y esas dos personas acaban protagonizando casos gravísimos de corrupción?

Qué ojo clínico tiene Sánchez: Santos Cerdán y José Luis Ábalos. Un águila a la hora de seleccionar personal.

Si Ábalos y Cerdán han podido robar es porque Pedro Sánchez los ha situado en lugares estratégicos del poder y además les invistió con una autoridad que les ha permitido influir en adjudicaciones de obra pública y cobrar comisiones por ellas. Estamos ante personas de la máxima confianza del presidente. Por eso pudieron robar. Tienen por delante un proceso complicado y un panorama que no lo quisiera yo para mí.

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