Un sacerdote toledano resucita un milagro olvidado y encarga a un genio la obra que cambiaría para siempre la historia del arte

 El noble que mereció ser enterrado por dos santos  

El Entierro del señor de Orgaz, conocido popularmente como El entierro del conde de Orgaz, es mucho más que un cuadro. Es la narración visual de un prodigio, el símbolo de una fe inquebrantable y uno de los mayores hitos del arte occidental. Pintado por El Greco entre 1586 y 1588 para la iglesia de Santo Tomé en Toledo, representa el instante en que, según la tradición, San Esteban y San Agustín descendieron del cielo para dar sepultura con sus propias manos al noble Gonzalo Ruiz de Toledo. señor de la villa de Orgaz.

Este acto milagroso se habría producido siglos antes, en 1323, como recompensa divina a una vida dedicada a la caridad y al servicio de la Iglesia. Ruiz de Toledo había dejado en su testamento una generosa manda que incluía vino, leña, carne y dinero para la parroquia y los pobres de su villa. Pero con el paso del tiempo, los habitantes de Orgaz fueron olvidando su compromiso.

Fue don Andrés Núñez de Madrid, párroco de Santo Tomé, quien en 1564 emprendió una reclamación legal para restaurar la memoria del señor de Orgaz y exigir el cumplimiento del legado. Ganó el pleito en 1569 y, con los fondos recuperados, decidió perpetuar la historia en una pintura.

 El Greco convierte el milagro en leyenda eterna  

Para esta misión, eligió al artista cretense Doménikos Theotokópoulos, El Greco, que vivía entonces a pocos metros de la parroquia. El contrato fue firmado el 15 de marzo de 1586 con indicaciones precisas: debía representar la escena del entierro, con la intervención de los dos santos, una multitud de testigos, y un cielo abierto sobre ellos donde se acogiera el alma del difunto.

El resultado fue una obra majestuosa de 4,80 por 3,60 metros. Abajo, los santos visten al caballero con solemnidad; arriba, un ángel asciende con su alma hasta un cielo presidido por Cristo glorioso, la Virgen, san Pedro y una cohorte de bienaventurados. La escena está repleta de detalles teológicos: la muerte como parto, el alma como feto, la resurrección como esperanza. Todo ello ejecutado con el característico estilo manierista de El Greco: figuras alargadas, luz sobrenatural, dramatismo contenido y una mística arrebatadora.

 Un retrato de Toledo… y del alma humana  

El artista quiso hacer de esta escena una memoria visual de su tiempo. Aunque el milagro se situaba en la Edad Media, los rostros y ropajes pertenecen al Toledo del siglo XVI. El Greco incluyó a personajes reales, algunos con rostro conocido: su hijo Jorge Manuel, su amigo Antonio de Covarrubias, incluso se cree que él mismo aparece retratado mirando de frente. El resultado es un retrato colectivo que sirve como documento histórico y expresión artística.

La obra estuvo sujeta a disputas económicas. El Greco la valoró en 1200 ducados, cifra que generó desencuentros con la parroquia. Tras nuevas tasaciones y amenazas de apelación al Papa, finalmente se mantuvo el precio inicial y el pago se completó en 1590.

Desde entonces, el cuadro permanece en su lugar original, sobre la tumba del señor de Orgaz, en la iglesia de Santo Tomé. No solo es una joya artística, sino una catequesis visual sobre el destino eterno del hombre, una exaltación de la santidad, y el legado imborrable de un benefactor y de un artista que supo convertir la leyenda en arte eterno.

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