Arqueólogo desenterró un gran tesoro en Sutton Hoo que fascinó a todos
En 1939, en un rincón de Suffolk, Inglaterra, lo que comenzó como una excavación modesta se transformó en un hallazgo extraordinario. Bajo un túmulo se ocultaba un barco funerario repleto de riquezas que obligaría a reescribir la historia de la Inglaterra anglosajona

Madrid - Publicado el - Actualizado
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La historia de Sutton Hoo no empieza con una pala ni con un remache, sino con la intuición de Edith Pretty, la propietaria de la finca donde se encontraban los túmulos. Viuda de un militar y apasionada por la arqueología, observaba aquellas elevaciones con la sensación de que escondían algo significativo. En 1937, decidió contratar a Basil Brown, un arqueólogo aficionado pero meticuloso, para explorar el terreno.
En los primeros meses, Brown excavó en varios montículos menores y encontró fragmentos, restos metálicos corroídos y señales de antiguos saqueos. Aun así, aquellas pistas no parecían justificar grandes expectativas. Sin embargo, Edith estaba convencida de que el túmulo más imponente, el número uno, debía de albergar un secreto mayor. Esa convicción sería la chispa que encendió uno de los descubrimientos más célebres de la arqueología europea.

La excavación en el gran montículo comenzó en la primavera de 1939. Brown, con la paciencia de un artesano, retiraba capas de tierra en busca de indicios. Al tercer día, apareció un remache de hierro que pronto se convirtió en una línea completa de clavos. Lo que surgía bajo la arena no era una simple tumba: era la huella perfecta de un barco de 27 metros de eslora, uno de los mayores jamás hallados en Europa.
El hallazgo del barco funerario
La sorpresa no terminó con la silueta de la embarcación. A medida que Brown avanzaba, quedó claro que en el centro del barco había una cámara funeraria intacta. El hallazgo era de tal magnitud que pronto intervinieron especialistas del Museo Británico, encabezados por Charles Phillips, quienes asumieron la dirección de la excavación para asegurar un registro adecuado.

Lo que encontraron fue una auténtica cápsula del tiempo. El barco, aunque desintegrado en su mayor parte, había dejado una impronta nítida en la arena que permitía reconstruir su forma. Dentro de la cámara funeraria emergieron objetos que deslumbraron a los investigadores: un yelmo ceremonial con rostro metálico, un escudo ornamentado, una espada de excepcional factura y varias lanzas y hachas.
El ajuar incluía además piezas de orfebrería en oro y granate, broches y hebillas trabajados con una técnica exquisita. Había vajillas de plata bizantinas, recipientes de madera y hasta tejidos decorados que evidenciaban contactos comerciales con tierras lejanas. Cada objeto aportaba pistas sobre el estatus del difunto y sobre la red de relaciones internacionales de los anglosajones en el siglo VII.

La impresión de los arqueólogos fue unánime: aquello no era un entierro común. El conjunto hablaba de un personaje de la más alta jerarquía, posiblemente un rey. Muchos expertos apuntaron al monarca Redvaldo de Estanglia, que gobernó en torno al año 625, aunque la identificación nunca ha podido confirmarse con certeza absoluta.
El legado que transformó la historia
Más allá de las piezas de metal y joyería, el hallazgo de Sutton Hoo transformó la percepción de toda una época. Hasta entonces, la Inglaterra anglosajona era vista como un mundo oscuro y fragmentado, alejado de los centros de poder europeos. El tesoro demostró que existía una sociedad compleja, rica y conectada, capaz de producir y adquirir objetos de un refinamiento extraordinario.

El tesoro también reveló la importancia del ritual funerario. El barco, símbolo de viaje y trascendencia, servía como vehículo espiritual hacia el más allá, acompañado de bienes que reflejaban el poder terrenal del difunto. La combinación de elementos locales y objetos importados ilustraba un reino que miraba tanto hacia el continente como hacia Escandinavia.
La generosidad de Edith Pretty fue igualmente decisiva. En un gesto excepcional, donó todo el tesoro a la nación británica, garantizando que permaneciera en manos públicas. Gracias a su decisión, las piezas se conservan hoy en el Museo Británico, donde siguen maravillando a visitantes de todo el mundo.
El impacto del hallazgo fue tan grande que los especialistas no dudan en situarlo al nivel de descubrimientos como la tumba de Tutankamón, salvando las distancias culturales. Como señaló un arqueólogo británico:

El tesoro de Sutton Hoo no solo aportó objetos, sino un relato nuevo sobre el pasado. Cada remache, cada joya y cada fragmento de metal contribuyó a iluminar la identidad de una sociedad que, gracias a este hallazgo, dejó de ser una sombra en los libros para convertirse en protagonista de la historia europea.
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