Joaquín crea un conflicto vecinal después de que el propietario de abajo encuentre este objeto cada tarde en su balcón: "Mari, yo no sé si a ti también te pasa"

Uno de los oyentes de Herrera en COPE confiesa en el programa la vergüenza que hizo pasar a su madre cuando era pequeño con un lío con el vecino

Piso en Madrid, imagen de archivo
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Paco Delgado

Madrid - Publicado el - Actualizado

5 min lectura

La magia de la radio reside en su capacidad para convertir lo cotidiano en extraordinario, y la sección 'La hora de los fósforos', dentro del programa 'Herrera en COPE' que dirige Alberto Herrera, es un fiel reflejo de ello. Cada día, los oyentes, bautizados cariñosamente como 'fósforos', comparten sus secretos inconfesables y anécdotas del pasado, tejiendo un tapiz de recuerdos que resuena en la memoria colectiva. Este jueves, Joaquín, que iluminó la mañana con una confesión que mezcla la picardía infantil, el conflicto vecinal y el inconfundible sabor de los bocadillos de la niñez.

La historia se remonta a la infancia de Joaquín, cuando vivía con sus padres en un séptimo piso. Su "secreto inconfesable", tal y como lo presentó ante los micrófonos de COPE, tenía como protagonista a su madre y a los bocadillos que no pasaban el filtro de su exigente paladar. "Mi madre, si me preparaba un bocadillo que no me gustaba, se lo colaba al vecino de abajo", confesó con una sonrisa audible. La estrategia era simple pero efectiva. Tras deshacerse de la evidencia, regresaba triunfante a la cocina. Su madre, al ver el plato vacío, solía comentar complacida: "Uy, que te ha gustado, ¿no?". Joaquín, con la inocencia de quien ha cometido la fechoría perfecta, asentía: "Sí, mamá, sí". Acto seguido, recibía el permiso para bajar a jugar a la plazoleta. El plan funcionaba a la perfección, día tras día.

Balcones de un edificio de Madrid

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Balcones de un edificio de Madrid

Conflicto entre vecinos

Sin embargo, toda acción tiene su consecuencia, y en este caso, el eslabón más débil de la cadena era el vecino del sexto piso. "Este hombre trabajaba fuera y estaba temporadas que no estaba en la vivienda", explicó Joaquín. Esto significaba que los proyectiles alimenticios –entre los que el oyente destacó, con especial aversión, el bocadillo de Nocilla– permanecían en el balcón ajeno, abandonados a su suerte y a los elementos. El desenlace de esta peculiar lluvia de comida se produjo tiempo después, en un encuentro fortuito. "Hasta que un día, Alberto, sube el vecino y le dice a mi madre: ‘Mari, yo no sé si a ti también te pasa’". La pregunta, cargada de perplejidad, dejó a su madre desconcertada. El hombre continuó: "Pero a mí de vez en cuando me encuentro restos de comida y todo lleno de hormigas".

La revelación, como era de esperar, desató las risas en el estudio. Alberto Herrera intentó reconstruir la escena: "Pero no se lo... Claro, no aprovechaba para comérselo, le quedaban restos de los pajaritos y estas cosas que pasaban por el balcón, digo yo". Joaquín lo confirmó: la intención nunca fue alimentar al vecino, sino simplemente librarse de un bocado indeseable. La anécdota, más allá de su hilarante sencillez, es un viaje en el tiempo a una época donde las soluciones a los problemas infantiles eran tan creativas como poco ortodoxas. Evoca también esos pactos tácitos entre padres e hijos en torno a la merienda, un tema que Herrera y su colaborador Goyo Jiménez aprovecharon para recordar, bromeando sobre los intercambios de bocadillos en el patio del colegio.

Alberto Herrera

Alberto Herrera

Otras historias de Fósforos

La confesión de Joaquín se enmarca perfectamente en el espíritu de 'La hora de los fósforos', un espacio que se ha convertido en un altavoz para las pequeñas grandes historias de la gente. Estas confesiones, aparentemente simples, poseen una universalidad que conecta con cualquier oyente. No es la primera vez que el programa rescata memorias ligadas a la infancia y al ámbito escolar. Recientemente, otro 'fósforo', José Luis, compartió una historia similar de travesura gastronómica. Relató que, durante su época de instituto, él y sus amigos introdujeron un saltamontes "como un dedo mínimo" en el bocadillo de un compañero. El desenlace fue tan gráfico como impactante: "Y le pegó un bocado", narró, dejando sin palabras a todo el equipo.

Pero el abanico de experiencias es amplio y a menudo trasciende la simple anécdota para adentrarse en terrenos emocionales más profundos. María Victoria, una oyente de Tenerife, llamó para contar cómo, durante su primer curso escolar, su madre le prometía cada mañana que la esperaría al otro lado de la verja del colegio a la hora del recreo. "Nunca ocurrió. Yo me ponía a llorar. Y así estuve ese curso entero", relató con una tristeza aún palpable. Ese "mal recuerdo" solo se solucionó cuando su hermana pequeña empezó a asistir al mismo centro y pudo acompañarla, proporcionándole la seguridad que tanto necesitaba.

Otros testimonios, como el de Manuel, reflejan la ansiedad de los padres en hitos como la primera vez que llevan a un hijo al comedor escolar, con reuniones sobre dietas equilibradas y el miedo latente a que ocurra "alguna fatalidad". Incluso se cuelan historias de identidad y complicadas relaciones familiares, como la del oyente que en Secundaria "sufría" que todo el mundo le recordara que su padre era profesor del instituto, hasta el punto de negar conocer a "ese señor" en sus últimos años. Y no faltan las experiencias desde el otro lado de la tarima, como las de Marisol, maestra durante 42 años, que confiesa sentir los mismos nervios que sus alumnos cada vuelta al cole.

Estas voces, desde la viral madre de Mateo y su batalla campal en el chat del WhatsApp del colegio por un disfraz, hasta la picardía de Joaquín con su bocadillo, construyen un mosaico humano y sincero. Demuestran que, en el fondo, todos guardamos en la memoria un pequeño "secreto inconfesable" que, al compartirse, deja de ser una carga para convertirse en un regalo, en una chispa de humor y nostalgia que ilumina la jornada de miles de personas. La historia de Joaquín y su vecino Mari es un recordatorio perfecto de que las paredes de los edificios guardan infinidad de secretos, y que a veces, lo único que se necesita para sacarlos a la luz es que un hombre, cargado de paciencia y hormigas, suba un piso para hacer una pregunta.

La Linterna

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