

"Mientras la mayoría del centro derecha celebra hoy la dimisión de Mazón, en la izquierda aplauden a un fiscal general que se atrinchera pese a estar sentado en el banquillo"
Jorge Bustos analiza la salida del presidente de la Generalitat en el día en el que comenzaba el juicio al fiscal general del Estado
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No sé si tienes la misma impresión que yo de aceleración informativa. El día de ayer fue una completa locura, eh, porque no todos los días se sienta en el banquillo de los acusados un fiscal general del Estado que se niega a dimitir y no todos los días dimite un presidente autonómico y no todos los días el Supremo abre una causa penal contra un exministro y su asesor por estafarnos a todos con la compraventa de mascarillas en lo peor de la pandemia. Y no todos los días se filtra un informe de la UCO que apunta directamente a un ministro que sigue siendo ministro y que se llama Ángel Víctor Torres.
La salida de Mazón
Ya no puedo más. Le costó a Mazón dominar sus emociones ayer en la comparecencia más difícil de su vida, sobre todo cuando mencionó a su familia, que seguramente habrá tenido mucho que ver en la decisión de poner fin a este calvario. A veces son los que te rodean, pero no están en política los que te ayudan a ver las cosas con mayor claridad. Carlos Mazón ha prolongado su agonía mucho más allá de lo aconsejable. Si es verdad que se planteó dimitir desde el primer momento, ahora conoce el altísimo coste personal de esa resistencia numantina que finalmente no ha servido para nada.
Podría haberse ahorrado mucho sufrimiento él y podría habérselo ahorrado a su familia asumiendo su responsabilidad política cuando se hizo evidente que no podría deshacer el pasado. No suspendió su agenda a tiempo en el peor día de la historia de Valencia, en lo que va de siglo. Él mismo lo reconoció ayer. No estuvo donde debía estar por muchas llamadas y mensajes que contestase, según declaró ayer Maribel Vilaplana, la periodista con la que mantuvo ese larguísimo almuerzo. De esa incomparecencia garrafal en el día más trágico, no puede regresar ya ningún líder político. Él creyó que sí, creyó que podría revertir su situación, pero solo contribuyó a enquistar el problema porque su figura traía todas las iras a medida que iba cambiando de versión sobre lo que hizo, dejó de hacer aquella tarde fatídica y la prensa le iba desmintiendo, hundiendo su credibilidad, que era ya irrecuperable.
Pero ahora que se va finalmente, que asume, aunque sea tarde, la responsabilidad que otros siguen negándose asumir, tendrán que ser los valencianos los que miren hacia Moncloa en busca de otros responsables de esta desastrosa gestión, porque esos responsables hasta ahora se han ido de rositas. Y estoy pensando en la AEMET que señaló a Cuenca y en la Confederación Hidrográfica del Júcar que no señaló al Barronco del Poyo y que también depende del gobierno central o a Teresa Ribera, que no permitió las obras hidráulicas que siguen, por cierto, sin emprenderse en los barrancos; y en Pedro Sánchez, que dijo aquella frase, 'si necesitan recursos, que los pidan'. Pero, ¿qué va a pasar ahora en la Comunidad Valenciana?
Nuevo president de la Generalitat
Bueno, pues Mazón quiere seguir de diputado para conservar su aforamiento y también seguirá de presidente en funciones hasta que se nombre a un sucesor al frente de la Generalitat. Y eso, ¿cómo se hace? Bueno, pues ahora se abre un periodo de 12 días para presentar candidaturas parlamentarias a la presidencia de la Generalitat y, a continuación, se abre un plazo de entre si de entre 3 y 7 días para convocar el pleno de investidura. El límite para elegir presiden son 2 meses. Si para entonces PP y Vox no se han puesto de acuerdo sobre el candidato idóneo, se celebrarán elecciones que caerían aproximadamente en el mes de marzo.
¿Cuál es el candidato con más papeletas para suceder a Mazón? Pues es Juan Francisco Pérez Llorca, que es el secretario general del PP Valenciano, la mano derecha de Mazón y lo más importante, el artífice de los pactos con Vox, o sea, que tiene buena interlocución con los de Abascal, que son ahora los que tienen la llave de la duración de la legislatura. Pero oyendo ayer a Abascal arremeter contra Feijóo, me temo que el cálculo electoral o la tentación táctica de Vox podrían acabar siendo más fuertes que el ejercicio de madurez que obligaría a dar estabilidad al Govern reconstrucción de las zonas devastadas por la dana. Y Feijóo lo sabe y por eso se adelantó ayer para hacer este llamamiento a la responsabilidad de Abascal.
El problema es que hace mucho tiempo ya que Vox no ve al PP como un socio con el que colaborar, sino como un enemigo al que sustituir sin que todavía se note mucho, o al menos eso es lo que se deduce de las palabras ayer de Santiago Abascal. No sabemos si esta forma de hablar es una técnica negociadora para encarecer las condiciones del apoyo de Vox al próximo president. No sabemos si es un paripé para marcar perfil propio ante los votantes cuando en realidad ya está todo acordado. Ojalá que sea así. Pero una cosa está clara, si hay un hombre feliz viendo como Vox carga contra el Partido Popular para imponerle condiciones que puedan movilizar a la izquierda, ese hombre se llama Pedro Sánchez, que igual empieza a pensar ya en adelantar elecciones para repetir la jugada de 2023.
García Ortiz en el Supremo
Pero ayer Mazón compartió foco con otro ilustre protagonista del pudridero nacional, el primer fiscal general procesado de la democracia española y de la Unión Europea. Yo eché ayer buena parte de la mañana la puerta del Tribunal Supremo y pasadas las 9:30 lo vi bajarse del coche a Álvaro García Ortiz. El chófer le abrió la puerta, el acusado se bajó, caminó hacia la puerta del tribunal con el botón abrochado y la chaqueta tirándole visiblemente de la sisa. Se conoce que Alvarone no es de esos que adelgazan con los disgustos, más bien al contrario, eso que no le llegaba la camisa al cuerpo, porque te recuerdo que la acusación pide 6 años de cárcel contra él por filtrar datos confidenciales de un particular para ganar un relato político.
Y ayer los fiscales que declararon, ojo, lo acercaron un poquito más a una condena porque uno, Jaime Salto, al que le sacaron de un partido de fútbol del Atleti para filtrar los datos confidenciales del novio de Ayuso, contó las presiones que recibió y la urgencia inusitada que percibió en sus superiores. Y explicó que una fiscal decana le contó la razón de tanta urgencia y de tanta prisa. Es que el investigado es el novio de Ayuso. Lo contó ayer en sede judicial y luego la fiscal Almudena Lastra, que se resistió a obedecer las órdenes de Alvarone, no dudó en atribuir al fiscal general directamente la autoría de la filtración.
Así que cuidado, señor García Ortiz, porque esto ha empezado fatal para su futuro. Ahora bien, la escena más humillante de ayer se produjo antes de la llegada al Supremo del fiscal general. Ocurrió en la propia fiscalía. Los miembros de la Unión Progresista de Fiscales, la asociación minoritaria de la Fiscalía, todos nombrados a dedo por al varón, aplaudiendo al jefe. Claro, por la cuenta que les trae. Aplaudiendo a un tipo que es el que más ha hecho por destruir el prestigio de la fiscalía desde que se fundó esa institución. Y ahí estaba García Ortiz con todos los atributos y todos los privilegios de su condición, la toga, las puñetas, subido al estrado con la abogada del estado a su servicio. ¿Por qué? Porque ese es el mensaje.
García Ortiz dentro del Supremo es un hombre bomba. Se trata de provocar un conflicto institucional que lo reviente todo, que enfrente a la Fiscalía con el Tribunal Supremo para partir por completo la confianza institucional de los españoles en la administración de justicia. Y eso es lo grave. Es hoy la disonancia moral que vive este país, el doble rasero clamoroso a un lado y otro del muro. Porque mientras la mayoría del centro derecha celebra hoy la dimisión de Mazón, porque entienden que se hizo indigno del cargo, en la izquierda no solo no dimite nadie, sino que aplauden a un fiscal general que se atrinchera en sus privilegios pese a estar sentado en el banquillo como un vulgar delincuente. Y luego se atreven a ir dando lecciones de superioridad moral.



