3ª feria de hogueras
Roca Rey, a hombros, reivindica su inmensa categoría torera en Alicante
Excelente corrida de Victoriano del Río y notable imagen de Samuel Navalón, que cortó una oreja de peso.

Roca Rey, en su salida a hombros este sábado en Alicante
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Salvador Ferrer
Minutos faltaban para las 19 horas cuando asomó Roca Rey, vestido de pistacho y oro, en el patio de caballos. Se mascaba la tensión. Manzanares, en su plaza, de cuclillas, estiraba… José Mari apuraba un pitillo entre un calor asfixiante y admiradores que trataban de inmortalizar recuerdos en azul marino bañados en cobre. Samuel Navalón gesticulaba y atendía a muchos niños ávidos de fotos. El maestro Capea me contó tiempo ha que le subía la fiebre después de torear en Salamanca. Ni en Madrid, ni en Bilbao, ni en Sevilla. En casa. En casa todos se juegan más. Entre los suyos, todo pesaba más.
Roca Rey la lió en Alicante. Un torero inmenso. Mandamás. El puto amo. El más noble heredero del legado de El Juli. Quítense el sombrero. A Roca Rey no le pesa la púrpura. El segundo, Devoto, fue un toro precioso: la cara bien colocada, bien hecho. Roca le hizo un frondoso quite por chicuelinas. Navalón respondió por el mismo palo e incendió de pasión el tendido. Andrés brindó a Limo, entraña del manzanarismo, y se fue a los medios. Como un ciprés, le sopló varios cambiados —o péndulos—. Roca se aferra a la arena como pocos, siempre con la muleta por delante y por abajo. Una serie de cinco y el de pecho tuvieron poderío y majestad. Autoridad. Por el izquierdo protestó más el toro, pero un afarolado ligadísimo al de pecho encendió la serie. Al toro le costó pasar de mitad de faena en adelante, pero, como Roca quería que pasara, no tuvo el animal más cojones que obedecer. Pinchó en hueso antes de dejar una estocada soberbia.
El quinto fue devuelto por su evidente flojedad. El sobrero fue un toro largo, alto y feo. Basto. Con estatuarios cimentó el trasteo el peruano. Hubo una serie en la que el toro se puso a humillar y repetir, y otra ronda con la zocata, exigente y muy por abajo. Hubo una serie cumbre con la diestra, de poder y mando. Los pases de pecho, largos de aquí a Lima —que es su casa—. Y luego un epílogo que fue un homenaje a Ojeda y a Dámaso, que tomó la alternativa en esta plaza. Entre los pitones, la muleta por detrás, dominio absoluto. Hambre insaciable. Gritos de «¡torero, torero, torero!». Sonó el aviso antes de entrar a matar y siguieron los gritos de «¡torero, torero!». Oreja tras clamorosa petición de la segunda. Monumental bronca al presidente. Si esto fuera fútbol, ese presidente tardaría años en subir a un palco. «¡Presidente, dimisión!», gritó la plaza, cabreada. Roca tiró la oreja al suelo. Una vergüenza.
Samuel Navalón está con la hierba en la boca y el cuchillo entre los dientes. Sonaban los clarines y timbales, y Samuel rezaba con la cara metida en la montera. Segundos duró la intimidad. Cóndor, engatillado, salió con brío. Un fajo de faroles de rodillas, chicuelinas intercaladas con la verónica y una revolera volvieron a prender la mecha. «El chaval viene a triunfar», dijo alguien en una barrera. De rodillas, en la boca de riego, comenzó la faena y ahí se acabó el toro. Navalón se jugó el tipo y el Victoriano no lo perdonó: lo levantó por los aires y le destrozó la taleguilla. Aparentemente sin consecuencias. Manzanares y Roca lo auxiliaron enseguida. Compañerismo. El acero se llevó la oreja.
Navalón se fue a porta gayola con el sexto. Roca puso la plaza como un manicomio, pero el toreo es locura. De rodillas también fue el inicio de faena. Muy seguro, los riñones encajados, la derecha mandona. Muy ligada otra serie con la diestra; más emocionante al natural, menos limpia pero más vibrante. Toro a más, encastado, que exigió la documentación en regla. Ambición y actitud le sobran al valenciano. Con todo el futuro por delante, tiempo tiene para pulir matices.
Comunero fue toro bravo. Hondo, bajo, con la mirada de toro serio. Las hechuras, la expresión. A un Comunero le cortó dos orejas José Tomás en Madrid, y a este se las debería haber cortado Manzanares. Insigne reata en Guadalix de la Sierra. Manzanares anduvo entre probaturas y ajustes: ligero, sin hallar el trato justo ni el tacto preciso. El de Victoriano tuvo celo y codicia, el punto de casta y genio —por qué no— que debe tener la bravura. No perdonó relajos ni toques inoportunos. Toro de apuesta y de triunfo grande. En sus tiempos buenos, Manzanares le habría cortado las orejas con la gorra.
Cantaor, el cuarto, cantó su escasa clase de salida. Sin entrega. Lanceó José Mari sin eco. En banderillas asomó cierto temperamento: apretó a Trujillo tras dejar un par de palos. Manzanares trató de ordenar aquello mientras el toro respondía. Fue el toro convenciendo más al torero que viceversa. Cayó la espada en los bajos y el toro le pegó un arreón que lo levantó del suelo. Se escapó de milagro. Oreja de talanqueras: ni fue mayoritaria la petición, ni lo merecieron la faena o la estocada. El criterio presidencial fue de tómbola. Nada serio en un espectáculo tan auténtico.