Isabel la Católica, la reina que murió amando a España y a sus súbditos: "Mando que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean"
En su testamento, Isabel nombró "heredera universal de todos mis reinos, tierras y señoríos" a la princesa Juana, se preocupó de que se pagaran todas las deudas y de que sus súbditos, castellanos e indios, fueran bien tratados

'Isabel la Católica dictando su testamento', Eduardo Rosales Gallinas (1864)
Madrid - Publicado el
7 min lectura
El 26 de noviembre de 1504, la naciente Monarquía Hispánica se vio ante una encrucijada histórica de gran calado: la muerte de la reina de Castilla, Isabel, apodada la Católica. La monarca falleció como consecuencia de una hidropesía, dijo el cronista Pedro Mártir de Anglería, aunque hoy se ha descubierto que esta fue la consecuencia visible de un cáncer de útero que acabó con su vida.
La reina había llegado al Trono una vez muerto su hermanastro, Enrique IV, y tras ganar una guerra de sucesión que la enfrentó a su sobrina, la princesa Juana, llamada la Beltraneja. Isabel pasó a los libros de historia por hazañas como la de culminar la Reconquista con la toma del Reino de Granada o la de apoyar al marinero Cristóbal Colón en su empresa de descubrir América.
El binomio formado por Isabel y Fernando no sólo puso los cimientos de la actual España mediante la unión de las Coronas de Castilla y Aragón, sino que, además, fue el más poderoso de los siglos XV y XVI, como así lo reconocieron sus contemporáneos.

'Los Reyes Católicos bajo un dosel', anónimo (primer tercio del siglo XVII)
EL CALVARIO SUCESORIO
El número de hijos que tuvo el matrimonio católico oscila según la fuente que se consulte, pero lo que es seguro es que cinco fueron los que consiguieron llegar a la edad adulta: Isabel, Juan, Juana, María y Catalina. La princesa Isabel estuvo llamada a heredar ambos reinos hasta el nacimiento de su hermano Juan, que se convirtió en la esperanza de España.
La aparición del príncipe Juan, al que la reina se refería como "mi ángel", y la esperanza de que este tuviera descendencia con la archiduquesa Margarita de Austria llevó a Isabel y Fernando a desplegar su política matrimonial y casar a sus hijas con Alfonso y Manuel I de Portugal, Felipe IV de Borgoña, Arturo Tudor y Enrique VIII de Inglaterra, respectivamente.
El plan de que el príncipe reinara bajo el nombre de Juan III en honor a sus abuelos y uniera de una vez por todas Castilla y Aragón se truncó con su muerte en Salamanca el 4 de octubre de 1497. Isabel aceptó esa espada de dolor asegurando que "Dios me lo dio, Él me lo ha quitado". Apunta Luis Suárez en su obra Isabel I, Reina que "Margarita no pudo soportar el golpe y abortó: el feto era varón. De modo que el orden sucesorio quedaba interrumpido por completo".

'Educación del príncipe don Juan' Salvador Martínez Cubells (1877)
Muerto el príncipe, las esperanzas fueron a parar, de nuevo, a la primogénita de los Reyes Católicos, Isabel, que para cuando recibió la triste noticia ya era reina del país luso y estaba a punto de dar a luz a un feliz varón. Parecía que el destino quería no sólo unir Castilla y Aragón, sino toda la Península Ibérica bajo un mismo rey: Miguel de la Paz.
MÁS SOBRE LA HISTORIA DE ESPAÑA
Sin embargo, la Providencia se mostró caprichosa en los últimos finales del siglo XV. La muerte vino de una forma por completo inesperada a buscar a Isabel el 24 de agosto de 1498 mientras daba a luz a su hijo Miguel. El bebé quedó junto a sus abuelos maternos para educarse en los usos y costumbres de sus reinos.
Que la desgracia había sobrevolado la Corte castellana era claro, que se ensañara, era cuestión de tiempo. Con muerte terminó el siglo XV y con muerte empezó el XVI. El 20 de julio de 1500, a un mes escaso de cumplir los dos años, moría en Granada el príncipe Miguel.
La Península Ibérica entera estaba de luto desde Lisboa hasta Granada, Segovia y Zaragoza. La reina, por su parte, sumida en el mayor de los dolores, pues dice el cronista Andrés Bernáldez que, muertos sus hijos mayores y con sus otras hijas repartidas o pendientes de marchar por Europa, "con él [Miguel] se consolaba". De nuevo se interrumpía el orden sucesorio.
Este cúmulo de infortunios dejó a Isabel sin más opción que, sintiendo cercana su muerte, nombrar, como puede leerse en su testamento, "a la ilustrísima princesa doña Juana, archiduquesa de Austria, duquesa de Borgoña, muy muy querida y muy amada hija primogénita, heredera y sucesora legítima de mis reinos, tierras y señoríos". La reina moribunda obliga además a todos sus súbditos, "de cualquier estado o condiçión o preeminencia e dignidad que sea" que "tengan a la dicha Princesa Doña Juasna mi hija por Reyna verdadera, e Señora natural propietaria de los dichos mis Reynos e Tierras e Señoríos, e alzen pendones por ella".

'La demencia de Juana de Castilla', Lorenzo Vallés, 1866
Isabel, conocedora de las noticias que le llegan desde Flandes, deja también un recado para Juana y Felipe: "Ruego e mando a la dicha prinçesa mi hija, e al dicho prinçipe su marido, que como catolicos prinçipes, tengan mucho cuidado delas cosas de la honra de Dios e de su sancta fe, zelando e procurando la guarda e defension e enxalçamiento della (...) e que sean muy obedientes a los mandamientos de la sancta madre Iglesia e protectores e defensores della, como son obligados".
Para evitar, eso sí, la más que previsible ambición de Felipe para con el reino de Castilla y las Indias, la reina, que también es consciente de que su yerno no trata bien a la princesa, dicta una cláusula en la que permite a Fernando el Católico "regir e gouernar e administrar los dichos mis reynos y señoríos" siempre y cuando "la dicha princesa, mi hija, no esté en estos mis reynos, o después de que a ellos ueniere, en algund tiempo haya de ir a estar fuera de ellos, o estando en ellos no quiera o no pueda entender en la gouernación dellos".
EL ASUNTO DE LAS INDIAS
El testamento de Isabel bien podría entenderse, en términos modernos, como un antecedente de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Isabel tenía muy claro que sus súbditos eran suyos, que Dios se los había entregado y que nadie tenía derecho a tratarlos mal, vivieran en Segovia, Granada o al otro lado del Atlántico, y se encarga de dejarlo muy claro en su testamento.

'Cristóbal Colon en la corte de los Reyes Católicos', Juan Cordero (1850)
Así, la Reina Católica, demostrando su grandeza humana y política, deja escrito "que no consientan ni den lugar que los indios, vecinos y moradores de las dichas Indias y Tierra Firme, ganadas e por ganar, reciban agravio alguno en sus personas e bienes" y remata pidiendo a las autoridades que "manden que [los indios] sean bien e justamente tratados".
Esta magnanimidad no solo la muestra en sus últimos días, sino a lo largo de todo su reinado. Marcelo Gullo Omodeo explica en Nada por lo que pedir perdón (2022) que el 20 de junio de 1500 Isabel firma una Real Cédula "por la cual ordenaba la libertad de unos nativos de América que Colón había enviado para que fueran vendidos como esclavos".
MÁS SOBRE LA HISTORIA DE ESPAÑA
Gullo Omodeo enriquece este hecho con unas palabras de la propia Isabel, quien demuestra tener muy claro cuál es el objetivo de la empresa de las Indias: "La reina dijo entonces que 'los indios eran vasallos de la Corona y que, como tales, no podían ser esclavizados'".
Isabel, primera de ese nombre en Castilla, hija de Juan II e Isabel de Portugal, "por la gracia de Dios, reina de Castilla, de León, de Aragón, de Sicilia, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algeciras y de Gibraltar y de las islas Canarias, condesa de Barcelona y señora de Vizcaya y de Molina, duquesa de Atenas y Neopatria, condesa de Rosellón y de Cerdaña, marquesa de Oristán y de Océano", murió a la luz de las velas en la noche del 26 de noviembre de 1504.
Su marido, Fernando, lo comunicó de la siguiente forma las ciudades: "Aunque su muerte es, para mí, el mayor trabajo que en esta vida me pudiera venir, y por una parte el dolor de ella y por lo que en perderla perdí yo y perdieron todos estos reinos, me atraviesa las entrañas, pero por otra, viendo que ella murió tan santa y católicamente como vivió, es de esperar que Nuestro Señor la tiene en la gloria, que es para ella mejor y más perpetuo reino que los que acá tenía".





