Cuatro adolescentes se cuelan en una cueva persiguiendo a un perro y descubren el mayor tesoro del arte prehistórico sin saberlo
La cueva de Lascaux, cerrada al público desde 1963, es hoy símbolo de la expresión artística temprana del ser humano y un referente del patrimonio mundial

Madrid - Publicado el
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El 12 de septiembre de 1940, Marcel Ravidat y tres amigos, Jacques Marsal, Georges Agnel y Simon Coencas, seguían a su perro por una madriguera en una colina de Montignac, en la región francesa de Dordoña. Tras agrandar el acceso, los jóvenes se internaron en una cueva que pronto revelaría un tesoro sin precedentes: cientos de pinturas paleolíticas, principalmente de animales, cubrían las paredes de forma sorprendentemente detallada. Lo que parecía una aventura infantil se transformó en uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes del siglo XX.
Alertado por su profesor, el hallazgo fue examinado por el abate Henri Breuil, un reputado prehistoriador, quien accedió a la cueva apenas nueve días después del descubrimiento. En 1948, tras la Segunda Guerra Mundial, la cueva fue abierta al público, y rápidamente se convirtió en un punto clave del turismo arqueológico.
Pero la masiva afluencia de visitantes, hasta 1.200 personas al día, empezó a poner en riesgo la integridad de las pinturas. En 1963, para frenar el deterioro causado por el dióxido de carbono, la humedad y otros factores, Lascaux fue cerrada definitivamente. Desde entonces, se han realizado grandes esfuerzos para conservar su legado.
Arte que trasciende el tiempo
Las paredes de Lascaux están decoradas con casi 600 pinturas y unos 1.400 grabados que datan de entre el 17.000 y el 15.000 a. C., en pleno Paleolítico Superior. Las imágenes representan sobre todo animales, caballos, uros, ciervos, bisontes, cabras y felinos, aunque también hay figuras humanas estilizadas y símbolos abstractos.

Uno de los espacios más famosos es la Sala de los Toros, donde cuatro grandes uros parecen danzar en círculos entre caballos y ciervos. La representación no es estática: los artistas jugaron con las curvas de las paredes para dar movimiento y volumen a las figuras, empleando técnicas avanzadas de perspectiva. Otro sector, el Divertículo Axial, ha sido apodado «la Capilla Sixtina del arte prehistórico» por la complejidad y belleza de sus composiciones, con toros rojos y negros que simulan movimiento, cercas y caballos galopando.

La calidad técnica del arte rupestre de Lascaux es tal que aún hoy se debate su significado. La hipótesis más aceptada apunta a una finalidad ritual o espiritual, relacionada probablemente con la caza o el mundo sobrenatural. La presencia de una figura antropomorfa con rasgos animales ha sido interpretada por algunos como un “chamán” o figura mítica.
Una réplica para preservar la memoria
Ante el cierre de la cueva original, las autoridades francesas decidieron crear una réplica exacta para mantener viva la experiencia de Lascaux. En 1983 se inauguró Lascaux II, una reconstrucción fiel de la Sala de los Toros y el Divertículo Axial, situada a solo 200 metros de la original. El proyecto combinó técnicas de ingeniería, modelado estereofotográfico y pintura precisa para reproducir no solo las imágenes, sino también la textura de las paredes originales.

El hormigón moldeado con perfiles transversales, junto con una técnica de aplicación de pigmentos basada en proyecciones digitales y apuntes manuales, permitió lograr una fidelidad asombrosa. Las técnicas de reproducción desarrolladas allí sirvieron como modelo para crear copias de otras secciones, como la Vaca Negra o los Bisontes Adosados, hoy expuestas en el Centro de Arte Prehistórico del Thot, en Thonac.
Además de su valor artístico, Lascaux ha ofrecido valiosa información sobre la vida de los humanos del Paleolítico: herramientas de piedra, huesos trabajados, conchas perforadas como adornos, y pigmentos que probablemente fueron traídos desde los Pirineos, a más de 250 kilómetros de distancia. Todo ello refuerza la idea de una sociedad compleja, organizada y creativa.
Lascaux fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1979, junto a otros sitios del valle del Vézère. Hoy sigue siendo un símbolo de nuestra capacidad ancestral de crear belleza incluso en lo más profundo de la tierra.
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