Las migraciones son uno de los temas que marcan la Cumbre Iberoamericana de Naciones que hoy se clausura en Guatemala, con la presencia del rey Felipe VI y del presidente Pedro Sánchez. Coincide la cita con la llegada de la caravana desde Honduras a la frontera de EE.UU., un síntoma de la inseguridad e inestabilidad económica que fuerza diariamente a miles de centroamericanos a huir de sus países, como por otra parte sigue ocurriendo en Venezuela. Otra cosa es la respuesta continental a las crisis migratorias, que podría tener gran impacto, a pocas semanas de la Cumbre de la ONU en Marrakech.

La polarización, es cierto, ha disminuido; el nicaragüense Daniel Ortega o el régimen chavista se encuentran cada vez más aislados, pero las divisiones persisten y es todavía una incógnita cómo va a afectar la llegada a la presidencia de Brasil de Jair Bolsonaro. Lo que acaba de mostrar el Latinobarómetro es que el 71% de los habitantes de la región no confían en sus democracias, récord histórico que hace presagiar un avance del populismo. De ahí que probablemente la mejor noticia de la Cumbre Iberoamericana sea que la propia institución siga viva. Los encuentros bilaterales y la presencia de empresarios y representantes de la sociedad civil aportan sin duda un gran valor. Pero si alguien espera hoy más de estas cumbres tendrá que esperar a tiempos mejores.