Un vecino de Albacete encuentra una misteriosa escultura abandonada a medio tallar y lo que revelan los expertos sorprende
Una pieza escultórica única emerge del pasado para ofrecer nuevas claves sobre las creencias y costumbres de una civilización que habitó la península hace más de dos mil años

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Un día cualquiera de 1879, un vecino de la localidad albaceteña de Balazote, Isidro López, entregó a la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Albacete una escultura singular y desconcertante. La pieza, descrita en los registros como “bicha”, pronto captaría la atención del mundo arqueológico por su rareza y valor artístico. Desde entonces, la figura ha sido conocida como la Bicha de Balazote, un nombre posiblemente derivado del habla popular y que refleja la impresión que causa su forma híbrida y única.
La escultura, datada entre los siglos V y IV a. C., es una obra destacada del arte ibérico, realizada en piedra caliza y descubierta en el paraje de los Majuelos, a escasa distancia del núcleo urbano de Balazote. Aunque el momento exacto y las circunstancias del hallazgo son en gran parte desconocidas, investigaciones posteriores en la zona han permitido situarla en el contexto de una antigua necrópolis tumular ibérica, reforzando la idea de su función funeraria o ritual.

Bicha de Balazote
Desde 1910, la Bicha se conserva en el Museo Arqueológico Nacional de España, en Madrid. Además, pueden encontrarse réplicas en la plaza del Altozano de Albacete —en bronce— y en el Museo de Albacete —en escayola—, acercando su figura enigmática al público general.
Una criatura entre el mundo de los vivos y los muertos
La Bicha de Balazote está tallada con gran precisión sobre dos bloques de piedra caliza. Mide 93 centímetros de largo y 73 de alto. Representa un toro en reposo, con las patas delanteras recogidas bajo el pecho y las traseras plegadas bajo el vientre. La anatomía animal está cuidadosamente observada: pezuñas detalladas, huesos marcados y una cola que se curva con naturalidad sobre el muslo izquierdo, terminando en un mechón de pelo.
Lo más impactante, sin embargo, es su cabeza. No pertenece a un toro, sino que es claramente un rostro humano barbudo, vuelta hacia el espectador, con cuernos y orejas taurinas. La expresión hierática, la barba rígida y la cabellera con surcos rectos recuerdan el estilo arcaico griego, de posible influencia hitita.
La escultura no está terminada por completo. El lado derecho está sin tallar, lo que indica que posiblemente fue concebida como un sillar de esquina, pensada para integrarse en la arquitectura de un templo o recinto funerario, al igual que los leones de Pozo Moro.

Bicha de Balazote
Más allá de su apariencia singular, la figura podría haber representado al dios Aqueloo, una divinidad fluvial griega asociada a la fertilidad, adaptado en la iconografía ibérica como símbolo protector de la tumba. Según esta interpretación, la Bicha de Balazote encarnaría un genio funerario, una figura entre lo terrenal y lo espiritual, encargada de guiar y proteger a las almas de los difuntos.
Su simbolismo estaría vinculado tanto a la defensa de la tumba como al deseo de fertilidad y vida para el más allá. No sería extraño, ya que otras culturas mediterráneas utilizaban figuras híbridas para cumplir estas funciones espirituales.
Un legado que habla desde la piedra
Más tesoros del Patrimonio Nacional
La Bicha de Balazote es hoy una de las esculturas más emblemáticas del arte íbero. En su contexto arqueológico también han aparecido otras figuras zoomorfas, como la Esfinge de Haches o las esfinges gemelas de El Salobral, que refuerzan la rica simbología funeraria y religiosa de los pueblos íberos.
A pesar del tiempo transcurrido y del silencio que envuelve su hallazgo, esta figura sigue provocando asombro. Desde su tranquilo reposo de piedra, la Bicha guarda el misterio de una cultura que hablaba a través de sus símbolos, combinando lo humano, lo animal y lo divino en una sola mirada.