La terrorífica historia del perro negro que paralizó las obras de El Escorial: ¿mito o realidad?
Durante la construcción del Monasterio de El Escorial por orden de Felipe II, un perro apareció por las noches, ladrando y aullando, lo que provocó miedo entre los obreros y ralentizó las obras durante varios días

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Durante la construcción del Monasterio de El Escorial, una inquietante figura recorría los andamios por las noches: un perro negro de mirada encendida que aullaba y ladraba sin descanso. Su presencia atemorizaba a los obreros hasta tal punto que los trabajos se paralizaron en varias ocasiones. Aquel animal, al que muchos identificaron como un ser infernal, se convirtió en protagonista de una de las leyendas más antiguas y persistentes del patrimonio español.
Corría el siglo XVI y el rey Felipe II había ordenado levantar uno de los monumentos más ambiciosos de su reinado: el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Según la tradición oral, el lugar fue elegido para sellar una de las puertas del infierno que, se creía, existía en la tierra. Igual que Turín, El Escorial era considerado un punto de acceso al mundo subterráneo. En este contexto cargado de simbolismo, no tardó en surgir la figura del “perro negro”.

Se cuenta que este animal deambulaba por la zona de obras, perturbando el sueño y el ánimo de los trabajadores con sus lamentos nocturnos. Algunos aseguraban que tenía los ojos rojos y que se movía entre los andamios como un espíritu surgido del averno. Otros llegaron a decir que se trataba de un castigo divino por los altos impuestos que Felipe II había impuesto a Castilla para financiar el monasterio.
El perro del infierno y la angustia de un rey supersticioso
Felipe II, profundamente supersticioso, no tardó en actuar. El monarca ordenó que capturaran al animal, que fue finalmente ahorcado en una de las torres del monasterio, cerca del refectorio, donde su cuerpo permaneció colgado durante meses como advertencia. Según algunas versiones, el perro no era un ser demoníaco, sino el sabueso extraviado del marqués de Navas, consejero del rey, que quedó atrapado en el recinto sin encontrar la salida.
A pesar de su ejecución, la leyenda dice que el rey siguió escuchando los aullidos del perro durante sus últimos días en El Escorial. Esta historia marcó tanto a Felipe II que llegó a reunir más de 7.000 reliquias para proteger el monasterio de posibles influencias malignas. La obra se prolongó durante 21 años y, mientras tanto, entre los obreros seguía viva la idea de que el perro negro era un emisario del diablo.

Para algunos, el animal no era un enemigo, sino un guardián. Un ente protector que vigilaba los trabajos de construcción sobre un terreno considerado maldito. Sea como fuere, el miedo colectivo tomó forma en esa figura canina que mezclaba superstición, castigo y poder sobrenatural.
Una arquitectura para sellar el mal
curiosidades del Patrimonio Nacional
El lugar elegido por Felipe II para edificar el monasterio no fue casual. El Escorial, según diversos estudios, fue concebido como una especie de baluarte espiritual. El edificio está repleto de simbolismo bíblico, desde su planta inspirada en el Templo de Salomón hasta las estatuas de los reyes David y Salomón que flanquean su fachada.
Historiadores como René Taylor han señalado que la geometría del edificio esconde una estructura basada en el triángulo, el círculo y el cuadrado, formas asociadas a la perfección divina en el pensamiento renacentista. La idea de utilizar un templo con un diseño supuestamente dictado por Dios para sellar una entrada infernal no parece ajena a la mentalidad del monarca.
Felipe II no solo construyó un símbolo de poder religioso y político, sino también un escudo espiritual. Y en medio de esa epopeya de piedra y fe, la figura del perro negro quedó atrapada entre la leyenda y la historia, como el eco de un miedo que, siglos después, todavía resuena entre los muros del Escorial.