María, la niña que descubrió Altamira y a la que nadie creyó: así fue la historia real que pocos conocen
A las afueras de Santillana del Mar, en Cantabria, se esconde uno de los mayores tesoros arqueológicos del mundo. Su descubrimiento fue tan revolucionario que los científicos de la época se negaron a creerlo

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El hallazgo de Altamira se remonta a 1879, cuando María Sanz de Sautuola, una niña de apenas nueve años, contempló por primera vez las pinturas que decoran el techo de lo que hoy se conoce como la Sala de los Polícromos. Acompañaba a su padre, Marcelino Sanz de Sautuola, un aficionado a la arqueología, que había visitado la cueva por primera vez cuatro años antes, guiado por un lugareño llamado Modesto Cubillas, quien la había descubierto accidentalmente mientras cazaba con su perro.
Una niña, una linterna y una revelación bajo tierra
Lo que la niña vio a la luz de una linterna cambió el curso de la historia: bisontes, ciervos y caballos pintados con sorprendente realismo en un techo de baja altura al que ella tenía fácil acceso. Aquel momento marcaría el inicio de una larga batalla por el reconocimiento de Altamira como uno de los lugares más importantes del arte rupestre paleolítico.

Entrada a la cueva
En 1880, Sanz de Sautuola publicó un pequeño folleto donde defendía la autoría prehistórica de las pinturas. Sin embargo, la comunidad científica europea lo ridiculizó, acusándolo incluso de haber falsificado las obras. En un contexto dominado por el escepticismo y el evolucionismo científico, resultaba inaceptable que el ser humano del Paleolítico fuera capaz de crear un arte tan elaborado.
De la sospecha al reconocimiento internacional
Pasaron más de veinte años hasta que otros descubrimientos similares en Francia, como las cuevas de Le Mouthe o Font de Gaume, dieron la razón al investigador cántabro. En 1902, el prestigioso prehistoriador francés Émile Cartailhac publicó un artículo titulado “Mea culpa de un escéptico”, en el que admitía su error y reconocía el valor incuestionable de Altamira. Desde entonces, la cueva se convirtió en un icono mundial del arte paleolítico.

Pinturas Altamira
La cueva fue declarada Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1985 y, debido a su delicado estado de conservación, se encuentra cerrada al público de forma casi permanente. Solo cinco personas a la semana pueden acceder a la cavidad original, elegidas entre los inscritos en una lista de espera gestionada por el museo.
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Un lugar en la tierra: Valladolid
Para el resto de visitantes, el Museo Nacional y Centro de Investigación de Altamira, inaugurado junto a la cueva, alberga la Neocueva, una reproducción exacta que permite admirar el conjunto sin dañar los originales. Esta sala reproduce con fidelidad los pigmentos, volúmenes y técnicas utilizadas hace más de 14.000 años.
El estado de conservación de las pinturas se debe en gran parte a un desprendimiento de tierra ocurrido hace unos 13.000 años, que selló la entrada y preservó su interior intacto. Sin embargo, la afluencia masiva de turistas en el siglo XX alteró las condiciones ambientales, lo que llevó a su cierre en 1977, reapertura limitada en los 80 y cierre definitivo en 2002, salvo contadas excepciones.
Hoy, Altamira es más que una cueva: es un símbolo de la capacidad artística del ser humano primitivo, un recordatorio de que incluso las mentes más brillantes pueden errar... y que a veces, los grandes hallazgos nacen de los ojos atentos de una niña.