El Papa nos llama a ser santos: “Un padre o una madre, que vive en casa una situación difícil, y lleva adelante su trabajo”
En la Homilía de la celebración del Jubileo de la Santa Sede, León XIV ha recordado que la Iglesia es sostenida por la Virgen María

Madrid - Publicado el - Actualizado
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El Papa en la homilía de la celebración del Jubileo de la Santa Sede ha recordado la feliz coincidencia con la celebración, ayer, de Pentecostés: "el Espíritu Santo es fuente de luz que derrama en abundancia sobre el Pueblo de Dios".
La lecturas de la Misa de hoy hacen comprender el misterio de la Iglesia, y por tanto, también el de la Santa Sede: "partimos de la más fundamental, que es el relato de la muerte de Jesús. Juan, de los Doce el único presente en el Calvario, vio y dio testimonio de que, al pie de la cruz, junto a otras mujeres, estaba la madre de Jesús. Y escuchó con sus propios oídos las últimas palabras del Maestro, entre la cuales, estas: Mujer, aquí tienes a tu hijo, y después, dirigiéndose a él: Aquí tienes a tu madre".
La fecundidad de la Iglesia es la misma fecundidad de María
La maternidad de María, a través del misterio de la cruz, dio un salto impensable: "La Madre de Jesús se convirtió en la nueva Eva, porque el Hijo la asoció a su muerte redentora, fuente de vida nueva y eterna para todo ser humano que viene a este mundo".
Explica León XIV que la fecundidad de la Iglesia es la misma fecundidad de María: "y se realiza en la existencia de sus miembros en la medida en que estos reviven, lo que vivió la Madre, es decir, que aman con el amor de Jesús. Toda la fecundidad de la Iglesia y de la Santa Sede depende de la cruz de Cristo. De lo contrario, es apariencia, si no es que algo peor".
Esta fecundidad de María y de la Iglesia está inseparablemente vinculada a su santidad, es decir, a su conformación con Cristo: "La Santa Sede es santa como lo es la Iglesia, en su núcleo originario, en la fibra de la que está tejida. Así, la Sede Apostólica custodia la santidad de sus raíces mientras es custodiada por ella. Pero no es menos cierto que también vive de la santidad de cada uno de sus miembros". Por ello, señala el Papa la mejor manera de servir a la Santa Sede es procurar ser santos, cada uno según su estado de vida y la tarea que se le ha confiado.
ser santos: la mejor manera de servir a la iglesia
El Papa en su homilía lo ha explicado por medio de algunos ejemplos: "un sacerdote que personalmente lleva una cruz pesada a causa de su ministerio, y sin embargo cada día va a la oficina y trata de hacer su trabajo lo mejor posible, con amor y con fe, ese sacerdote participa y contribuye a la fecundidad de la Iglesia".

Una santidad a la que también se llega desde nuestras casas y en la vida matrimonial: "Y lo mismo un padre o una madre de familia, que en casa vive una situación difícil, un hijo que da preocupaciones, un padre enfermo, y lleva adelante su trabajo con empeño: ese hombre y esa mujer son fecundos con la fecundidad de María y de la Iglesia".
SIN EL ESPIRITU SANTO NADA ES POSIBLE
El Espíritu Santo, que desciende con poder sobre la primera comunidad, es el mismo que Jesús entregó con su último aliento: "la fecundidad de la Iglesia está siempre ligada a la gracia que brota del Corazón traspasado de Jesús, junto con la sangre y el agua, símbolo de los Sacramentos.
El Papa recuerda que María, en el Cenáculo, gracias a la misión materna que recibió al pie de la cruz, está al servicio de la comunidad naciente: es la memoria viviente de Jesús y, en cuanto tal, "es el polo de atracción, por así decirlo, que armoniza las diferencias y hace que la oración de los discípulos sea unánime".

Los Apóstoles, también son enumerados por nombre, y como siempre, el primero es Pedro: "Pero él mismo, de hecho, en primer lugar, es sostenido por María en su ministerio. De manera análoga, la Madre Iglesia sostiene el ministerio de los Sucesores de Pedro con el carisma mariano. La Santa Sede vive de manera muy particular la co-presencia de ambos polos: el mariano y el petrino".
Por ello, concluye León XIV, es el polo mariano el que asegura la fecundidad y la santidad del petrino, con su maternidad, don de Cristo y del Espíritu.