"El procés catalán fue un levantamiento de unas élites separatistas contra la democracia española"

El director de 'Mediodía COPE' aborda la actualidad de este viernes

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Qué tal, soy Jorge Bustos, bienvenido al mediodía de este viernes 30 de mayo. Hablamos mucho de corrupción últimamente. Y no es para menos. Koldo, Ábalos, Leire, el hermano, la esposa, el fiscal... Pero hay algo mucho peor que todo eso. 

Un delito tan descarado que no cabía en la Constitución: por eso los padres de la Constitución no incluyeron la amnistía en la Carta Magna. Porque daban por hecho que en una democracia no está permitido anular causas judiciales por intereses políticos. Las amnistías son medidas extraordinarias que sirven para poner punto y final a las dictaduras: aquí hubo una amnistía muy necesaria tras la muerte de Franco, porque en toda dictadura hay presos políticos que serían inocentes en cualquier democracia con pluralismo de partidos y libertad de expresión. Aquella amnistía fue el pistoletazo de salida de la Transición a la democracia.

El procés catalán no fue un levantamiento de Cataluña contra España: fue un levantamiento de unas élites separatistas contra la democracia española, cuya ley de leyes les impedía -y les impide- robarse un pedazo de nuestro país. Pedro Sánchez también pensaba así. Pensaba que Puigdemont había cometido una rebelión de libro y que había que traerlo para que rindiera cuentas ante la Justicia. Y pensaba, como Carmen Calvo o su ministro Juan Carlos Campo, que la amnistía no tenía cabida en la Constitución de un país democrático, que juzga y condena sin atender a la conveniencia parlamentaria del procesado. Y muchos menos, del socio del procesado.

Todo cambió la noche del 23 de julio de 2023, cuando Pedro perdió las elecciones y se dio cuenta de que solo podría mantenerse en el poder sometiéndose a los siete votos de Puigdemont, que exigía la amnistía. Esa misma noche Pedro Sánchez decidió corromperse. Esa misma noche decidió que el poder bien valía la impunidad. Y tenía al cómplice perfecto para ejecutar el cambiazo: Cándido Conde-Pumpido. Un jurista a su medida: alguien capaz de sacrificar cualquier prestigio profesional por la vanidad del poder y por la afinidad ideológica. Pedro satisfizo esa vanidad y estrechó esa afinidad colocando a Cándido al frente del poderoso Tribunal Constitucional. Pero con una condición: tendría que encajar a martillazos la amnistía en la Constitución. Y eso es lo que Cándido está a punto de consumar antes de que acabe junio, un año después de la aprobación de esa ley infame en el Parlamento. El mayor acto de corrupción de la democracia.

Así fue como el socialismo se solapó con el separatismo. Así fue como el Gobierno del Estado adoptó el relato de los promotores del procés, según el cual España no es una democracia sino una prolongación del franquismo, con jueces franquistas que empuraron a nobles demócratas como Puigdemont y Junqueras. Por siete votos vendió Pedro el honor de la democracia del 78. Por unos meses más en el poder. 

Esa traición fue el acto inaugural de esta legislatura estéril y vergonzosa, que será recordada como el punto más bajo en medio siglo de política española. Por eso a mí no me escandaliza lo de Leire. Y mucho menos que Leire haya sido pillada negociando con Gonzalo Boye, el abogado de Puigdemont. 

Todo proviene del mismo vicio original: un político sin principios, cercado por la corrupción, tratando de salvarse en alianza con otro político perseguido por la Justicia. Pedro busca amnistiarse a sí mismo y a su familia primero amnistiando al golpista del procés y después tratando de deslegitimar a la Guardia Civil. Por eso ya no veo la diferencia entre Junts, el PSOE y las cloacas de Leire. Todos chapotean en el mismo fango.

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Con Ángel Expósito

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