Ya hemos visto los primeros gestos y escuchado las primeras palabras del Papa en Canadá. Ayer, en la parroquia del Sagrado Corazón, donde confluyen personas de diversas comunidades indígenas junto con gente de los barrios locales, y también personas inmigrantes llegadas con posterioridad, Francisco desarrolló una hermosa catequesis sobre la reconciliación obrada por Cristo. A diferencia de nuestros arreglos, esta reconciliación no es una especie de compromiso para contentar a las partes. Jesús reconcilia haciendo de dos realidades distantes una única realidad, un solo pueblo. Y lo hace por medio de la cruz, en la cual vuelve a unir lo que parecía impensable e imperdonable.

El Papa se preguntó qué significa esto para quienes llevan dentro heridas muy dolorosas, como los supervivientes de las llamadas “escuelas residenciales”, en las que los hijos de los antiguos pueblos del Canadá fueron desarraigados de sus familias y de sus culturas. Ante eso, “Jesús no propone buenos propósitos, sino la cruz, ese amor escandaloso que se deja atravesar por los clavos”, dijo Francisco.

Después, el Papa habló de la Iglesia como “cuerpo vivo de reconciliación”. Es verdad que hubo cristianos que confundieron la evangelización con la imposición, y eso provoca aún hoy rabia y vergüenza. Francisco pidió que “eso no vuelva a pasar en la Iglesia, que Jesús sea anunciado en la libertad y en la caridad, ¡que la Iglesia, Cuerpo de Cristo, ¡sea cuerpo vivo de reconciliación!”. Esa es la Iglesia, ojalá sea siempre así: una casa con las puertas abiertas donde nos encontramos, servimos y reconciliamos, porque Jesús está en medio: “rezar juntos, compartir las historias de vida, las alegrías y las luchas comunes abre la puerta a la obra reconciliadora de Dios”. Mientras, algunos siguen discutiendo sobre si es suficiente la petición de perdón expresada por el Papa desde que pisó tierra canadiense.