Conmoción por Cristo
Escucha la Firma de José Luis Restán del martes 20 de mayo

Escucha la Firma de José Luis Restán del martes 20 de mayo
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A veces un rostro, una mirada, valen más que todo un discurso. Sucedió durante la Misa de inicio del pontificado, cuando el cardenal filipino Luis Antonio Tagle colocó el “anillo del pescador” en el dedo de León XIV. Solo un primer plano ofrecido por la televisión permitió captar el instante en que el nuevo Papa, profundamente conmovido, miraba primero a ese anillo y luego levantaba brevemente la mirada a lo alto, con lágrimas en sus ojos. Fue apenas un instante, además es evidente que León XIV no es hombre inclinado a ninguna teatralidad. Pero esa conmoción no era algo sentimental ni decorativo, era el signo patente de algo grandísimo que, de alguna manera, muchos, incluso alejados de la vida de la Iglesia, han percibido estos días: que Dios quiere pasar a través de un hombre concreto, con todos sus límites, para llegar a todos. Un instante antes, el cardenal Tagle había recitado una oración en la que recordaba a Robert Prevost que le iba a endosar el anillo de Pedro, el pescador de Galilea a quien Cristo constituyó en roca sobre la que edificar su Iglesia sobre las arenas del tiempo.
Minutos después, León XIV se preguntaba en la homilía: “¿cómo puede Pedro llevar a cabo su tarea?” Sólo porque ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación. Cuántas cosas habrán pasado, como un rayo, por la mente de este hombre nacido en Chicago, hijo de inmigrantes, misionero, profesor, obispo… un pobre hombre pecador como todos nosotros. Esa conmoción que expresaba en sus palabras, pero que primero habíamos visto en sus ojos, es el signo de la fe. Muchos, incluso cínicos, se preguntan estos días cuál es el secreto de la Iglesia para sorprender de nuevo, cuando ya se ha anunciado tantas veces su derrumbe. La respuesta es sencilla, pero no puede darse por descontada: es esta conmoción por Cristo, que vuelve a suceder ante nuestros ojos.