Una tradición de más de un siglo y medio en el corazón de Pamplona
Durante estas dos semanas, médicos, ingenieros, bomberos, pedagogos y abogados dejan de lado sus profesiones y se enfundan el delantal familiar

La Mañueta
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En pleno casco viejo de Pamplona, donde las piedras hablan de historia y las mañanas huelen a fiesta, hay un rincón con nombre propio que cada julio cobra vida: La Mañueta. Esta churrería, que cuenta con más de 150 años de historia, es un negocio familiar que solo abre sus puertas 14 días al año, coincidiendo con los Sanfermines y algunas jornadas sueltas más.
“Colgamos todos nuestros trastos habituales para venir aquí a hacer churros y cumplir con la tradición”, explica Fermín, uno de los herederos de este peculiar y entrañable establecimiento. Durante estas dos semanas, médicos, ingenieros, bomberos, pedagogos y abogados dejan de lado sus profesiones y se enfundan el delantal familiar para mantener viva una de las tradiciones más queridas de Pamplona.
"No lo hacemos por dinero"
La Mañueta no es un negocio como cualquier otro, ni busca serlo. “Esto no lo hacemos por dinero”, reconoce Fermín con total honestidad. “Es algo completamente sentimental”. Así lo demuestra el cariño que reciben cada día de los vecinos y visitantes: “Hoy, por ejemplo, han venido a saludarnos un churrero de Marchena, otro de Madrid y un matrimonio de Sevilla”. Y aunque reconocen con humildad que no son “churreros de verdad” —“abrimos solo 14 días al año”—, su fama traspasa fronteras.
Churros,tradición y familia
El secreto de su éxito está en la fidelidad a una forma de hacer las cosas que no ha cambiado en generaciones: “Aquí no hay nada moderno. Lo más moderno que tenemos es un frigorífico Super-Ser”. La receta es simple y antigua: harina, agua y sal. El aceite, de oliva. El fuego, de leña de haya. Y el resultado, “unos churros con un punto ahumado muy especial”.
La jornada arranca temprano. “Venimos a las 5:45 de la mañana a encender las calderas”, explica Fermín. “A las 6 empezamos a freír y a las 11 cerramos. Luego, a disfrutar un poco de la fiesta”. Los primeros churros, curiosamente, son para los propios churreros.
UN ESFUERZO FAMILIAR
Detrás de esta breve pero intensa campaña anual hay una gran labor de organización. “Ya no somos familias tan numerosas como antes”, lamenta Fermín, “y cada vez hay menos banquillo”. Aun así, cada día algún sobrino libra, salvo el 14 de julio, “que es una locura”.
El compromiso también se extiende al cuidado de la matriarca del clan, Paulina, de 103 años, a quien todos veneran como el “nexo de unión” familiar. “Ella nos enseñó a querer esto”, dice Fermín con emoción. Y no olvida a su padre: “Él decía que era el duque de Edimburgo del churro, el churrero consorte. Fue quien modernizó la churrería, si es que aquí puede decirse eso”.
uNA HISTORIA VIVA QUE SE TRANSMITE
La Mañueta es también un espacio de puertas abiertas. “La gente me pregunta si pueden hacer fotos. Yo les digo que sí, que hasta pueden mangarnos la receta y abrir una churrería al lado. Pero esto no se copia. Esto es herencia”.
Actualmente, trabajan en la churrería tres generaciones: la cuarta (con miembros de hasta 76 años), la quinta (entre 30 y 45 años), y la sexta, con jóvenes de apenas 16. “Esto está lleno de fósiles”, bromea Fermín, quien ahora se encarga sobre todo de las relaciones públicas.
aUTENTICIDAD SIN ARTIFICIOS
En La Mañueta no hay estrategias de marketing ni campañas publicitarias. La docena de churros cuesta nueve euros y la tradicional rosca, veintisiete. “Vendemos todo”, asegura Fermín, aunque con un toque de humor recuerda lo que dice su madre cuando alguien pregunta por cantidades: “Tú no serás de Hacienda, ¿no?”
La pregunta inevitable llega al final: ¿hasta cuándo seguirán? Fermín tiene la respuesta clara: “En 2017 cumplimos 155 años, y a partir de ahí… veremos venir”. Mientras tanto, Pamplona seguirá encontrando en La Mañueta un sabor a pasado que nunca caduca. Una historia viva, contada a través del aceite caliente, el crujir del churro… y el corazón de una familia.