La foto de Fernando de Haro: "Un recuerdo de cuando la ciudad era de madera"
La foto del día de Fernando de Haro

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La foto de hoy está tomada en una de esas calles en las que nunca hemos estado, una de esas calles que solo conocemos por las películas. Una calle de Nueva York con casas adosadas, con rejas para que nadie se cuele en los semisotanos que en un tiempo fueron para el servicio y que ahora se alquilan por mucho dinero, una calle de Nueva York que parece antigua porque la piedra se trajo de lejos a finales del siglo XIX, una calle de Nueva York que no tiene debajo del asfalto una calzada romana, que ha conocido peregrinos irlandeses, holandeses, alemanes e italianos, ahora salvadoreños y hondureños que huyeron y huyen de la pobreza. Como en las películas, en la acera una gran boca de incendios. Un recuerdo de cuando la ciudad era de madera, de cuando se volaron edificios para detener las llamas. Alguien con necesidad de refrescarse ha decidido que el agua del ayuntamiento no es de nadie y ha abierto la llave de paso. Y tres chorros con mucha fuerza estallan en una alegría desmenuzada que salpica a un peatón, riega el asfalto y deja un pequeño charco. Un charco como un embalse de lagrimas sin dueño. Detrás de la cascada urbana, un hombre sentado en un escalón, una mujer apoyada en la verja. El hombre con un camiseta roja de tirantes que marca una tripa crecida. La mujer quieta como un centinela. Los dos impasibles, indiferentes, sin inmutarse ante la boca de incendios que escupe lanzas acuáticas. Los dos como dos árbitros, como dos desapasionados espectadores a los que les aburre la función. No va con ellos, no va con ellos el estallido de la fuente urbana, como si no tuvieran calor, como si no tuviesen necesidad, como si ya lo supieran todo.



