
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La foto que me ha llamado la atención hoy la he visto en el diario El País. Es una imagen tomada en una playa sucia llena de redes de plástico y de algas secas. Bajo una luz plomiza, de un sol triste y escondido, dos mujeres miran hacia el horizonte y otras dos se han dado la vuelta y miran al suelo, miran hacia abajo, tratando de esconder su pena entra la arena mojada. Las mujeres llevan largos vestidos de estampados imposibles, es lo único alegre en la imagen. Se cubren las mujeres la cabeza con pañuelos. Sobre el mar gris, una, dos, tres, hasta cinco barcas, chalupas casi descompuestas, con los cascos a churretones. Son balandros de pobres que cabecean su miseria, con las proas encarando un destino incierto. Y sobre las barcas niños que juegan a ser hombres, niños que quieren sufrir menos que sus padres, niños con una tierra regalada en la imaginación. Las mujeres de la playa son madres, madres que han ido a despedir a sus hijos: una y mil veces les han pedido que no se marcharan, pero los hijos no les han hecho caso. Y aquí están ellas en la playa para empezar la más dura de las travesías, la travesía de la ausencia, de las noches sin dormir, del corazón sin descanso, de ese corazón que cuando mire la risa del alba, cuando mire volver a los pescadores, cuando mire la comida en el puchero, cuando mire todo lo que hay que mirar en la vida, ese corazón no se podrá olvidar del hijo que se marchó, no podrá dejar de implorar al cielo, de desear con todas sus fuerzas que el primer llanto, el que le salió recién parido, el primer llanto sea ya risa, fiesta, contentura.