'Crónicas perplejas': "No hay mayor tesoro que los afectos y la familia"

Habla Antonio Agredano de la búsqueda de tesoros y fortuna

Antonio Agredano
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Antonio Agredano

Habla Antonio Agredano en sus 'Crónicas perplejas' en 'Herrera en COPE' de la búsqueda de tesoros

Antonio Agredano

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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.

Todos los niños sueñan con ser piratas, desenterrar un tesoro, perderse en el horizonte, viajar a sitios oscuros y lejanos. Una vez, sentados en la arena, mis primos y yo vimos a un señor con uno de esos detectores de metales. Nos quedamos maravillados. Iba barriendo la orilla. Sonaba un pitidito y sacaba alguna moneda, algún anillo, entiendo que muy de vez en cuando. 

Pero en nuestra imaginación, estábamos seguro de que ese hombre, en algún momento de su vida, y tras un pitido intenso, encontraría un viejísimo cofre enterrado por algún capitán extraviado en aquella playa. Doblones de oro, esmeraldas y rubíes.

Dijo el poeta Leopoldo María Panero que "en la infancia vivimos y después sobrevivimos". Y buena parte de aquella vida era la ingenuidad. Creer en cosas imposibles. Borrar los límites a nuestra realidad, atravesar las fronteras de la verdad, habitar un mundo mucho más divertido y con muchas más posibilidades que el de los adultos.

Cuando echamos la lotería o compramos un cupón se activan aquellos mismos mecanismos. Pensamos en viajes extraordinarios, casas en el campo y un coche nuevo. Somos igual de cándidos que éramos de pequeños. Pero ya las cosas son diferentes. En el fondo, sabemos que no hay tesoros enterrados, que el único dinero que llega es aquel que se trabaja.

Es entonces cuando ponemos la mirada en lo diminuto, en lo rutinario. Y ahora entiendo a mi madre, que siempre nos llamó tesoritos a mi hermana y a mí. Desde muy chicos. "¿Dónde están mis tesoros?", decía desde la puerta nada más llegar del trabajo. 

Yo jamás había entendido la amplitud de esa palabra, su intenso significado, hasta que, tras un día horrible, de esos que todos tenemos, vi salir a mis hijos del colegio y los abracé con fuerza y sentí, ahora lo sé, lo que ella sentía al volver a casa. Que no hay mayor tesoro que los afectos y que la familia. Que no hay oro en el mundo que valga más que sus mejillas, que su amor y el refugio que dan sus manos minúsculas.

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