'Crónicas perplejas': "A todos nos habita un secreto por dentro"
Habla Antonio Agredano de las cosas de las que cuesta convencer

Haba Antonio Agredano en sus 'Crónicas perplejas' en 'Herrera en COPE' de aquellas cosas que cuesta creerse
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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.
A todos nos habita un secreto por dentro. Como un tesoro escondido en la profundidad del esternón, en la tierra removida del pecho. Ahí brilla, ajeno el mundo, parte de lo vivido. Nuestras frustraciones y nuestros deseos. Nuestra culpa y nuestra felicidad.
Por más que hablemos, compartamos, nos mostremos en redes sociales o en nuestra cotidianidad, a veces tengo la sensación de que, para los demás, somos completos desconocidos. Que por fuera somos como una casa con las persianas bajadas. Que por dentro se mueven en silencio, con luz baja, las muchas personas que somos. El de las tristezas inesperadas, el del entusiasmo contagioso, el que prefiere estar solo, el que busca el amor con torpeza. "¿Que me contradigo? Sí, me contradigo. ¿Y qué? Yo soy inmenso y contengo multitudes", como escribió Walt Whitman.
Y que pese a la brevedad, pese a lo imprevisible que es todo esto, pese a la urgencia de los días, hay una huella que nunca desaparece. Una señal. Una marca en el tacto ajeno. Hablo de los afectos. Que es como abrir la puerta de esa casa cerrada e invitar a pasar. A conocernos. A sentirnos cómodos en un corazón que no es el propio.
Asistir a la intimidad, a las rutinas y a las dudas. Atravesar los secretos y el rubor. Quedarnos allí durante mucho tiempo. Compartiendo esas multitudes. Que nuestra vida sea parte de otras vidas. Hablar y escuchar. Dar un abrazo y sentirnos también reconfortados.
Somos fugaces e inesperados. Pero algo de nosotros perdura. Aunque ya no estemos, quedan los cimientos de esa casa. La pasión con la que vivimos. Las personas que vivieron allí, a nuestro lado. Esas que desenterraron nuestros secretos. Y una luz siempre encendida. Una luz misteriosa, porque no proyecta sombras. La luz de amar y de haber sido amado.