'Crónicas perplejas': "En mitad del apagón busqué refugio en la radio"
Habla Antonio Agredano del gran apagón eléctrico de España

Habla Antonio Agredano en sus 'Crónicas perplejas' en 'Herrera en COPE' del gran apagón eléctrico de España
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En esta sección de 'Herrera en COPE', Antonio Agredano mezcla lo “cotidiano y exótico” con una particular visión de las cosas de la vida capaz de equiparar con lo más sorprendente en sus 'Crónicas perplejas'.
Ayer, dos horas más sin luz, y me hubiera puesto a pintar bisontes sobre el gotelé. Qué inquietud esas primeras horas. Me afeité. No sé por qué, pero fue lo primero que hice cuando se fue la luz y mi móvil se quedó sin red. Cogí cuchillas nuevas y me apuré el mentón frente al espejo. Luego me duché, me puse ropa cómoda. Me eché colonia de la buena. Pensé: si este es el fin del mundo, que me pille escamondado.
Abrí mi hucha de los dos euros. Bajé a por velas, pilas y agua. Luego al colegio a recoger a los niños, que apenas pudieron almorzar, ensalada, un huevo duro y algo de fruta en el comedor escolar. Y ya en casa con ellos, pensé: si este es el fin del mundo, que me pille dibujando con mis hijos.
No hay nada más legítimo que el miedo. Yo aparentaba normalidad en casa, porque así es la vida adulta. Pero por dentro me habitaba la inquietud. Dónde estaba mi gente, donde les había pillado todo esto. ¿Cuándo volvería la normalidad? O lo que es más importante: ¿A qué llamamos normalidad?
Tuvimos muchas horas para pensar. Para mirar al futuro. Pensé en volver a recordar el nombre de las calles. En apuntar los teléfonos a mano en una agenda. En usar menos la tarjeta y más los billetes. En comprarme por fin la bicicleta. Y en mitad de la pesadilla, en mitad del apagón, busqué refugio en la radio.
Encendí el transistor. Me reconfortó escuchar a Pilar García Muñiz. Me apaciguó su risa. Su calma frente a la esponja azul. Era como tener una amiga al otro lado diciendo que todo iba a salir bien. Que paciencia. Que no estábamos solos.
Mis hijos sacaron los juguetes del armario. A falta de té, bebía un vaso de leche con el transistor sobre la mesa del salón. Las persianas levantadas. La luz de la tarde combatía la incertidumbre.
No sé qué cosas nos quedan aún por vivir, pero sé que las escucharé en la radio. Que siempre habrá allí una voz serena. A las diez de la noche, ya con la lámpara encendida, abrí una botella de vino. Los niños dormían ajenos al mundo. Ánimo a todos. Vencimos al miedo. Y seguimos. Siempre seguimos.
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