Donar es vida: el triple milagro que salvó a Emy Martín

Una enfermedad renal hereditaria llevó a Emy Martín a enfrentarse a tres trasplantes. El último, un complejo cruce de donaciones entre tres parejas, le devolvió la vida gracias al amor y la valentía de su pareja, Víctor.

Emy y Víctor durante un paseo mañanero
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COPE Huelva

Entrevista a Emy y Víctor

Redacción COPE Huelva

Huelva - Publicado el

4 min lectura

En el marco de la I Semana de donación de órganos y tejidos y trasplantes en Huelva, la historia de Emy Martín brilla como un ejemplo de resistencia, generosidad y amor. Emy padece una enfermedad renal de origen genético, al igual que su padre, que le fue diagnosticada cuando apenas tenía siete años. “A través de una ecografía descubrieron que ya tenía quistes en ambos riñones”, cuenta. Aunque el diagnóstico llegó en la infancia, los síntomas más graves aparecieron cuando tenía unos 22 años, momento en que ingresó en Nefrología debido a problemas de tensión arterial.

Desde entonces, su vida se transformó en un recorrido lleno de obstáculos y esperanza. Tras años de lucha, Emy se enfrentó a su primer trasplante, procedente de un donante fallecido. Sin embargo, a los seis meses, el órgano fue rechazado. Volvió entonces a la diálisis, a la espera de una segunda oportunidad. “El segundo trasplante también fue de cadáver. En este caso sí funcionó inicialmente, aunque con el tiempo volvieron los problemas”, explica. Su cuerpo necesitaba un riñón de un donante vivo para mejorar las probabilidades de éxito.

Ahí es donde entra en escena Víctor, su pareja. “Cuando los trasplantes de cadáver no funcionaron, decidimos iniciar el proceso para que yo le donara un riñón”, relata. Sin embargo, la compatibilidad sanguínea entre ambos no lo permitió. Lejos de rendirse, se acogieron a una modalidad aún poco conocida: el trasplante cruzado.

Este tipo de procedimiento permite que dos (o más) parejas donante-receptor intercambien órganos si entre ellas se encuentran las compatibilidades necesarias. En el caso de Emy y Víctor, se trató de un triple cruce: tres parejas conectadas por la necesidad y la esperanza. “Nuestro riñón no iba para ella, iba para otra persona, y el de otro donante venía para Emy. Todo esto, además, manteniéndose el anonimato total entre las partes implicadas”, explica Víctor.

El trasplante se realizó el 30 de noviembre de 2021. “Ese día me cambió la vida por completo”, dice Emy con emoción. El proceso fue cuidadosamente coordinado en hospitales distintos. “Creemos que el órgano vino en avión desde Madrid, pero no nos dan más información que lo estrictamente médico. Todo es confidencial”, señala.

Víctor recuerda el momento con nitidez. “Fue el Dr. Bernal quien nos llamó para decirnos que había un riñón para Emy. Yo estaba esperando a nuestra hija a la salida del colegio. Cuando colgué, salí corriendo. Fue una locura, una alegría enorme.”

Antes de que Víctor pudiera donar, tuvo que pasar por una exhaustiva batería de pruebas médicas, psicológicas y legales. “Incluso el día antes de la operación tuve que comparecer ante un juez, para confirmar que lo hacía sin coacción y por voluntad propia”, cuenta. Para él, no fue un sacrificio, sino un acto de sentido común. “Muchos lo llaman amor o generosidad, pero yo prefiero decir que era lo lógico. Si está en mi mano salvar a alguien a quien amo, ¿qué estamos esperando?”

Emy lo describe como “el mayor acto de amor que puede existir”. A pesar de su resistencia inicial —no quería que su pareja corriera riesgos por ella—, hoy agradece profundamente aquel gesto. “Víctor ha estado conmigo en todo, incluso cuando yo no podía con mi vida. Verle pasar por un quirófano por mí es algo que no se olvida nunca.”

La recuperación fue total. Ambos llevan una vida completamente normal. Tienen una hija, sus trabajos, hacen deporte y viven sin restricciones importantes. “Yo, como donante, no noto ninguna diferencia. Solo tengo que cuidar un poco más mi tensión, pero por lo demás, todo es igual”, asegura Víctor.

La enfermedad renal truncó la vida de Emy cuando tenía apenas 38 años. “Es como ser un móvil viejo: estás bien por la mañana, pero a las tres de la tarde ya no te queda batería”, explica. Vivía cansada, limitada por la diálisis, sin posibilidad de hacer planes. Hoy, cuatro años después del trasplante cruzado, se siente renacida.

Víctor lo resume así: “La persona que dona pierde muy poco. Pero la que recibe, lo gana todo”. Por eso, ambos animan a que más personas se informen sobre la donación de vivo. Porque como bien dicen, donar es vida.

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