El país con el que Cristóbal Colón confundió Cuba y por el que le dio un nombre distinto: no es el que tiene hoy en día
El descubridor español no buscaba nuevos mundos que desvelar, sino establecer una ruta hacia las indias y hallar en su travesía, de ahí el motivo de esta confusión que marcó la historia

Vida y viajes de Cristóbal Colón, 1851 Honores tributados a la Reina
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Cuando Cristóbal Colón partió del puerto de Palos de la Frontera en agosto de 1492, no lo hacía con la intención de descubrir un nuevo continente, sino de hallar una ruta alternativa hacia las Indias. Su objetivo, claramente económico y estratégico, era acceder a los lucrativos mercados orientales por una vía occidental que, según sus cálculos, debía conducirle a Asia navegando el Atlántico. En ese contexto de expectativas doradas, se produjo una de las confusiones geográficas más relevantes de la historia: la isla de Cuba, en realidad una joya del Caribe, fue identificada erróneamente como Cipango, el legendario nombre con el que los europeos conocían entonces al Japón.
El error no fue casual. Marco Polo, en su célebre “Libro de las maravillas”, había descrito Cipango como una isla bañada en oro y riquezas incalculables. En el imaginario colectivo europeo del siglo XV, esa descripción bastaba para alimentar la codicia de cualquier explorador. Por eso, cuando Colón avistó Cuba el 27 de octubre de 1492, creyó de inmediato que había llegado a esa tierra prometida. Así lo expresó en su diario: “Parto para la isla de Cuba, que creo que debe ser Cipango, según las señas que dan esta gente de la grandeza de ella y riqueza”.
Un error que marcó la historia
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La expedición desembarcó en las costas cubanas, maravillada por su vegetación exuberante, sus aguas cristalinas y su clima benigno. Pero a pesar de las apariencias, Colón no encontró los templos recubiertos de oro ni al Gran Khan que esperaba. En su lugar, lo recibieron caciques locales sin el boato ni las riquezas que cabía esperar de la realeza japonesa. Aun así, convencido de su hipótesis, el Almirante envió emisarios hacia el interior en busca de confirmación, sin sospechar que estaba a más de 12.000 kilómetros de Japón.
El nombre que inicialmente otorgó a la isla no fue Cuba, sino Juana, en honor al infante Juan, hijo de los Reyes Católicos. Sin embargo, en sus escritos también aparece el término “Colba”, una palabra derivada del nombre indígena Taíno por el que los nativos conocían la isla. Finalmente, esa forma evolucionó y se impuso como Cuba, el nombre que ha llegado hasta nuestros días. Paradójicamente, el topónimo que Colón consideró provisional por no encontrar su ansiado Cipango, terminó siendo el definitivo.

Cuba, Cárdenas, Catedral y estatua de Colón
Otro dato curioso es que el único lugar que se llamaba Cuba en la Europa del siglo XV estaba en Portugal, lo que ha generado teorías que apuntan a conexiones lusas más profundas en la formación y conocimiento náutico del navegante. Aun así, lo indiscutible es que esta confusión geográfica transformó la historia de América y del mundo.
De Cipango a Cuba
El error de Colón no solo tiene un valor anecdótico, sino que representa un momento decisivo en la forma en que Europa interpretó el Nuevo Mundo. El navegante murió sin saber que había descubierto un continente, convencido de que había alcanzado las costas orientales de Asia. Y el caso de Cuba es, quizá, el más emblemático de esa errónea percepción.
Con el paso del tiempo, el nombre original impuesto por Colón fue relegado. La designación nativa “Colba” prevaleció, transformada fonéticamente en Cuba, hasta convertirse en la denominación oficial de la isla. Curiosamente, en un mapa de 1516 aparece el nombre Cuba aplicado no al Caribe, sino a lo que hoy es territorio de Estados Unidos, otra muestra de las confusiones toponímicas de la época.

Monumento que alberga los restos de miembros de las fuerzas armadas revolucionarias en la Necrópolis del cementerio Cristóbal Colón de La Habana.
La historia de cómo Cuba pasó de ser considerada Cipango a convertirse en uno de los territorios con más peso geopolítico del continente americano, no deja de recordarnos que los grandes errores también pueden marcar los grandes descubrimientos.




