Cristina Álvarez o la Historia de España a través de las "ayudas puntuales": de los visigodos de Witiza a los franceses de Godoy

El abogado de Begoña Gómez ha calificado los 121 correos de Álvarez a la Complutense como una "ayuda puntual"

La asesora de Moncloa, Cristina Álvarez, a su llegada a declarar por el ‘caso Begoña Gómez’

Europa Press

La asesora de Moncloa, Cristina Álvarez, a su llegada a declarar por el ‘caso Begoña Gómez’

Álvaro Fedriani

Madrid - Publicado el - Actualizado

7 min lectura

La defensa de Begoña Gómez ha reiterado esta mañana que no existen indicios para investigarla por malversación. Antonio Camacho, el abogado que representa a la mujer del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha dirigido esta mañana un escrito a la Audiencia Provincial de Madrid para pedirle que anule el auto del juez Juan Carlos Peinado en el que el magistrado transformaba esta pieza separada en un procedimiento por la ley del jurado.

Camacho, además, se refería en este escrito a los correos que intercambió la asesora de Moncloa, Cristina Álvarez, con la Universidad Complutense sobre la cátedra de Gómez como una "ayuda puntual", por lo que —dice— no existe "base fáctica" para imputarle dicho delito ni a ellas ni tampoco al delegado del Gobierno en Madrid, Francisco Martín.

Lo cierto es que la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil ha remitido al titular del Juzgado de Instrucción Nº41 de Madrid un informe en el que analiza 121 correos que la asesora de Gómez cruzó con la Complutense relacionados con acuerdos de la cátedra que codirigía. En uno de ellos habla incluso sobre la gestión de proveedores para la celebración de una actividad formativa.

Begoña Gómez junto al exsecretario de Organización del PSOE, Santos Cerdán, durante la clausura del 41 Congreso Federal del PSOE

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Begoña Gómez hablando con Santos Cerdán durante la clausura del 41 Congreso Federal del PSOE

Esto de las "ayudas puntuales" no es algo extraño en la Historia de España. Los primeros habitantes de la Península Ibérica ya recurrieron a ellas para solucionar sus problemas, aunque luego la propia asistencia se convirtiera en un contratiempo mayor que el anterior. Pero, cabe destacar, que esas "ayudas puntuales" han sido las causantes de los dos peores episodios de nuestra historia.

una "ayuda puntual" de ocho siglos

La España visigoda podríamos definirla con muchos adjetivos, pero ninguno de ellos sería estable. El motivo: la monarquía. No es que esta forma de gobierno fuera nociva en sí —ningún régimen lo es por el mero hecho de serlo—, sino que lo eran quienes la encabezaban o la pretendían.  

La Corona goda, lejos de lo que pueda pensarse hoy, no era hereditaria como la actual, sino que tenía un carácter electivo. Hoy en día este sistema de gobierno solo se mantiene en cuatro países: Malasia, Camboya, Samoa y la Ciudad del Vaticano, donde el papa actúa como rey y los cardenales son los príncipes electores, de ahí que sean llamados también "príncipes de la Iglesia".

Pero volvamos a los visigodos. La muerte de un rey solía ir seguida, en la mayoría de los casos, de un enfrentamiento nobiliario. La profesora Ana Echevarría Arsuaga e Iñaki Martín Viso explican en su libro La Península Ibérica en la Edad Media (700-1250) que el carácter electivo y la falta de reglas facilitaban la pugna por el trono, alimentada además por la existencia de facciones y familias que trataban de hacerse con el control del aparato político. Aun así, rechazan referirse al reino de Toledo como un reino débil y subrayan que estas actitudes —incluidas las rebeliones al inicio de un reinado— eran un comportamiento habitual en las dinámicas políticas posromanas.

'La conversión de Recaredo', Antonio Muñoz Degrain (1888)

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'La conversión de Recaredo', Antonio Muñoz Degrain (1888)

El madrileño Manuel Fernández Álvarez prefiere hablar —citando un texto de Gregorio de Tours— de "la detestable costumbre que los godos habían tomado para sustituir los Reyes que no les placían".

Así llegamos hasta el rey Witiza. Muerto este, se procedió a la elección de Don Rodrigo como nuevo monarca de los visigodos. Una decisión que no gustó a buena parte de la nobleza que, pese a quedar apartados del poder, dice el historiador madrileño, "no cesaba en sus intrigas para recuperarlo".

Cuenta la leyenda, por todos conocida, que "el conde don Julián tenía una hermosísima hija que se educaba en la Corte de la Monarquía visigoda: Florinda la Cava. Y esa mujer enamoró al rey Rodrigo hasta tal punto que, enloquecido, la forzó".

No sabemos quién fue: si los witizianos, que querían recuperar su poder, o el conde don Julián, que buscaba restablecer el honor de su hija. El caso es que alguien se asomó al Estrecho de Gibraltar y pensó que, para cumplir su objetivo de derrocar o dar un escarmiento a don Rodrigo, era una buena idea llamar a las puertas de un imperio como el musulmán, que estaba en plena expansión.

'Florinda, hija del conde don Julián, llamada la Cava', Francisco Reigón (1860)

Museo Nacional del Prado

'Florinda, hija del conde don Julián, llamada la Cava', Francisco Reigón (1860)

Así las cosas, las tropas de Musa, gobernador de Ifriqiya (provincia que abarcaba desde la Tripolitania hasta la Tingitania bizantinas), comandadas por un general llamado Tariq, cruzaron el Mediterráneo y desembarcaron en Gibraltar. Lo cierto es que los musulmanes ya habían puesto sus ojos en el rico territorio español. Solo había que esperar una oportunidad propicia para acceder a él. 

Fernández Álvarez no explica que el ejército de Tariq no solo contó "con la ayuda traicionera del conde don Julián, sino también con la de los hermanos de Witiza, a los cuales el rey Rodrigo había dado el mando de una parte de su ejército, de una forma increíblemente imprudente".

Echevarría y Martín nos cuentan que Rodrigo se enteró de la invasión mientras sitiaba Pamplona y enseguida se dirigió hacia Córdoba a marcha forzada para recuperar el control de sus dominios. Sin embargo, Oppa y Sisberto, hermanos de Witiza, a la hora de la verdad traicionaron al monarca y se dieron a la fuga en la batalla de Guadalete, provocando numerosas pérdidas godas y la desaparición del propio rey que, según fuentes cristianas, se ahogó en el río.

'El rey don Rodrigo arengando a los jefes de su ejército antes de la batalla del Guadalete', Bernardo Blanco y Pérez (1871)

Museo Nacional del Prado

'El rey don Rodrigo arengando a su ejército antes de la batalla del Guadalete', Bernardo Blanco y Pérez (1871)

El resto, como se suele decir, es historia. Pero el resumen es el que sigue: aquella “ayuda puntual” terminó por convertir la Península Ibérica en un emirato musulmán, que más tarde se transformaría en el Califato de Córdoba. Hubo que esperar a los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, para que cerraran en 1492 el proceso de Reconquista iniciado en el 722 por otro visigodo: don Pelayo.  

la "ayuda puntual" que acabó en sublevación

Pero si hablamos de traición, tenemos que hacerlo de uno de los personajes más siniestros que ha pisado este rincón del planeta llamado España. Por supuesto que nos referimos al despreciable político Manuel Godoy y Álvarez de Faria Ríos, al que otro infame como Carlos IV le otorgó el Principado de la Paz y que, además, es el primer español distinguido con el título de generalísimo.

Avanzamos en el tiempo hasta 1807. La relación entre el rey, Carlos IV, y el futuro Fernando VII— no es, sino un completo desastre.  David Botello recoge en su libro Follones, amoríos, sinrazones, enredos, trapicheos y otros tejemanejes del siglo XIX (2019) que Fernando llega a llamarlo "pobre bobo", "viejo gotoso", "tonto consentidor" y "esposo harto complaciente, que mientras se va de caza, otro entra en su vedado".

Tampoco es que con su madre, la reina María Luisa, le vaya mejor. De nuevo, el guionista y director nos asegura que el príncipe se refiere a ella como una "vieja loca, indecente e insolente de la que puede esperarse cualquier cosa menos que diga una verdad su boca".

Fernando, de hecho, siente por los reyes el mismo cariño y respeto que luego mostrará a "la Pepa", esto es, la Constitución de Cádiz, y a los liberales: ninguno. Pero peor que sus padres le cae el favorito y primer ministro de estos: Manuel Godoy.

'La familia de Carlos IV', Francisco de Goya y Lucientes (1800)

Museo Nacional del Prado

'La familia de Carlos IV', Francisco de Goya y Lucientes (1800)

"El Deseado" sueña con ver desfilar de palacio a Godoy y, como nadie se anima, se remanga y baja al barro él mismo con algunos aristócratas. Pero el Príncipe de la Paz, que de tanto juntarse con la reina se ha contagiado de su astucia, se entera y se lo cuenta al monarca, que está a punto de excluir de la sucesión a su hijo y nombrar príncipe de Asturias al infante Carlos María Isidro, pero al final acaba perdonándolo a cambio de una confesión arrastrada y lacrimógena en la que reconoce su participación y delata a sus compañeros.

Lo interesante es que el Complot de El Escorial se descubre el 27 de octubre de 1807. El mismo día en que Godoy firma con la Francia de Napoleón el Tratado de Fontainebleau. El primer ministro de Carlos IV vende al país que los franceses solo están de paso y que su intención —según nos cuenta David Botello— es "invadir Portugal y repartírselo".

No obstante, Napoleón cambia de opinión el 22 de diciembre y decide quedarse en España después de ver que la familia real portuguesa se le ha escapado por mar hacia Río de Janeiro. "Con la excusa de proteger la retaguardia", nos explica Botello, el francés "ha colado en España un ejército de ciento veinte mil hombres". Estas tropas se las verán con los españoles el 2 y 3 de mayo de 1808.

La invasión, que a priori parecía sencilla, termina desesperando a Napoleón que termina aceptando que ha sido derrotado como él mismo dice por "una chusma de paletos guiados por una chusma de curas". Entre medias de eso están Daoiz, Velarde, Manuela Malasaña, Goya, el cañón de Agustina de Aragón, Pepe Botella, el general Dupont y otros tantos personajes a los que merece la pena estudiar.

Así que... ¡Ten cuidado, Begoña! Mira en los libros de Historia de España que en ellos verás que eso de las "ayudas puntuales" es como un arma que carga el diablo. Parece que son útiles, pero al final siempre acaban en tragedia.

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