“Perplejos” ante la gresca política confiesan estar los obispos españoles, en palabras de su secretario general, Luis Argüello, que pedía esta semana “acuerdos” para “acabar con el virus” y superar un clima de enfrentamiento que entorpece las respuestas ante la crisis. En lo que respecta a la Iglesia, monseñor Argüello ofrecía plena colaboración a las administraciones, no sin reconocer que también la comunidad católica necesita superar tensiones ideológicas en su seno para ser creíble como signo de unidad. La hoja de ruta la marca el Papa Francisco, exhortando a ver en el otro a un hermano y a construir una sociedad más fraterna.

Se trata de un discurso desde la fe que, sin embargo, tiene claras repercusiones sociales. Frente a la tendencia de excluir al otro, la doctrina social de la Iglesia apela a un modelo inclusivo. Desde esa perspectiva, una democracia madura es aquella en la que los distintos gobiernos renuncian a sus programas de máximos ideológicos para favorecer marcos en los que todos encuentren fácilmente cabida. Ese fue, básicamente, el significado en España de la Transición. Hoy esa Transición es en ocasiones cuestionada. No solo con palabras, sino también con algunos hechos, como sucede con el proyecto de ley de educación, uno de esos ejemplos en los que parece primar el intento de excluir a un importante sector de la escuela, la concertada, en contraposición al pacto consagrado en la Constitución y su reconocimiento del papel protagonista de los padres y de la iniciativa social.