"Una Iglesia vocacional y misionera": Las 10 claves de Argüello para que cada cristiano encuentre la vocación a la que le llama Cristo
El presidente de la Conferencia Episcopal Española ha señalado las claves de la Pastoral Vocacional, creada hace unos meses para organizar el Congreso '¿Para quién soy?' y cuyos responsables se han reunido en Madrid

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El presidente de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello, ha señalado la claves de la Pastoral Vocacional, creada hace unos meses para organizar el Congreso '¿Para quién soy?' y cuyos responsables se han reunido en Madrid en las últimas horas.
Argüello, en su ponencia inicial, animó a los presentes a hacer una propuesta de sentido radical de la vida, entendiendo toda vida como una vocación, y ha dibujado un decálogo para el desarrollo de la pastoral vocacional en la Iglesia.
1. El Congreso vocacional: una fiesta del Espíritu
El Papa Francisco manifestaba el profundo nexo de unión que existía entre la misión y la vocación. “Soy una misión en esta tierra y por eso estoy en este mundo”. De ahí que una Iglesia misionera es una Iglesia vocacional y que una Iglesia vocacional es una Iglesia misionera.
En la vida sinodal de la Iglesia, que es comunión y participación, los carismas son dones del Espíritu para caminar juntos y construir juntos comunidad. Esto anima a valorar todos los carismas y ministerios y a alentar todas las vocaciones. En esencia la misión no es otra cosa que inundar el mundo de fe, amor y esperanza.
2. El Evangelio de la vocación
La vida es don, siendo la primera vocación que recibe todo cristiano, y que tiene como finalidad llenarla de santidad. Y es que nuestra vocación es una llamada a la santidad.
Toda vocación es un don. El don no se merece, sino que se acoge. El don no se conquista, sino que se agradece. El don no se entierra, sino que se entrega. Algunos rasgos o características que nos ayuden a entender mejor la vocación:
3. Del anuncio del kerigma de la vocación a la elaboración de una respuesta con la propia vida
La vida es vocación y que la dicha pasa por saberse donación, es de todos y para todos. La respuesta se concreta en los diferentes estados de vida y misión que son las vocaciones específicas de cada persona.
4. Este fundamento hoy es profundamente contracultural
La realidad que nos rodea no es de falta de curas y monjas, sino de falta de vidas entendidas y vividas como vocación. En todos los ámbitos, en el familiar, en el profesional, en la Iglesia, lo que está en crisis es la “vida entendida como vocación”. Es una crisis antropológica, de comprensión de lo que somos. Por eso se puede decir que el paradigma actual es el de “personas sin vocación”, porque corresponde a cada uno darse un propósito, arreglarse un sentido. De modo que lo “vocacional” se reduce a una mera elección donde cada uno pone sus “reglas” y hace un ejercicio autónomo de, simplemente, optar. Esta situación tiene diferentes causas:
5. Las diferentes vocaciones son el rostro concreto de la Vocación y la concreción de la respuesta
No podemos hablar de vocación sin vocaciones y no tienen sentido las vocaciones sin vocación. Si bien la vocación específica es la voluntad de Dios sobre la vida de la persona, toca huir de una concepción pasiva y mecanicista de la existencia, como si Dios manejase unos hilos imaginarios y nosotros fuéramos marionetas que tenemos que “acertar” con el movimiento, de modo que en cada decisión nos jugamos acertar con la respuesta. La vocación no se impone como un destino que padecer ni como un guion ya escrito, sino que es una oferta de gracia que reclama la interpretación libre y creativa, el discernimiento.
Algunas pistas para acompañar el discernimiento:
6. Una cultura vocacional
La crisis vocacional no nace de la ruptura local o puntual de “un eslabón” de la cadena, sino que se trata de una ruptura sistémica y funcional.
No podemos, por tanto, abordar esta situación desde una única perspectiva, sino que al tratarse de una ruptura múltiple ha de trabajarse desde múltiples ámbitos, es decir, creando un ecosistema, una cultura, un humus, donde las personas descubran qué hacer con su vida persiguiendo un sentido y plenitud que no alcanzarían por otros caminos, escuchando la llamada del Señor y asumiendo lo radical y exigente de toda vocación y estado de vida. Se trata de crear una cultura que:
a) ayude a entender e interiorizar que somos vocación,
b) ayude a escuchar esa llamada concreta y específica para cada uno, y
c) genere sujetos capaces de responder a la misma.
Es tarea multidimensional. Crear una cultura vocacional pide repensar el lenguaje y las prácticas de nuestras comunidades e instituciones.
Toda actividad eclesial ha de ser “vocacional”, es decir, ha de ayudar a toda persona a escuchar la llamada, a poner sus dones al servicio de las necesidades del mundo con vidas comprometidas, acompañando la respuesta a la invitación del Señor a seguirle y ser enviada en misión: “Llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos” (Mc 6, 8). Dado que la misión no es nuestra, sino de Cristo, solo podemos crear esta cultura y ayudar a otros estando muy unidos a Él. Él es quien llama a vivir con Él y como Él.
Por un lado, es necesario crear esta cultura vocacional en sentido amplio, por otro, promocionar y trabajar por cada vocación específica, aprendiendo a amar y valorar todas no sólo como posibles, sino como plausibles. Dicha cultura se adquiera por “contagio”, -interioriza y normaliza- que la vida es vocación, que lo honrado en la vida es intentar escuchar a qué le llama Dios, y adquiera las virtudes sólidas necesarias para poder responder y perseverar en su vocación.
Algunos elementos clave como:
- Experiencias capaces de despertar preguntas que vayan ganando en hondura. Desde el “¿qué quiero hacer?” para llegar al “¿qué quiere Dios de mí?” o el “¿Para quién soy yo?”; unidas al acompañamiento y discernimiento como herramientas clave.
- La Iglesia, asamblea de llamados, como el lugar en el que han de discernirse las vocaciones
En resumen: El Congreso nos ha ayudado a crecer en la conciencia de que la vida es don recibido y está llamada a ser don para otros; crecer en fidelidad a la propia vocación específica, como medio para la renovación de la Iglesia, valorando la complementariedad y reciprocidad de todas ellas como necesarias para mostrar al mundo el Cristo total, y ayudarnos unos a otros en nuestro peregrinar.
7. La Iglesia es una familia vocacional
Gracias al Espíritu formamos un pueblo vocacional al que pertenecemos todos los creyentes: laicos, matrimonios, consagrados, pastores. Todos, cada uno según su propia vocación, hemos sido llamados por el Espíritu a la plenitud de la vida cristiana: la santidad. La Iglesia es el lugar donde Dios llama y donde Él se muestra. Somos una familia vocacional que tiene su raíz en el misterio de Dios trinitario. Somos familia porque inspirados en Dios nuestras relaciones son fraternas, llenas de cuidados y de amor. Somos familia vocacional porque atentos a la llamada del Espíritu favorecemos la acogida, florecimiento y maduración de todas las vocaciones eclesiales.
Somos una familia vocacional gracias al bautismo. El bautismo es la raíz de la vida cristiana, la puerta de entrada de la vida en Cristo, la marca de vida en Jesús con la que se nos ha ungido. Por el bautismo todos los bautizados tenemos igual dignidad.
En esta familia vocacional que es la Iglesia todos tenemos una misma vocación cristiana, pero al mismo tiempo todos tenemos una vocación particular que consiste en el modo propio de ser persona y de ser cristiano en la Iglesia y en el mundo. En realidad, la vocación personal que recibimos cada uno de los cristianos enriquece a todos. Ninguna vocación se comprende en sí misma, sino que hay que entenderla en armonía con las demás. Es como si entonáramos una sinfonía vocacional donde cada vocación ocupa un lugar concreto en el hermoso canto de alabanza a Dios que entona la Iglesia.
- Feliz seas Iglesia por los consagrados. Queremos dar gracias a Dios por la riqueza de la vocación consagrada. Queremos dar gracias a Dios por los religiosos y religiosas, monjes de monasterios, vírgenes consagradas, institutos seculares, nuevas formas de Vida Consagrada. La vida religiosa tiene un valor de signo porque prefigura los bienes del cielo, dando testimonio de la vida eterna, proclamando la trascendencia de Dios, y la vida configurada con Cristo. En el corazón late un amor que llamamos caridad perfecta.
Todos necesitamos de todos. Lo que lleva a conocernos, valorarnos, apoyarnos y complementarnos. ¿Qué podemos hacer los laicos para que haya buenas vocaciones consagradas y sacerdotales? ¿Qué podemos hacer los consagrados y sacerdotes para que haya buenas vocaciones laicales? ¿En qué nos podemos ayudar unos a otros para fomentar las otras vocaciones?
8. De los sueños a los retos: discernir el camino
¿Qué retos se nos presentan para ser un pueblo vocacional? ¿Cómo podemos crecer como Iglesia misionera y vocacional? ¿Cómo hacer que la pastoral vocacional nos ayuda a afrontar el futuro? ¿Cómo alentar, acompañar, vocaciones laicales, sacerdotales y religiosas?
9. Dar a la pastoral un alma vocacional y fomentar una organización vocacional de comunión
La dimensión vocacional es hoy la dimensión más significativa de toda propuesta pastoral. La sensibilidad creyente confirma la bondad de una antropología vocacional. Y esta antropología vocacional se asienta en la antropología del don. La antropología del don tiene un carácter profético en un mundo que muchas veces se asienta en una globalización de la indiferencia. “Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe”.
Para que la pastoral tenga un alma vocacional necesitamos fomentar una organización pastoral de comunión y de colaboración entre distintos sectores pastorales. En el Servicio pastoral vocacional nacional (SPVn) participan la Comisión para los Laicos, Familia y Vida (con las Subcomisiones de Familia y Vida y de Juventud), la Comisión para el Clero y Seminarios (con la Subcomisión de Seminarios), la Comisión para la Vida Consagrada, la Comisión de Misiones y Cooperación con las Iglesias, Confer y Cedis. De la misma manera, en cada diócesis ha de organizarse un Servicio de Pastoral Vocacional diocesano (SPVd) de manera análoga y teniendo en cuenta las características de cada lugar.
El Servicio de la CEE ayudará a trabajar los 4 itinerarios desarrollados en el Congreso:
1. Palabra: un Dios que, por pura iniciativa de su amor, nos llama
2. Sujeto: una vocación personal que configura la identidad
3. Misión: que da un horizonte de sentido en la entrega de la vida en una dimensión de la misión
4. Comunidad: Origen y lugar donde se complementan todas las vocaciones es la Iglesia, donde se ora se discierne y se abordan las llamadas de la misión en el mundo
Algunas propuestas:
- Y de manera muy concreta proponemos organizar un Encuentro postcongreso por diócesis, con el Obispo al frente, convocando a las distintas realidades eclesiales, para recoger y pensar cómo transmitir lo vivido en el Congreso, dar forma al “Servicio diocesano de Pastoral Vocacional” y definir sus primeros pasos tras el Congreso.
10. Promover en la Iglesia la urgencia vocacional y misionera
Conscientes del carácter vocacional que mueve toda la vida cristiana y promoviendo todas las vocaciones estamos haciendo posible que la llamada al envío misionero sea secundada. Los que hemos participado de este Congreso somos embajadores de este compromiso. Nos gustaría hacer de nuestra Iglesia una Iglesia vocacional y misionera. Este es un compromiso urgente que hoy llega a nuestras familias, barrios y parroquias, pueblos y ciudades, congregaciones e instituciones apostólicas, diócesis y organismos eclesiales, pero, sobre todo, es una llamada a todos los que hemos podido vivir esta fiesta del Espíritu.
En Jesús hemos sido bautizados en el Espíritu Santo y en el fuego. No lo olvidemos nunca. El Señor arde de amor por todos, sin excluir a nadie, y quiere que todos nos contagiemos este fuego vivo para poder contagiar a otros. Ese fuego es la evangelización a la que como bautizados hemos sido convocados, que no es otra cosa que llevar al mundo el fuego que Jesús vino a traer a la tierra. Él nos ilumina con su presencia y su poder y, sólo así, nos convertimos en fuego que calienta e ilumina a todos los que encontramos. La Iglesia misionera es una Iglesia vocacional. Estamos llamados a transmitir el fuego vocacional.
Nos hemos congregado en torno a una pregunta: ¿para quién soy yo? Ya sabemos la respuesta. Sabemos que el que nos la da, da la vida por nosotros y nos envía el Espíritu Santo para que podamos vivir la respuesta. ¿Para quién soy? para el Señor en los hermanos.