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Las consecuencias que dejó en Javier su trastorno bipolar: Alcohol, drogas, depresión e intentos de suicidio

Tras dos ingresos en un centro especializado hoy lleva una vida normal

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Tiempo de lectura: 3'Actualizado 14:23

Javier no era consciente de que sufría trastorno de bipolaridad hasta hace once años, cuando tenía 37. Los primeros síntomas sin embargo comenzaron a manifestarse durante su adolescencia. Un cuarto de siglo sin diagnóstico, que impedía a Javier responder algunas preguntas sobre su personalidad: “Yo era una persona seria, apartada de la sociedad, más bien reservada y me sentía poco querido. Como decía el poeta, vivir en soledad rodeado de multitud.”

Aquello le llevó a coquetear con las drogas y el alcohol desde muy joven, tal vez para olvidar. Hasta en tres ocasiones llegó a ingresar en asociaciones de desintoxicación, lo que a su vez impedía dar con el diagnóstico de su verdadero problema: “La cocaína me hacía vivir en estado de euforia y lo pasaba bien.”

Su infancia no fue sencilla, ya que hasta Quinto de EGB no se estabilizó en un colegio, debido a los cambios de trabajo de su padre: “Me costó adaptarme. Realmente nunca tuve amigos, solo compañeros y conocidos. Consideraba que nadie era lo suficientemente cercano a mí.”

Javier ha hecho una confesión dura, y es que la ausencia de verdaderos amigos hizo que cuando ingresara por primera vez en un centro de Barcelona para tratar su trastorno bipolar, apenas podía haber gente que le abandonara. Por suerte, actualmente vive una realidad diferente: “Ya no soy la misma persona a la hora de convivir en sociedad. Soy más abierto. Por suerte o por desgracia ya no puedo trabajar, vivo de una pequeña pensión, y eso me da tiempo libre para comunicarme.”

La bipolaridad hizo que Javier tuviese que superar periodos de depresión que le impedían trabajar y llevar una vida normal: “Permanecía siempre en la cama, apenas comía, no me aseaba… y en los momentos de euforia, tampoco estaba capacitado para desarrollar determinados trabajos. Es complicado de gestionar.”

A día de hoy, tras dos pasos por Centre Fòrum de Barcelona, su trastorno está controlado, pese a que se trate de una patología mental sin cura: “Siempre que esté diagnosticado el problema y controlado con medicación, no tiene por qué haber ningún problema. La diabetes, por ejemplo, es peor.  Mi madre, que es diabética, tiene que estar controlada todos los días, y yo en cambio cada cuatro meses.”

En cualquier caso, considera que no existe concienciación en España sobre las consecuencias de la bipolaridad: “La gente utiliza con cinismo esta palabra. Muchos la emplean para decir que están deprimidos porque ayer tuvo un problema con su pareja, cuando la depresión realmente solo se prolonga unas horas.”

La pareja de Javier fue la primera que advirtió que su conducta no era normal. Fue durante un verano en Barcelona. Javier era el encargado de un establecimiento hostelero. Sus compañeros llevaban semanas estresados, mientras nuestro protagonista no tenía esa sensación, algo impropio en él: “Todo lo contrario, estaba feliz, lo cual nos preocupaba, porque yo no solía ser así. Durante tres semanas cada vez que veía a mi mujer le regalaba flores. En ese periodo, mis horas de sueño comenzaron a reducirse. Escribía sobre papel planes de futuro sin sentido. Mi esposa no veía esa euforia como lógica, y decidió llamar a una ambulancia antes de que el trastorno fuera a más.”

La negación fue la primera reacción de Javier cuando le facilitaron el diagnóstico. Una vez lo asumió, comenzó a vivir. El primer ingreso en el Centre Fòrum duró dos meses. Luego tuvo una recaída, que le obligó a un segundo ingreso por el mismo periodo. En medio de todo aquello, fue despedido de su empleo. Luego, luchó por superar una depresión que permaneció durante tres años.

Fueron los peores años de Javier, donde la ira y la desesperación marcaba su día a día: “Estaba muy inestable. Me dejaba llevar por la ira con amigos, familiares o compañeros. Traté de quitarme la vida dos veces. Por suerte fallé. Estuve tres años sin apenas salir de la cama. Con la euforia también me excedí, como conducir sin control o malgastando dinero en consumo.”

No solo Javier, su esposa y su hija, ahora de 22 años, han sufrido. A esta última, la situación de su padre le ha marcado, aunque le ha transformado en una chica fuerte: “Tiene un carácter reservado y supongo que le ha marcado. Es una chica fuerte, no me guarda rencor y ella entiende y comprende que yo no era una persona normal.”

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