Custodiar el corazón: el educador católico ante los desafíos del presente
Esta semana, Roma acoge el Jubileo de los Educadores, una celebración que coincide con el 60º aniversario de la declaración conciliar Gravissimum educationis. En este contexto, el Papa León XIV ha publicado la Carta Apostólica “Diseñar nuevos mapas de esperanza”, una profunda reflexión sobre la misión educativa de la Iglesia. Mario Alcudia comparte su mirada sobre el papel transformador de la educación inspirada en el Evangelio situando a la persona en el centro del proceso educativo

CUSTODIAR EL CORAZÓN: EL EDUCADOR CATÓLICO ANTE LOS DESAFÍOS DEL PRESENTE | FIRMA MARIO ALCUDIA
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Esta semana, Roma se ha convertido en el corazón palpitante de la educación católica. El Jubileo de los Educadores nos convoca a mirar con esperanza el noble arte de enseñar, justo cuando se cumplen 60 años de la declaración conciliar Gravissimum educationis, y el Papa León XIV nos ha regalado una carta apostólica que es, en sí misma, una brújula para quienes creemos que educar es mucho más que transmitir conocimientos, porque sabemos que se trata de custodiar el corazón.
Como profesor universitario, como educador católico, me siento interpelado por estas palabras. Porque en cada clase, en cada conversación con mis alumnos, en cada proyecto que compartimos, hay una oportunidad de sembrar esperanza. Y no una esperanza ingenua, sino una que nace del compromiso, del testimonio, de la fe que se hace cultura.
Y es que la educación católica no es una alternativa entre muchas. Es una propuesta integral que pone en el centro a la persona, con su dignidad, su historia, sus heridas y sus sueños. Y eso exige una mirada profunda, capaz de ver más allá de los resultados académicos.
León XIV nos recuerda que educar es también un acto de resistencia frente a la indiferencia, frente al ruido y a la fragmentación. En un mundo que muchas veces corre sin rumbo, los educadores católicos estamos llamado a ser faro, puente y memoria viva de lo esencial.
La Carta Apostólica nos habla de mapas; pero no unos mapas de coordenadas geográficas, sino de gestos, de palabras, de silencios compartidos que ayuden a nuestros alumnos a orientarse en medio de la complejidad.
Hoy, más que nunca, necesitamos educadores que custodien el corazón. Que no tengan miedo de mostrar su fe, de vivirla con autenticidad. Porque cuando la educación se hace desde el corazón, se convierte en semilla de esperanza. Y esa es la mayor contribución que podemos ofrecer al mundo.



