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Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Hoy se ha vuelto frecuente en algunas producciones culturales populares (cine, novela, series) presentar al cristianismo como una rémora, todo lo más como un vestigio exótico e irracional. Aquí no se trata de la gran cuestión de la fe, sino de racionalidad o estupidez. Por eso destaco hoy una intervención del filósofo italiano Massimo Cacciari, que se declara no creyente, en la que describe cuatro rasgos de la cultura europea que son herencia inconfundible del cristianismo.

El sentido del tiempo, entendido como como historia que progresa hacia un destino final; la universalidad, es decir, el interés por todo lo humano, no sólo por alguno de sus aspectos; la comprensión de que la materia debe ser transformada a través de la técnica; y la tensión ideal por delimitar el alcance del poder político. Son cuatro notas distintivas que derivan de la conciencia de que el Verbo se ha hecho carne, de que Dios ha entrado realmente en el tiempo y en la historia, o sea, de la raíz del cristianismo asimilada vitalmente que ha plasmado toda una concepción del mundo y de la vida.

Como he dicho, Cacciari no es creyente, pero tiene una mirada profunda sobre cómo ha marcado el cristianismo la cultura europea, y sabe muy bien todo lo que esta cultura ha perdido y aún puede perder, en la medida en que el cristianismo se desvanezca como realidad vital, como realidad de pueblo. A veces tiene que venir alguien de fuera (quizás no tan de fuera) para iluminar nuestra torpeza. No sé si muchos católicos tenemos hoy la capacidad de leer este momento histórico con la sagacidad que lo hace este ilustrado agnóstico. En todo caso, tendremos que darle las gracias por desentrañar las implicaciones de un anuncio que a veces hacemos de carrerilla y sin entender todo su alcance: el Verbo se ha hecho carne, y eso lo cambia todo, en la vida personal de quien lo acoge, y en la vida del mundo.

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