Mateo, ex recluso sin permiso de residencia, sobre si hay vida después de la cárcel: "Vivo en un trastero y no tengo ningún apoyo, pero sé que voy a salir adelante"
La pobreza se identifica de diferentes maneras en la sociedad y en 'La Tarde' analizan el caso de Mateo, un recluso que cuenta con la ayuda de Pastoral Penitenciaria

Madrid - Publicado el - Actualizado
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A veces, la vida empieza en los lugares más insospechados: un patio de prisión, un trastero húmedo convertido en dormitorio improvisado, una cola de entrevistas que nunca llegan a nada. Para Mateo, un hombre peruano que cumple condena en una prisión navarra, el futuro es una palabra cargada de incertidumbre, pero también de un deseo feroz de salir adelante.
Su historia, marcada por un error que no oculta, se ha convertido en un ejemplo de resistencia en un sistema que rara vez perdona.
Cuando recibe a Pilar García Muñiz, directora de La Tarde de COPE en una sala de reuniones del centro penitenciario, habla con serenidad. No niega su delito, no se excusa. “Lo que hice estuvo mal”, reconoce. “Pero no quiero que eso sea lo último que diga mi vida”. Su meta es clara: regularizar su situación en España y convertirse algún día en transportista, un oficio que lo ha fascinado desde pequeño y que ve como símbolo de libertad.

Mateo, preso, en declaraciones a 'La Tarde'
Un trastero como hogar y un permiso que apenas sabe a aire
Cada vez que obtiene un permiso penitenciario, Mateo no tiene un piso al que volver ni familia que pueda recibirlo. Su única opción es un pequeño trastero cedido por un conocido. El espacio es minúsculo, sin ventanas, sin comodidades y sin derecho a estar allí más allá de lo estrictamente tolerado. “Es lo que hay —dice—. Pero es mío por un par de días y me deja recordar cómo es dormir fuera”.
Allí, en ese cubículo frío, Mateo repasa sus apuntes del curso de logística y transporte que realiza desde prisión. Sabe que, para trabajar en ese sector, necesita regularizar su situación en España, un proceso lento y agotador que requiere contrato previo. Pero, sin papeles, nadie quiere contratarle, y sin contrato no puede obtener los papeles. La pescadilla que se muerde la cola.
La cárcel como punto de inflexión, no como final
La prisión, para Mateo, ha sido un espejo incómodo pero necesario. Aprovecha los talleres de formación, asiste a sesiones de orientación laboral y colabora en las tareas del módulo. Lo hace, dice, porque no quiere que nadie tenga que repetir lo que él hizo. “No busco que me aplaudan —explica—. Solo quiero demostrar que puedo ser un hombre de bien cuando salga”.
Los funcionarios que lo conocen aseguran que su actitud es ejemplar: puntual, respetuoso, implicado. Pero todos saben que la verdadera batalla empieza en la calle, donde el estigma pesa más que cualquier expediente de conducta.

Javier, voluntario de la pastoral penitenciaria
El sueño de la carretera
De todos los caminos posibles, Mateo eligió uno: la carretera. Sueña con conducir un camión, viajar, tener un trabajo estable y ganarse el pan con dignidad. Cuando habla del volante, se le ilumina la mirada. “Es libertad —dice—. Es ir hacia adelante”.
Para lograrlo deberá obtener permisos, certificados, un contrato y, por supuesto, residencia legal. Un rompecabezas difícil para alguien en su situación, pero no imposible. “Yo no me rindo. Si me rindo, vuelvo para atrás, y atrás no quiero volver”.




