
Madrid - Publicado el - Actualizado
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La foto que me ha llamado la atención la he visto hoy en internert, en un recopilatorio de la obra de Paul Fusco. La imagen tiene como protagonista a Feliciana, una vecina de un pueblo de Chiapas, en México. Feliciana, con el pelo negrísimo, cara aniñada y rasgos de india, tiene puesto un delantal porque está en su cocina preparando tortillas, tortillas de maíz. En realidad la cocina es también el salón, el cuarto de estar y el dormitorio. Feliciana vive en una cabaña de palos, hojas y trapos, el suelo de tierra prensada. La masa está sobre un batán de piedra y el agua en una taza de latón. Vino el agua de la fuente porque en la casa no corre. Y el fuego son unos palos cogidos de aquí y allá. Hasta cuatro perros, cuatro perros famélicos, miran cómo Feliciana trabaja. La casa de Feliciana, está llena de cachivaches, que fueron desechos de gente menos miserable: latones, cajas, vigas. En la vajilla que cuelga del techo cada pieza tiene un origen diferente. Un hermano de Feliciana remienda una hamaca donde dormir a salvo de los bichos. La foto es un retrato del hogar de Feliciana. Y hogar no son los palos que arden, no son las tortillas, no es la hamaca, no es la luz que se cuela por un techo leve de pajas, hogar es el que vendrá a comer. Hogar no son ni los cachivaches ni las paredes que no hay y que no protegen de nada, ni los perrillos implorando limosna, con las orejas muy estiradas. Hogar no es el suelo que pisa Feliciana, que no es suyo, ni el agua de la garrafa negra, ni el batán ni la harina de maíz, hogar es el que vendrá a comer. Hogar es la conversación con el que va a venir a comer, porque sus palabras harán que todo siga en su sitio -tazón, leña, humo, cajas y vigas- sus palabras harán que todo siga en su sitio, todo desordenado, pero todo con un orden nuevo, extraño, el orden de las palabras que trae el que viene a comer.



