
Madrid - Publicado el - Actualizado
2 min lectura
La imagen de hoy es de Joaquín Hernández, Kiki, un estupendo fotógrafo de esta tierra. Aquí en Cádiz, aunque ya se ha asomado esa luz de verano que se entretiene en la arena rubia y en las olas infatigables, esa luz que duele por bonita, aquí -aunque ya es verano- hay carnaval. Carnaval de mayo sin cuaresma por delante. Kiki se cogió hace ya algunos años una cámara en unos carnavales de siempre, carnavales de invierno y se fue a una plaza. Al fondo de la plaza una casa de aire colonial, balcones estrechos y coquetos en la fachada, contraventanas para distraer y entretener la brisa que viene de Cuba. Unos vecinos con patillas largas, saquitos estrechos y pantalones de campana se arremolinan con la sonrisa puesta delante de un estrado. Sobre las tablas un joven con una levita ccon dos grandes botones, un sombrero de copa y guantes blancos, un joven levanta un bastón. De la chaqueta le cuelgan grandes relojes que no dan más hora que la de del jolgorio y el cachondeo. Detrás del primer joven otros se agitan con el mismo atuendo y levantan sus bastones al cielo. Bastones sin mando en plaza, bastones sin más gobierno que el de la risa. Reírse, sobre todo reírse de si mismo, requiere mucha inteligencia. Una carcajada difícilmente se puede falsear. Para reírse de un mismo, para no tomarse uno demasiado en serio, para mirarse con ironía, hace falta quererse bien, saber distanciarse de los empeños y de las empresas en las que uno se fatiga. Para reírse de un mismo hay que saber que cualquier gloria y cualquier error son pasajeros. Lo cómico es algo muy serio. Porque sabe castigar las apariencias, las ambiciones, la vanidad, porque sabe sacarnos de la costumbre, porque es denuncia y ternura. Cádiz está de carnavales sin cuaresma por delante



