La basílica de Agrigento estaba adornada con palmas, símbolo del martirio, y con un cuadro del magistrado vestido con toga. Bajo sus bóvedas barrocas brillaba el relicario de plata que contenía la camisa de cuadros azules manchada de sangre, que el juez llevaba la mañana en que fue asesinado. El Prefecto de las Causas de los Santos, cardenal Marcelo Semeraro, recordó que "Livatino murió perdonando, como Jesús, a sus asesinos".

Fue ciertamente "héroe de la legalidad", pero sobre todo "mártir de Cristo". Su muerte no fue sólo el sacrificio de un representante de las instituciones. Livatino “es un testigo de la justicia del Reino de Dios que se enfrenta al mal para salvar a las víctimas y a los verdugos”.

Al comienzo del rito, el postulador de la causa recordó que el martirio del nuevo beato sigue siendo un testimonio de que el Evangelio y la Mafia son irreconciliables, y al concluir, el cardenal Francesco Montenegro, arzobispo de Agrigento, subrayó que se trata del primer juez proclamado mártir por la fe profesada y testimoniada hasta el derramamiento de sangre. "Lo que hemos vivido nos hace responsables de testimoniar con valentía el Evangelio con una vida de fe sencilla y creíble como la del juez Livatino", añadió el cardenal, expresando la esperanza de que “la tierra de Sicilia, que desgraciadamente aún sufre por la mentalidad mafiosa, atesore esta lección".

El Papa Francisco, al final del Regina Coeli, quiso rendir también homenaje a este "mártir de la justicia y de la fe" que "en su servicio a la comunidad, como juez recto, nunca se dejó corromper, y se esforzó por juzgar no para condenar sino para redimir". Además, el Papa recordó que Livatino puso siempre su trabajo bajo la protección de Dios, por eso se convirtió en un testigo del Evangelio hasta su muerte heroica, y lo propuso como modelo para los magistrados, un estímulo para que sean siempre fieles defensores de la legalidad y de la libertad.