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Mirar a Europa con afecto

Pablo Martínez de Anguita

Pablo Martínez de Anguita

Director de la revista Lands Care.

Tiempo de lectura: 4'Actualizado 10:33

La Eurocámara pide declarar como festivo el Día de Europa en toda la UE

Bandera de la Unión Europea

Más a menudo de lo que parece, son las preguntas que no respondemos, y por lo tanto los presupuestos que dejamos intactos, los que determinan el curso que toman los argumentos (David Hart Bently).

Hay una similitud entre todos los nacionalismos, cada uno a su escala. Todos desconfían de lo que consideran lejano. Plantean dos tipos de foros políticos. Los próximos, en los que trabajamos por “lo nuestro”, la casa común que construir, y los que exceden dicho nivel, que quedan reducidos a un terreno de lucha para defender el primero. Si años atrás la frase “Cataluña debe plantearse si debe seguir obedeciendo órdenes de España (véase la Constitución)”, hoy Javier Ortega, secretario general de VOX propone “plantearse si España debe seguir obedeciendo órdenes de la UE”. Si años atrás los primeros podían afirmar “que sólo los botifers pueden creer que España no nos roba”, hoy Santiago Abascal afirma que “hoy  sólo los “europapanatas” – así los llamaría Unamuno, pueden creer que Bruselas nos resolverá nuestros problema” (el mismo Unamuno del “¡Qué inventen ellos!”). Si años atrás los nacionalistas catalanes se podían sentir ofendidos cuando una propuesta suya, véase el Estatut, era rechazada por Madrid (como dicen ellos) y la indignación cometida ante el pueblo indicaba el camino de su autodeterminación, hay hoy quien afirma que España se tendrá que haber ido del acuerdo marco de la Euroorden cuando está nos ha fallado.

Los nacionalismos tienden a tomar la parte por el todo al identificar el problema local  cono la razón de ser de su política y su patria como el marco referencial absoluto. Si a esto sumamos cómo los medios de comunicación reducen cada vez más su análisis sobre los grandes problemas del mundo reduciéndolos a sucesos concretos más o menos irrelevantes o inconexos (solo falta leer nuestra prensa para ver la absoluta escasez de articulistas que hablen desde una perspectiva internacional que permita comprender las fuerzas globales en las que nos movemos), vemos qué fácil es hacer catalanes o españoles nacionalistas indignados que ven con recelo y por tanto como fuente de problemas lo que es su marco superior de convivencia.

Europa es una isla de civilización en un mundo muy salvaje. Europa es el resultado entre otros de un Imperio Romano, del monacato nacido de San Benito de Nursia, y del pensamiento Ilustrado. Somos europeos. Somos españoles en gran medida porque somos europeos, como los catalanes lo son en gran medida por ser españoles. El arte de la política consiste en abordar cada problema en su nivel más razonable. Y los las cuestiones realmente relevantes (mantenimiento de la estabilidad político-económica, garantía de derechos fundamentales..) y los graves problemas (inmigración, yihadismo, regreso de las dictaduras…), requieren paraguas grandes. Este paraguas que es Europa es el que ha permitido el desarrollo de nuestros estándares comunes científicos, ambientales, democráticos, económicos, financieros. Europa es probablemente nuestra mejor construcción gracias a su  maravillosa arquitectura basada en el principio de subsidiaridad. Y luego están las cosas pequeñas, de relevancia local. Si una euroorden falló o no, por ejemplo.

El nacionalismo irracional catalán no se combate con nacionalismo exagerado español. Todos nos sentimos enfadados ante el esperpento que han propiciado los políticos independentistas, pero “ningún problema puede ser resuelto en el mismo plano de pensamiento en el que fue creado” (Albert Einstein). Nuestra soberanía compartida con Europa (véase moneda única, sujeción a directivas comunitarias…) es la garantía de una defensa común de la isla de libertad y progresos que somos.

Hoy todavía se enseñan relatos épicos acordes a la definición del espacio de poder en los que se asientan sus políticos para en el fondo fortalecerlos. A los jóvenes catalanes se les enseña la patria catalana como el resto heroico de un naufragio en 1714 en un contexto deformadamente reducido. Pero si nos movemos a nivel nacional, en España, no somos ajenos a caer en la misma tentación. Tenemos un absoluto déficit de educación europea. Nuestros jóvenes ( y me atrevo a decir adultos) desconocen todavía quienes eran Konrad Adenauer, Jean Monnet, Robert Schuman, Alcide de Gasperi o Paul-Henri Spaak y los ideales que nos legaron, base de nuestra prosperidad. Y del mismo modo que la soberanía que compartimos todos los españoles es el origen del crecimiento económico de Cataluña (mercado español, lengua común…) y del resto de españoles, es igualmente cierto que el bienestar español procede en gran medida de nuestro proyecto Europeo compartido.

Hoy las fuerzas que mueven el mundo, lo hacen a nivel internacional. Si no empezamos a mirar a Europa como nuestro proyecto común, a enseñar el bien que nos ha supuesto y nos sigue trayendo Europa, a comprender y amar sus valores, a sentir Europa como nuestra patria común grande, podremos perder más de lo que imaginamos. Tertuliano en el segundo siglo hablaba del Mar Mediterráneo afirmando que el “mundo entero es nuestra patria”. Y el imperio romano persistió generando una cultura común, una pax romana y una economía relativamente estable, durante muchos más años que los reinos de Taifas, pero también que el reino visigodo.

Si hoy los políticos, profesores o la prensa no somos capaces de explicar las razones que están justificando de fondo nuestra estabilidad y bienestar, si no consideramos a Europa como un proyecto común ilusionante y lo abandonamos a la consideración de terreno de batalla en el que defender lo nuestro, quizá algún día no entendamos cómo pero nos preguntemos que pasó con aquella época dorada en la que vivimos desde que acabó la segunda guerra mundial.

A ver si nos sucede algún día como a Venezuela, que vivíamos bien pero no sabíamos por qué.

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