Se cumplen 90 años del robo en la Catedral de Pamplona que conmocionó la ciudad: "Fundadas sospechas"
Un caso sobre el que todavía sigue habiendo incógnitas que, obviamente, jamás se resolverán

Se cumplen 90 años del robo en la Catedral de Pamplona
Pamplona - Publicado el - Actualizado
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Juan Echenique, autor de la trilogía "Secretos de Pamplona" rescata uno de los acontecimientos que más conmocionaron a la capital de Navarra hace 90 años: el robo en la Catedral de Pamplona. Un botín que ascendía a unos 8 millones de pesetas -unos 7 millones de euros, a día de hoy-.
VALOR DE LO ROBADO
7Millones de euros actuales
Nos remontamos a la noche del 10 de agosto de 1935, una fecha para la historia de Pamplona, porque se produjo el robo del tesoro de la Catedral, lo que causó una tremenda conmoción. Un caso sobre el que todavía sigue habiendo incógnitas que, obviamente, jamás se resolverán. La mayor parte del botín, eso sí, fue recuperada.
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La noche anterior, dos personas acudieron a la ronda Obispo Barbazán con una escalera -que habían robado de unas obras que se estaban llevando a cabo frente al colegio de Salesianos-. Mientras uno de ellos serraba uno de los barrotes de la verja de la sacristía de la Catedral de Santa María la Real, el otro vigilaba.
Al terminar, colocaron el barrote, escondieron la escalera y volvieron a la siguiente noche. Subieron con la escalera, retiraron el barrote y entraron en la sacristía. Tras registrar los cajones, encontraron las llaves de uno de los canónigos y accedieron a la cámara del tesoro.
Robaron cálices, copones, rosarios, anillos, brazaletes, monedas de oro, piedras preciosas… Y cuatro piezas de gran valor: una arqueta árabe, procedente del Monasterio de Leyre, del año 1004; el Lignum Crucis, con un trozo de la túnica de Cristo; el toisón de oro, máxima distinción del ducado de Borgoña, concedido a Carlos III; y las coronas de la Virgen y el Niño, de oro y con cientos de piedras preciosas.
Dicen las crónicas que los asaltantes tuvieron la calma de sentarse a consumir unas pastas que había allí junto con el vino de celebrar. Tras abandonar la Catedral, ocultaron la mayoría del botín, que ascendía a unos 8 millones de pesetas -unos 7 millones de euros, a día de hoy-.
A las 6 de la mañana siguiente tres monaguillos se encuentran con el desbarajuste y, tras comprobar que no había nadie, denuncian el robo. Una ola de indignación recorre Pamplona.
Hubo que esperar siete días hasta dar con una primera pista fiable. El lunes 19 de agosto, un hombre acude con una moneda de oro a un banco para canjearla por pesetas, lo que despierta las sospechas de los empleados, que avisaron a la policía.
La pista conduce hasta José Arias Cao, relojero. Los policías registran su domicilio, en la calle Arrieta, 12, y efectivamente hallan parte del botín -trozos de coronas, cálices, etc., ya despiezados- escondido en ollas y macetas.
Unos días después, el 27 de agosto, unos jardineros municipales -alertados por unos chavales que jugaban en la calle, cerca de la plaza de toros- encuentran una bolsa con algunas de las piezas desaparecidas, escondida en unos matorrales.
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Hubo que esperar hasta el 6 de septiembre para que apareciese la arqueta árabe procedente de Leyre. Ángel Insausti, un vecino de Berrioplano, se topó en una cuneta con un paquete cubierto con una gabardina y un periódico (Heraldo de Madrid), que ocultaban la arqueta.
José Arias, el relojero, señala como autores del robo a José Román Rodríguez, un gallego apodado "el Portuguesiño" y al vasco Ramon Gainza, natural de Tolosa y conocido como "el Román". “El Portuguesiño" fue detenido en Burgos poco después por posesión de armas y declaró que el relojero fue quien planeó el robo y se lo encargó a él y a Ramón Gainza, que fue detenido en Bergara en enero del año siguiente.
No obstante, había fundadas sospechas de que José Oviedo de la Mota, alias El Mexicano, delincuente internacional que meses antes estuvo en Pamplona muy interesado en todo lo relativo al tesoro catedralicio, era el autor intelectual del robo.
Medio año después, cuando estaba a punto de iniciarse el juicio, José Arias murió en la cárcel, llevándose a la tumba muchos de los misterios en torno a este caso. Y sin él, el juicio transcurrió con más pena que gloria y sin que se desvelaran muchas incógnitas pendientes de resolver.