Roberto recibe un regalo familiar con 17 años y lo convierte en su forma de vida en una pequeña aldea de La Rioja

A punto de cumplir los 35 años, este joven apostó en 2020 por dejar atrás la vida urbana y recuperar la tradición familiar

Un pueblo de La Rioja, imagen de archivo
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Manuel Pérez Esteve

Logroño - Publicado el

3 min lectura0:27 min escucha

En Santa Marina, una pequeña aldea del Valle del Jubera donde apenas quedan tres vecinos en algunas noches de invierno, Roberto Calvo ha decidido echar raíces. A punto de cumplir los 35 años, este joven apicultor apostó en 2020 por dejar atrás la vida urbana y recuperar la tradición familiar que habían iniciado sus abuelos. Desde entonces, convive con cientos de miles de abejas que se han convertido en el centro de su vida y de su proyecto profesional.

Lo que comenzó casi por casualidad cuando tenía 17 años, con una colmena que le regalaron sus tíos, se ha transformado en una explotación apícola que hoy alcanza cerca de 380 colmenas. Hace apenas un año eran 270, lo que refleja un crecimiento notable en muy poco tiempo. Su marca, El Praeño, rinde homenaje al gentilicio de los habitantes de Santa Marina y reivindica una apicultura local, sostenible y de calidad.

Entre la pasión y la incertidumbre

El día a día de Roberto se mide en función de las colmenas, de la climatología y de la salud de las abejas. Cada una de ellas alberga alrededor de 60.000 ejemplares, con su reina, a la que en La Rioja llaman “maestra”, miles de obreras y algún zángano. Juntas forman un organismo vivo que, para ser rentable, debe producir en torno a 10 o 12 kilos de miel por temporada.

La primavera fue generosa y la campaña resultó positiva, pero no siempre ocurre lo mismo. El cambio climático, las sequías prolongadas y, sobre todo, la varroa, un ácaro que se adhiere al cuerpo de las abejas y debilita las colmenas, ponen en jaque cada año el trabajo de los apicultores. “Es el principal problema al que nos enfrentamos, porque afecta tanto a las abejas adultas como a la cría y las deja expuestas a cualquier virus”, explica Roberto.

Pese a la dureza de la profesión, él asegura sentirse afortunado de haber regresado al pueblo y de compartir amistad y preocupaciones con los ganaderos de la zona. “No me falta de nada”, dice convencido, aunque reconoce que no será fácil mantener este estilo de vida si algún día forma una familia. La distancia, cincuenta minutos de coche hasta Logroño, y la falta de servicios hacen más complicado el futuro en la aldea.

Apicultor trabajando con las colmenas

Getty Images/iStockphoto

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Un sector pequeño pero con peso

La realidad de Roberto refleja la situación de la apicultura en La Rioja. Según los últimos datos, existen 366 explotaciones apícolas en la región, con un total de 25.324 colmenas. De todos ellos, solo 39 apicultores ejercen como profesionales, es decir, que dependen de manera directa de la miel para ganarse la vida.

El sector no atraviesa sus mejores momentos. El encarecimiento de los costes de producción, la competencia de la miel importada y las dificultades para adaptarse al cambio climático son obstáculos cada vez más difíciles de salvar. Sin embargo, los productores insisten en que la miel riojana mantiene un valor añadido por su calidad y por el cuidado casi artesanal con el que se trabaja en explotaciones familiares como la de Roberto.

Las ayudas como impulso necesario

Conscientes de esas dificultades, la Consejería de Agricultura, Ganadería, Mundo Rural y Medio Ambiente de La Rioja ha aprobado este año 140.817 euros en ayudas para mejorar la competitividad y sostenibilidad del sector. Una medida que beneficiará a una treintena de apicultores y que se abonará antes del 15 de octubre.

La finalidad de estas ayudas es múltiple: apoyar las medidas sanitarias contra enfermedades como la varroa, fomentar la adaptación al cambio climático, mejorar las condiciones de producción y avanzar en la profesionalización del sector. La intensidad de las subvenciones varía según la inversión: hasta un 90% del gasto en productos sanitarios y un 50% en medidas de adaptación climática, siempre con límites fijados por colmena.

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