«Del altar brota el amor verdadero»
Mensaje semanal del Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, arzobispo de Burgos, para el domingo, 22 de junio de 2025, solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

Mensaje semanal del Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa, arzobispo de Burgos, para el domingo, 22 de junio de 2025, solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Burgos - Publicado el
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Queridos hermanos y hermanas:
En junio del año 2004, el papa san Juan Pablo II presidió su última procesión del Corpus Christi, la festividad que conmemoramos hoy. Recuerdo perfectamente cómo, durante la procesión, intentaba de manera insistente poder arrodillarse ante el Santísimo. Y, ante la negativa de quienes le acompañaban por miedo a que pudiera caerse, él les rogaba hacerlo e intentaba bajarse de la silla de ruedas para ponerse de rodillas ante el Señor Eucaristía.
Este domingo, cuando la Iglesia muestra al mundo el Cuerpo de Cristo e invita a adorarlo, aquella entrañable imagen vuelve a mi corazón, así como cada vez que acontece un momento de debilidad o de fragilidad. Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad: esta es la presencia sacramental de Jesús que veneramos hoy.
En esta fiesta de adoración, contemplación, alimento y compañía en el camino, «el pueblo de Dios se congrega en torno al tesoro más valioso que heredó de Cristo, el sacramento de su misma presencia»; y «le alaba, le canta y le lleva en procesión por las calles de la ciudad», decía el mencionado Juan Pablo II durante su homilía pronunciada en junio de 2001. Se trata de un misterio «sublime e inefable», revelaba, «ante el cual quedamos atónitos y silenciosos, en actitud de contemplación profunda y extasiada».
Pensar que, en la Eucaristía está presente de manera real y sacramental el Hijo de Dios, muerto y resucitado por nosotros, es el tesoro más grande que podemos recibir. Porque en ese Pan de Vida, la fragilidad de nuestro corazón abraza el amor «hasta el extremo» (Jn 13, 1) de Jesús; y en la hondura de su gesto, abrazamos el rostro de Dios.
«No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme», decimos cada día en el Banquete de la Eucaristía, tomando las palabras del centurión (cf. Mt 8, 5-11), cuando le pide al Señor sane a su sirviente, que está en casa enfermo con gran sufrimiento. Ciertamente, nos inunda la conciencia de nuestra pequeñez cuando nos disponemos a beber su propia Sangre y a tomar su propio Cuerpo. Sin embargo, hay una promesa que permanece escrita para nosotros, cuando más nos flaqueen las fuerzas: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6, 54). Asimismo, recuerda la Palabra cómo el Señor dice que «el que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él» (Jn 6, 56). Él también habita en nosotros al recibirle; y nosotros habitamos en Él: con un amor concreto que todo lo perdona, todo lo restaura y todo lo hace de nuevo.
Vivimos el Jubileo de la Esperanza, un tiempo de renovación espiritual y una oportunidad para ser testigos de la esperanza que nace del amor de Jesús crucificado y resucitado. Mientras haya personas, hay esperanza, rezan desde el corazón de Cáritas en este Día de la Caridad, que se suma a esta iniciativa para hacer visibles y cercanos signos, gestos e iniciativas que supongan vida nueva y confianza para las personas que acompañan y a las que sirven a la Iglesia y a la sociedad. En nuestra archidiócesis han sido un total de 6.816 personas atendidas, 10.131 beneficiadas en los programas y 78.454 intervenciones realizadas en nuestra Iglesia diocesana. Esto nos anima a seguir siendo testigos vivos que reflejen, en los ojos de los demás, el Cuerpo de Cristo. Y a que peregrinemos, en comunión consagrada, con Él y con nuestros hermanos, donando este Amor Resucitado.
La Memoria de Cáritas 2024 nos deja un mensaje claro: cualquier medida que ataña a las familias vulnerables, a los desempleados, a los enfermos, a los excluidos, a los niños, a los jóvenes sin oportunidades, a los que están lejos de nuestras fronteras y a los migrantes, debe tener como centro el respeto a su dignidad personal y nuestro compromiso por acompañarles y servirles en las dificultades de la vida.
Ahora, junto a María, el Señor vuelve a mostrarnos su Cuerpo para recordarnos que el amor de Dios es más fuerte que el peligro, que la persecución y que la muerte. Su fidelidad es nuestra esperanza: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos» (Mt 28, 20).
Con gran afecto, pido a Dios que os bendiga.
+ Mario Iceta Gavicagogeascoa
Arzobispo de Burgos